jueves, 28 de agosto de 2008

Lectura de Práctica Cronometrada # 007

En esta ocasión, el título del artículo “Interpretemos el lenguaje corporal” ya no nos fija de manera tan directa el objetivo central que el autor del documento quiere que saquemos como conclusión principal de la lectura del mismo, ya que en el título no encontramos ninguna de las palabras quién, qué, cuándo, en dónde, por qué o como. Sin embargo, resulta fácil fijarnos a partir del título el objetivo más lógico, el cual parece ser: “¿Cómo podemos interpretar el lenguaje corporal?” Con este objetivo en mente, procédase a la lectura del artículo y sáquense las conclusiones más relevantes que tengan que ver con el objetivo que nos estamos fijando (el lector eventualmente se dará cuenta de que aquí se requiere no de una lectura ligera sino de una lectura moderada, en conformidad con el objetivo que nos estamos fijando).

Interpretemos el lenguaje corporal
Por: Flora Davis

Pocas veces nos percatamos de que, en la comunicación, todos nos valemos tanto de las palabras como de otros medios que no son verbales. Hacemos señas con las cejas o con una mano; apartamos la mirada cuando se encuentra con la de otra persona; cambiamos de postura cuando conversamos sentados. Creemos que estas acciones son fortuitas e incidentales. Pero en los últimos años los investigadores han descubierto que poseen una sistematización casi tan coherente e inteligible como la del lenguaje.

Cada pueblo tiene su propio lenguaje corporal, y los niños asimilan los matices de este lenguaje a la vez que aprenden a hablar. Un francés habla y gesticula en francés. En nada se parecen la forma como cruza las piernas un inglés, por ejemplo, y la forma en que las cruza un norteamericano. Al hablar, los norteamericanos propenden a terminar una frase aseverativa con una inclinación de la cabeza, o con un movimiento de la mano, o con un parpadeo. Al concluír una pregunta, elevan una mano, inclinan el mentón y abren más los ojos. Cuando emplean un verbo en tiempo futuro, por lo general accionan con un movimiento hacia adelante.

Tanto el sexo como la ascendencia étnica, la clase social y el estilo personal influyen en la comunicación sin palabras. No obstante, nuestros movimientos y ademanes están condicionados por la lengua que hablamos.

En las personas verdaderamente bilingües coexisten también dos lenguajes corporales distintos. Fiorello La Guardia, que fue famoso alcalde de Nueva York, discutía de problemas políticos en inglés, italiano y yiddish. Cuando se exhiben sin sonido los filmes de sus discursos, no es muy difícil, a juzgar por sus ademanes, identificar el idioma en que está hablando. Si a menudo los filmes doblados a otro idioma parecen insípidos, es entre otras causas porque los gestos de los actores no corresponden a la lengua en que al parecer se están expresando.

Por lo general el conjunto de ademanes que acompañan a la expresión sirve para matizar los efectos de las palabras. Muy a menudo ese conjunto de señas expresa, con gran eficacia, el contenido emocional de la comunicación. Frecuentemente el que una persona se sienta querida o rechazada por otra no depende “de lo que dijo sino cómo lo dijo”. Albert Mehrabian, sicólogo, ha elaborado la siguiente fórmula relativa a los medios de que se valen los hombres para establecer una comunicación verbal satisfactoria: 7 por ciento de expresión verbal + 38 por ciento de matiz en esa expresión + 55 por ciento de expresión facial. Puede apreciarse la importancia del matiz en la voz, si se considera que incluso la frase “Te odio”, puede sonar seductora.

Los peritos en cinesiología -o estudio de la comunicación que se realiza mediante movimientos corporales- no están en situación de descifrar un glosario preciso de gestos. Cuando una persona se frota la nariz, el ademán puede significar que discrepa de la opinión de alguien o que rechaza algo. Pero también son posibles otras interpretaciones. Cuando un alumno charla con su profesor y lo mira a los ojos durante un lapso más largo de lo común, su conducta puede interpretarse como una señal de respeto y afecto hacia su interlocutor de mayor edad; puede entenderse como un reto sutil a la autoridad del profesor; o puede significar algo enteramente distinto. En vez de buscar el sentido de gestos aislados, el perito se interesa por las normas inscritas dentro de ciertos contextos.

La cinesiología, que es una ciencia joven (tiene alrededor de 17 años), en gran medida es obra de un solo hombre: el antropólogo Dr. Ray Birdwhistell. Sin embargo, ya en la actualidad proporciona una gran variedad de pequeñas observaciones. (Por ejemplo: en el repertorio de movimientos de las cejas son posibles cerca de 23 posiciones, y los hombres se sirven de ellas, para expresarse, más que las mujeres). A la mayoría de la gente que se propone observar la mímica y desentenderse de la conversación, le resulta imposible cumplir su intento durante un lapso mayor de unos 30 segundos cada vez. Pero cualquiera puede hacer el experimento con sólo apagar el sonido del aparato televisor y observar la imagen.

La mirada es uno de los medios más eficaces de la comunicación sin palabras. Los norteamericanos, por ejemplo, se cuidan de cómo y cuándo miran a otra persona directamente a los ojos. En la conversación ordinaria, cada encuentro de las miradas sólo dura aproximadamente un segundo, y después uno de los interlocutores, o los dos, desvían la vista. Cuando dos norteamericanos se miran a los ojos con atención, las emociones se avivan y la relación tiende a hacerse más íntima. Por eso evitan hacerlo, a no ser que medien circunstancias especiales.

A veces, las personas que viajan por el extranjero tienen dificultades para interpretar el lenguaje local de las miradas. “Me sentí perplejo en Tel Aviv”, recordaba cierta persona. “Cuando paseaba por las calles la gente me miraba fijamente, de arriba abajo. A cada rato, en mi fuero interno, me preguntaba si estaba despeinado o si traía desabrochado el pantalón. Luego un amigo me explicó que para los israelís no tiene nada de particular el hecho de fijar la vista en cualquier persona que transite por las calles”.

En muchos países la conducta apropiada en las calles obliga a guardar un equilibrio sutil entre la atención y la distracción. Uno debe mirar a un transeúnte sólo lo suficiente para indicarle que se está al tanto de su presencia. Si se pasa la vista apresuradamente, se muestra uno arrogante o sigiloso; si se fija durante un lapso demasiado prolongado, uno aparece como indiscreto. Por lo general, en esos países la persona que se encuentra con otra que viene en dirección contraria se miran fijamente hasta que sólo media entre ellos una distancia de 2.5 metros y entonces bajan la vista. El Dr. Erving Goffman, sociólogo, equipara esta conducta al “amortiguamiento de las luces de los automóviles, como señal de que se cede el paso”. En algunas partes del extremo Oriente es una falta de educación mirar cara a cara a la otra persona en el curso de una conversación. En Inglaterra el interlocutor cortés se queda mirando atentamente a la persona con quien charla, y de cuando en cuando parpadea para indicar interés por lo que le está diciendo.

Hay veces en que el impulso mímico desmiente lo que la persona expresa verbalmente. En cierta ocasión, Sigmund Freud escribió: “Ningún mortal es capaz de guardar un secreto. Aunque sus labios estén sellados, parlotea con la punta de los dedos; por todos los poros rezuma la denuncia de sus emociones”.

Así, una persona puede dominar las contracciones del rostro y aparecer tranquila, dueña de sí misma, sin percatarse de que afloran otras señales de tensión y angustia; que su pie golpea el suelo de continuo, con impaciencia, como si estuviera dotado de vida propia. La ira es otra emoción que puede delatarse en los pies y en las piernas. A menudo, cuando se riñe, los pies se ponen rígidos. A veces el miedo provoca impulsos apenas perceptibles de iniciar la marcha, que se manifiestan en una especie de sacudida nerviosa de las piernas, a que las mujeres recurren consciente e inconscientemente.

En recientes estudios hechos por los sicólogos se ha visto que frecuentemente la postura refleja la actitud que la persona guarda respecto de la gente que la rodea. Un experimento indica que cuando un varón se halla en compañía de otro que le es antipático, adopta una postura muy cómoda; o muy rígida, si considera amenazante al otro. En el mismo experimento, las mujeres indicaron su antipatía adoptando una postura muy descansada. Asimismo, cuando se reunió a varones con mujeres que les eran antipáticas, el desagrado jamás fue suficientemente intenso para que llegaran a sentarse en postura rígida.

A veces el hecho de que en una reunión las personas coincidan en adoptar determinadas posturas corporales, puede servir para identificar a grandes rasgos qué tipo de relaciones se han establecido entre ellas. Imaginemos que, en una fiesta, los invitados se han enfrascado en una discusión acerca del radicalismo de los estudiantes. Por la postura que adopta cada persona podríamos distinguir de un vistazo los dos bandos de la discusión. Por ejemplo, quizá la mayoría de los partidarios de los estudiantes estén sentados con las piernas cruzadas; y quienes los censuran acaso estarán con las piernas extendidas y cruzadas de brazos. Puede ocurrir que los pocos que no están ni de un lado ni del otro adopten una postura mixta: que crucen tanto las piernas como los brazos. El hecho de que un interlocutor cambie repentinamente su postura en la silla puede significar que discrepa de la persona que habla, o incluso que está pasando de un bando a otro.

Desde luego, nada de esto constituye una guía infalible; sin embargo parece ser lo bastante significativo para que sea digno de tenerse en cuenta.

Al mismo tiempo que aprenden a hablar y que asimilan un conjunto de ademanes (posturas correctas, gestos de los ojos, etcétera), los niños aprenden algo más sutil: a adaptarse a las normas que rigen la conducta respecto del espacio que los rodea. El hombre se mueve dentro de una especie de burbuja íntima, que circunscribe la extensión de aire que considera necesario interponer entre sí mismo y las demás personas. Los antropólogos, valiéndose de cámaras cinematográficas, han captado los sobresaltos y los pequeños movimientos de los ojos que indican que se ha trasgredido la “burbuja” del individuo. No obstante, en la edad adulta disimulamos nuestros sentimientos con una cortina de palabras corteses.

El antropólogo Dr. Edward Hall hace notar que para dos norteamericanos adultos que no se conocen bien, la distancia cómoda para sostener una conversación normal es del alcance del brazo, a poco más de un metro. El hecho de que en Iberoamérica se acostumbre guardar una distancia mucho más corta da lugar a interpretaciones erróneas respecto de la conducta de los estadounidenses, pues en la medida que el iberoamericano se aproxima, el norteamericano retrocede, el iberoamericano interpreta ése proceder como una repulsa.

La personalidad del individuo también determina qué cantidad de espacio necesita; por ejemplo, parece que los introvertidos necesitan disponer de más espacio que los extrovertidos. Asimismo, la distancia se alarga o se acorta según la situación y el estado de ánimo. Los adultos que hacen cola para asistir a la exhibición de una película atrevida forman una hilera más apretada que la de las personas que esperan para asistir a la exhibición de una película apta para niños.

En cierta ocasión George du Maurier escribió lo siguiente:

“Las palabras son un medio defectuoso para la comunicación. Alguien se llena de aire los pulmones, agita unos ligamentos de la garganta y pone en diversas posturas la boca; acto seguido el aire vibra y sacude un par de membranitas alojadas en mi cabeza... de este modo mi cerebro capta a grandes rasgos lo que esa persona quiso darme a entender. ¡Qué rodeo y qué despilfarro de tiempo!”.

Si la comunicación entre los seres humanos se realizara del todo con palabras, sería anodina, pero la realidad es que a menudo las palabras no constituyen sino un componente menor de la expresión.
(Tomado de la revista Selecciones del Reader’s Digest de mayo de 1970)

Total de palabras: 1,868 palabras


La tabla que nos dá las velocidades de lectura para varios tiempos de lectura del artículo es la siguiente:


En cuanto a si el lector extrajo de la lectura del texto los conceptos principales que el autor quería comunicarle, dejaremos que el lector sea el mejor juez de ello. De hecho, el lector será el principal juez de todo lo que lee, y al lector le corresponde formularse a sí mismo las preguntas que crea pertinentes para probar su comprensión del material.