Calculando el tiempo que el OVNI tardará en “tocar tierra”, se tiene tiempo suficiente para enviar un avión militar supersónico para tratar de derribar al objeto alienígena anticipando lo que pueda ser el preludio de un intento de invasión. Sin embargo, el hecho de que el OVNI se haya tomado el tiempo y la molestia de grabar el mensaje anterior sería indicativo de que se está tratando de comunicar algo sumamente importante. ¿Qué hacer?
En este punto, aparece un profesor con algo que tenía en sus manos desde hace ya algún tiempo y que no sabía cómo le había llegado a su computadora, hasta que al ver los símbolos del mensaje pudo reconocer en ellos los mismos símbolos que los que obraban en el archivo que le había llegado a sus manos. El archivo contiene lo que parece ser una prescripción para una conversión de símbolos a lo que viene siendo nuestro alfabeto:
Con el código de conversión de símbolos en nuestras manos, cualquiera puede proceder casi de inmediato a llevar a cabo la conversión del mensaje alienígena en algo que nuestros cerebros están capacitados para comprender. Y llevando a cabo la conversión, el mensaje resulta ser el siguiente:
VENGO
EN SON
DE PAZ
Este proceso de conversión de algo indescifrable a un texto entendible, que indudablemente podría ser tema de material de una novela de ciencia-ficción, no es muy diferente del proceso de conversión real que se lleva a cabo en nuestras mentes cuando nos ponemos a leer algo. Si tenemos a la mano el procedimiento de conversión de símbolos,o mejor aún, si lo hemos subido a nuestros cerebros y lo conocemos de memoria, podemos tomar algo como lo siguiente:
y podemos leerlo con la mayor naturalidad del mundo, entendiendo perfectamente lo que se nos está diciendo a través de las hileras de símbolos. Pero ello sólo ocurrirá si le hemos proporcionado a nuestra mente el adiestramiento necesario para que pueda reconocer e identificar de inmediato lo que cada símbolo o lo que cada cierto grupo de símbolos significan.
Del mismo modo, al empezar a leer algo nuestra mente empieza a tomar los mismos símbolos alfabéticos que para un japonés o un chino tal vez serían desconocidos, y conforme se van agrupando las hileras de símbolos en nuestras mentes el mensaje de lo que estamos leyendo empieza a ser decodificado. En rigor de verdad, todo proceso de lectura es un proceso de decodificación.
El proceso de reconocimiento de los símbolos que se emplean en cualquier tipo de escritura es algo que no se dá de la noche a la mañana. Es algo que se lleva tiempo, y el acostumbrarnos a la identificación inmediata de tales símbolos nos puede tomar algunos años, y la identificación de las hileras de símbolos leyéndolos “de corrido” es algo que nos puede tomar otros tantos.
La educación básica que recibimos desde que empezamos el kinder hasta terminar la escuela primaria es la que indudablemente ha ejercido una influencia decisiva en lo que habremos de ser y hacer en la vida. Vale la pena repasar la manera en la cual nuestra formación se llevó a cabo, y cómo tal formación puede afectar nuestro desarrollo posterior y nuestra capacidad de aprendizaje.
De pequeños, cuando aún no se había desarrollado en nosotros la capacidad de razonar, aceptábamos toda la información que se nos daba, buena o mala. Careciendo de experiencia, alguna que nos permitiese distinguir entre lo que nos convenía y lo que no nos convenía, tomábamos tanto lo bueno como lo malo. Vivíamos en un mundo en el que pensábamos mágicamente, sin ninguna barrera que pudiese contener nuestros sueños. Al ir creciendo dando traspiés, nos fuímos dando cuenta de que había limitaciones impuestas por el mundo exterior y de que había ciertas “reglas” que no se podían transgredir sin consecuencias. Pronto descubrimos que aquellos de quienes dependía nuestra existencia nos imponían varias reglas que debíamos obedecer. El acatar las órdenes que nos daban podía traer alguna recompensa (ya fuese una caricia, un dulce o un juguete). La desobediencia a su vez podía traer algún castigo (ya fuese un regaño o un castigo de índole física). Eventualmente, esta manipulación en base a “recompensas” y “castigos” comenzó a moldearnos, ya que equivalía a una alternativa entre “placer” y “dolor”, lo cual en su forma más esencial tenía el significado “superviviencia - contrasuperviviencia”. Los actos que conducían a nuestra supervivencia eran placenteros, mientras que aquellos que actuaban en contra de nuestra superviviencia eran dolorosos, en mayor o menor grado. Aunque nosotros podíamos ejerecer cierta manipulación sobre el mundo externo y sobre los que nos rodeaban (por ejemplo, mediante el llanto), no tardamos en darnos cuenta (sobre todo, en nuestros momentos más amargos) de que nuestros recursos para manipular a los que nos rodeaban eran de alcance muy limitado. Nos vimos, pues, obligados a ceder, no sin antes haber tomado decisiones básicas (a nivel subconsciente, ya que en ésa época de la infancia carecíamos de la facultad para razonar plenamente) cuyos efectos se manifestarían en nosotros en formas insospechadas con el paso del tiempo.
