jueves, 28 de agosto de 2008

Lectura de Práctica Cronometrada # 017

La narración que veremos en esta lectura de práctica, la cual podemos considerar como material de lectura ligera, fue escrita por un personaje que es considerado como un héroe norteamericano, el primer astronauta en orbitar alrededor de la Tierra en febrero de 1962 en la nave espacial Friendship 7 (Amistad 7), John Glenn. Aunque los viajes a la Estación Espacial Internacional son hoy cosa rutinaria, en aquellos tiempos cuando la tecnología de cohetería no estaba plenamente probada el subirse a  un cohete de ese tamaño para ser lanzado al espacio a una misión que nunca antes se había llevado a cabo hubiera sido considerado por muchos casi como una misión suicida. Esta narración es una breve descripción de las experiencias del viaje según el mismo John Glenn. El relato está tomado de un libro publicado en 1963 bajo el título More Great True Adventures, de Lowell Thomas y Lowelll Thomas Jr.

Hay mucho material de lectura allá afuera en el cual los que escriben sus explicaciones o narraciones de vez en cuando utilizan tecnicismos con los cuales están tan familiarizados que erróneamente ellos creen que todos sus lectores también están familiarizados con esos términos, términos que incluso no aparecen en ningún diccionario. Afortunadamente, en estos tiempos con los motores de búsqueda como Google es posible tratar de encontrar explicación a tales términos, aunque en ocasiones ante la ausencia de uso generalizado de dichos términos posiblemente no queda más remedio que extraer el significado de dichos tecnicismos de acuerdo al contexto en el que se encuentran, de acuerdo a las otras palabras con las cuales son utilizados tales tecnicismos. En lo que vamos a leer a continuación, se utilizan los tecnicismos que serán definidos previamente para que el lector cuando se tope con ellos pueda continuar con su lectura sin problema alguno:
cero g.- un ambiente de cero gravedad, como el que se encuentra en el espacio exterior

1 g.- gravedad uno, la fuerza de la gravedad que actúa sobre los objetos en la superficie de la tierra.
Para leer esta interesante narración se recomienda copiarla y empastarla con algún recurso como Spreeder (véase la Lectura de Práctica Cronometrada # 014) para leer el material a una velocidad de 500 palabras por minuto especificando una lectura de dos palabras a la vez. De cualquier modo, en caso de que el lector prefiera imprimir la narración para leerla de una hoja impresa, se suministrará al final la tabla de velocidades una vez que tenga el tiempo que le tomó leer la narración. Una vez terminada la lectura, hágase un breve resumen sin entrar en detalles (usando no más de tres o cuatro renglones de texto) de lo que relata John Glenn en su reporte.

La Tierra desde el espacio
Por: John Glenn

La ingravidez es una experiencia agradable. En cuanto el navío espacial se separó del vehículo de lanzamiento comuniqué que me sentía bien, y en todo el vuelo seguí teniendo la misma sensación.

Cada 30 minutos, más o menos, ejecuté durante todo el vuelo una serie de ejercicios para determinar si la falta de gravedad me afectaba de alguna manera. Con el fin de ver si el movimiento de la cabeza en un medio de cero g ocasionaba algún síntoma de náusea o vértigo, primero traté de mover la cabeza y después la sacudí de un lado a otro. arriba y abajo, de hombro a hombro. Es decir, movía la cabeza girando en redondo, clavándome de nariz y en zigzag. Empecé despacito, pero a medida que avanzaba el vuelo la movía con más rapidez y vigor, hasta que al final del vuelo me estaba moviendo tan rápidamente como me lo permitía el traje presurizado.

En otra prueba movía solo los ojos siguendo la huella de un punto luminoso en rápido movimiento, creado por las luces que llevaba en la punta de los dedos. No me costaba observar el punto, y tampoco tuve sensación de mareo o vahídos ni de náusea. En el cuadro de instrumentos había una pequeña gráfica oftalmétrica, con letras de diverso tamaño y un diseño en “rueda de rayos” para comprobar tanto la visión general como cualquier tendencia al astigmatismo. No vi nada que no fuera normal.

Efectué una “prueba oculógira” en que se correlacionaban los coeficientes de giro del aparato espacial con las sensaciones y los movimientos oculares. Los resultados fueron normales. La experiencia de prevuelo de esta prueba y una calibración se habían llevado a cabo en la Escuela Naval de Medicina del Aire, en Pensacola, Florida, con el doctor Ashton Graybiel, por eso yo estaba familiarizado por completo con mis reacciones a esos movimientos en 1g.

Para proporcionar datos del sistema cardiovascular para los médicos hacía a intervalos un ejercicio que consistía en tirar de una cuerda de tensor una vez por segundo durante medio minuto. Este ejercicio daba una cantidad conocida de trabajo con qué comparar las pruebas semejantes realizadas en tierra. Los cirujanos de vuelo han comunicado el efecto que esto produjo en mi pulso y mi presión sanguínea. Durante el vuelo me hizo lo mismo que en tierra: me cansaba.

Otro experimento realizado con los posibles efectos de interés clínico de la ingravidez era comer en órbita. En el vuelo relativamente corto de Amistad 7 no era necesario comer, sino más bien se hacía para tratar de determinar si había problemas para el consumo y la digestión de alimentos en estado de ingravidez. En ningún momento tuve dificultad con la comida. Yo creo que puede comerse de todo menos alimentos que se desmoronen fácilmente o hagan migas. Antes del vuelo bromeábamos con tomar algo normal como un emparedado de jamón. Creo que sería práctico y debería intentarse.

Ir sentado en un aparato espacial bajo cero g es más agradable que bajo 1 g en tierra, ya que uno no está sometido a ningún punto de presión. Me sentía adaptar con gran rapidez a la falta de gravedad. No tenía tendencia a estirarme demasiado ni noté ningún otro síntoma de falta de coordinación, ni siquiera en los primeros momentos que siguieron al despegue. Inconscientemente vi que aprovechaba el estado de ingravidez como, por ejemplo, dejar un aparato fotográfico o cualquier otro objeto flotando en el espacio mientras atendía otros asuntos. No lo hacía como una maniobra planeada de antemano, sino acicateado por algo del momento, cuando otra cosa reclamaba mi atención. Después reflexioné que lo había hecho con la misma naturalidad que si hubiera dejado el aparato en una mesa bajo 1 g. Esto es un rotundo ejemplo de cuán rápidamente se adapta el ser humano, aun a cosas tan extrañas como la ausencia de gravedad.

Con este vuelo descubrimos que todavía estaban por resolver algunos problemas, como la debida determinación del modo de almacenar y sujetar el equipo empleado en el navío espacial. Yo había llevado cierto número de instrumentos, como cámaras fotográficas, gemelos y un aparato para hacer observaciones desde el aparato volante; todo ello iba metido en un saquito de marinero colocado junto a mi brazo derecho. Cada parte del equipo tenía un trozo de hilo de algo menos de un metro. Cuando empecé a utilizar aquellas cosas, los hilos se enredaron, más aunque estorbaran, era importante tener sujetas las piezas del equipo de algún modo, como lo ví cuando quise cambiar una película. Las latitas de película no estaban amarradas con hilos al saquito. Dejé una de ellas flotando en medio del aire mientras trabajaba con la cámara, y cuando quise tomarla, le dí un golpe involuntario y se fue flotando hasta detrás del cuadro de instrumentos.

Al mirar a la Tierra desde el espacio veía los colores y las intensidades de luz muy parecidas a lo que había observado volando a gran altitud en un aeroplano. Los colores vistos en el suelo eran semejantes a los que se ven desde 15,000 metros. Pero al mirar hacia el horizonte, la vista era completamente diferente, porque la negrura del espacio contrastaba vivamente con el resplandor de la Tierra. El mismo horizonte es de un azul blanco pero muy brillante.

Sorprendía ver que gran parte de la Tierra estaba cubierta de nubes. Las nubes pueden verse con toda claridad en el lado iluminado por la luz diurna. Las diferentes clases de nubes (formaciones verticales, estratos nubosos, cumulos) se distinguen fácilmente. No cuesta trabajo identificarlas ni distinguir los tipos meteorológicos. Puede estimarse la altura relativa de las capas de nubes por el conocimiento de sus clases o por las sombras que las más altas proyectan sobre las que tienen debajo. Estas observaciones son representativas de la información que los científicos del U.S. Weather Bureau Meteorological Satellite Laboratory habían podido determinar del Proyecto Mercury. Les interesa mejorar el equipo óptico de sus satélites Tiros y Nimbus y les gustaría saber si pueden determinar la altura de las capas de nubes con una mejor resolución óptica. Después de mi vuelo, yo diría que es perfectamente posible determinar la altura de las nubes desde esa altitud orbital.

Debido a la cubierta nubosa, solamente unas cuantas regiones de la Tierra eran visibles durante el vuelo. Gran parte del Atlántico aparecía cubierta, pero la parte occidental del Africa (desierto del Sahara) estaba despejada. En aquella desértica región yo alcanzaba a ver claramente las tempestades de polvo. Cuando llegué a la costa oriental africana, donde hubiera podido ver ciudades, las nubes cubrían el suelo. El Océano Indico también estaba cubierto.

La parte occidental de Australia estaba despejada, pero la mitad oriental estaba cerrada. Gran parte de México y la región que alcanza hasta Nueva Orleáns estaba llena de altas nubes cirrosas. Cuando llegué a los Estados Unidos pude ver Nueva Orleáns, Charleston y Savannah con toda claridad. También alcancé a ver ríos y lagos. Creo que la vista mejor que tuve de un trozo de tierra durante el vuelo fue la despejada región desértica que rodea El Paso a mi segunda pasada por encima del territorio estadunidense. Podía distinguir los colores del desierto y la zona irrigada del norte de El Paso. Cuando pasé frente a la costa oriental norteamericana pude ver la Florida y hasta la costa del Golfo.

Sobre el Atlántico vi lo que supongo sería la Corriente del Golfo. Los diferentes colores del agua se apreciaban claramente.

También observé lo que probablemente era la estela de un barco. Al pasar por encima de la zona de recuperación al final de la segunda vuelta miré al agua y ví una pequeña “V”. Consulté el mapa. Estaba sobre la zona G de recuperación en aquel momento, por eso creo que se trataría de la estela de un barco de recuperación. Cuando volví a mirar, la pequeña “V” estaba bajo una nube. La modificación que produce en las reflexiones de la luz la estela de un barco es a veces visible a larga distancia desde un aeroplano y queda kilómetros detrás de un navío. Esto era probablemente lo que veía.

Creo, sin embargo, que la mayoría de las personas tienen una idea equivocada y piensan que desde la altura orbital puede verse poco detalle. En el aire claro del desierto es común ver una cordillera de montañas con mucha claridad desde una distancia de 150 kilómetros o cosa así, y toda esa visión se efectúa a través de la atmósfera. Desde la altura orbital, la atenuación  de la luz atmosférica se efectúa sólo a través de unos 30,000 metros de atmósfera, y por eso es aún más clara. Un experimento interesante para los vuelos futuros puede consistir en determinar la visibilidad de objetos de diferentes tamaños, colores y formas.

Claro está que en el lado oscurecido de la Tierra se veía mucho menos. Esto tal vez se deba no sólo a la escasa luz sino también, en parte, al hecho de que nunca me adapté por completo a la oscuridad. Con la luz viva de la luna llena las nubes son visibles. En la noche podía ver una formación vertical. Pero la mayoría de las zonas nubosas parecían tener forma de estratos.

En el occidente australiano estaban encendidas las luces de Perth y yo podía verlas bien. El espectáculo era parecido al que ofrece una pequeña población de noche al que vuela a gran altura. Al sur de Perth había un grupo de luces, pero de intensidad mucho mayor. Tierra adentro estaba una serie de cuatro o cinco ciudades en una línea que iba de Este a Oeste. Sabiendo que Perth estaba en la costa, apenas alcanzaba a ver el litoral australiano. Alrededor de Woomera había nubes cubriendo la parte oriental de Australia, y a partir de allí no vi sino nubes atravesando el Pacífico, hasta llegar al este de Hawai. En todo el trayecto parecía haber una continua cubierta nubosa.

Inmediatamente delante de la costa oriental africana había dos grandes zonas tormentosas. Los científicos de la oficina meteorológica se habían preguntado si podría verse el rayo de la noche, y sí se puede. Precisamente al norte de mi trayectoria sobre el Océano Indico podía verse una tormenta grande, y al Sur una pequeña. Entre las nubes destellaban los relámpagos, pero sobre todo se distinguían los rayos que centelleaban dentro de los centros de tormenta y los iluminaban como con lámparas eléctricas.

De lo más espectacular durante el vuelo fueron las puestas de sol. Siempre ocurrían a mi izquierda, y yo hacía girar el aparato para poder contemplarlas mejor. La luz solar que daba en la ventana era muy brillante, una luz de un blanco intenso que me hacía recordar las luces de arco voltaico, cuando el navío espacial estaba en la plataforma de lanzamiento.

Observé la primera puesta de sol con el fotómetro, que llevaba en el frente un filtro polarizado para reducir la intensidad del sol de modo que se pudiera ver cómodamente. Después descubrí que mirando de soslayo podía contemplarlo directamente sin sufrir consecuencias, como en la superficie de la Tierra. No se realizaba así cosa de gran valor, pero ello da idea de la intensidad.

Es el sol perfectamente redondo cuando se acerca al horizonte y conserva casi toda su simetría mientras es visible su último rayo. A ambos lados del sol está muy brillante el horizonte y cuando ha bajado el astro hasta esa franja brillante del horizonte parece extenderse a ambos lados del punto inmediatamente antes de ponerse. Este fenómeno presenta cierto interés para los astrónomos.

Al moverse el sol hacia el horizonte, una negra sombra de tinieblas se extiende por toda la superficie de la Tierra, salvo la viva banda del horizonte. Esta banda es en extremo brillante precisamente cuando se pone el sol, pero al ir pasando el tiempo, la capa del fondo toma un color anaranjado vivo y va extinguiéndose, pasando por tonos rojos, después por colores más oscuros, y finalmente se esfuma en azules y negros. Algo que me sorprendió fue la distancia a que se extiende la luz en el horizonte a cada lado del punto de la puesta solar. Creo que la vista puede captar de la banda de color crepuscular un poco más que la cámara. Una cosa interesante era el tiempo que duraba la persistencia del crepúsculo orbital. Se veía la luz en el horizonte hasta 4 o 5 minutos después de la puesta, lo cual es bastante si se considera que el astro se ponía con una velocidad 18 veces mayor que la normal.

El período inmediatamente posterior al crepúsculo era de especial interés para los astrónomos. Por la dispersión de la luz en la atmósfera no es posible estudiar la región cercana al sol sino en el momento de un eclipse solar. Se había esperado que la región cercana al sol fuera observable desde encima de la atmósfera. Pero esto requeriría de un período de adaptación a la oscuridad antes del crepúsculo. Se había ideado al respecto un parche ocular, que se mantendría sujeto con una cinta especial adhesiva. Se esperaba que el parche permitera la adaptación de un ojo a la noche antes del crepúsculo. Por desgracia, la cinta no dió resultado y no pude utilizar el parche. Para las observaciones de la corona solar y de la luz zodiacal habrá que esperar los vuelos futuros, en que el piloto tendrá la oportunidad de adaptarse totalmente a la oscuridad antes del crepúsculo.

Otro experimento sugerido por nuestros consejeros en materia de astronomía era lograr espectografías ultravioletas de las estrellas del cinturón y la espada de Orión. La capa de ozono de la atmósfera terrestre no deja pasar la luz ultravioleta por debajo de los 3,000 angstroms. La ventana del navío espacial deja pasar la luz a menos de 2,000. Por eso es posible obtener imágenes de las estrellas desde el navío Mercury, cosa que no podrían hacer los mayores telescopios desde Tierra. Se tomaron varias espectografías ultravioletas de las estrellas del cinturón de Orión y se están estudiando actualmente para saber si se tomó información útil.

La mayor sorpresa del vuelo ocurrió al amanecer. Saliendo de la noche de la primera órbita, al primer destello de luz solar en el navío estaba yo mirando los aparatos de control, cosa que hice durante 15 o 20 segundos. Cuando volví a mirar por la ventana, mi primera reacción fue que la nave se había volteado y no podía ver otra cosa que las estrellas desde la ventana. Pero comprendí que estaba todavía a la altitud normal. La nave estaba rodeada de partículas luminosas.

Estas partículas eran de un color verde amarillento. Era como si la embarcación del espacio estuviera avanzando por un campo de cocuyos. Tenían aproximadamente el brillo de una estrella de primera magnitud y variaban de tamaño desde una cabeza de alfiler hasta cerca de 10 milímetros quizá. Estaban a cosa de 2.5 o 3 metros de distancia unas de otras regularmente distribuídas por el espacio en torno al aparato. De cuando en cuando, una o dos de ellas subían