Para poder garantizar nuestra superviviencia, tuvimos que asimilar las experiencias diarias que nos daba la vida y adoptar el papel (al igual que un actor) que nos producía los mejores resultados a la vez que trazábamos nuestro plan de vida (desde niños siempre fuímos muy buenos actores).
Atrapados con la obligación y la necesidad de adaptarnos al mundo exterior, no tardamos en descubrir que la imitación era el modo más fácil de aprender patrones de conducta que supuestamente garantizarían nuestra superviviencia. Imitar se convirtió en una de las actividades esenciales de nuestro diario vivir (puesto que en ése entonces no razonábamos plenamente como adultos, la imitación, que no requiere razonamiento alguno, era la única opción con que contábamos para llevar a cabo nuestro aprendizaje, aunque estuviese basado en un mecanismo de reflejos condicionados.
Entre los dos y tres años de edad, comenzamos a articular nuestras primeras palabras, buscando poco a poco la forma de comunicarnos con nuestros mayores con algo más eficiente que usando caras y gestos. Al poco tiempo, se iba desarrollando en nosotros la facultad de pensar lógicamente en lugar de mágicamente, el indicio claro de que dentro de nosotros estaba un “adulto” en gestación. Esto no implica que el “niño” que llevamos dentro se fuese apagando para dar paso al “adulto”. El “niño” nunca muere. Cada persona lleva a su “niño” por el resto de su vida (por ello, las personas mayores a veces actúan como “adultos” y otras veces actúan como “niños”. Son dos personas distintas en una sola persona. El Análisis Transaccional desarrollado por el Doctor Eric Berne nos enseña que tiempo después aparece una tercera persona dentro de nosotros, el “padre”, del cual provienen los valores éticos y morales que el adulto y el niño por sí solos no proporcionan.
Una vez en la escuela primaria, nuestra capacidad para hablar y comprender lo que se nos decía continuaba aumentando a pasos agigantados. Aunque posiblemente variaba la filosofía educativa de una escuela a otra (por ejemplo, quizá nuestra educación era conducida en base a los principios enunciados por el maestro Heinrich Pestalozzi), los fines perseguidos eran básicamente los mismos, sin importar los medios.
Para aprender a leer, la estructura utilizada en la enseñanza de la lectura era la misma de una escuela a otra. Estábamos en un salón de clases, y todos leíamos del mismo libro una letra, una palabra, o una frase, pronunciando en voz alta lo que estábamos aprendiendo a leer, imitándonos los unos a los otros. Los ejercicios de lectura se repetían a diario utilizando distintos materiales de lectura hasta que el “grupo” podía leer sin dificultad el material presentado. A continuación, cada uno de nosotros era llamado a leer desde su asiento en voz alta alguna frase o párrafo. El proceso se repetía por muchos meses hasta que cada quien por su propia cuenta lograba leer con claridad y en voz alta el material que le era presentado. La mayoría de nosotros sigue leyendo de ésta manera en su lectura silenciosa, aunque sin mover los labios. Es así como nuestra lectura (medida de acuerdo con la cantidad de palabras que podemos leer por cada minuto transcurrido de tiempo) es semejante a nuestra facultad de hablar. Por ejemplo, si al hablar pronunciamos unas cien palabras por minuto, entonces al leer podremos cubrir también unas cien palabras por minuto.
Una vez pasada ésta etapa, se nos declaró que éramos competentes para leer y escribir. Toda la lectura posterior se llevaría a cabo por nuestra propia cuenta en el hogar o en nuestros ratos libres.
Con el paso del tiempo, fuímos familiarizándonos con triquiñuelas que en una forma u otra mejoraban nuestra comprensión y nuestra memoria. Por ejemplo, descubrimos que si en un libro subrayábamos algún pasaje pequeño o trazábamos un círculo alrededor de un dato que nos parecía importante, entonces podíamos recordar tal dato destacado con mayor facilidad (hoy en día ésto es conocido como el efecto von Restorff).
No habiendo ningún otro curso más avanzado que nos enseñara nuevas maneras de estudiar, de leer y de aprender, nos tuvimos que conformar con el nivel de aptitud para el aprendizaje que habíamos alcanzado en la escuela primaria; dándole prioridad a los cursos nuevos de matemáticas, geografía, biología historia, etc.
Tal es la situación actual para muchos en nuestros días.
EJERCICIOS
1.- En promedio, al leer el periódico o al leer una revista o una novela, ¿cuál cree usted que pueda ser su velocidad de lectura en palabras por minuto?
Respuesta:
2.- En su opinión, ¿mantiene constante la velocidad de su lectura en todos los materiales que lee día tras día? ¿Le parece normal esto?
Respuesta: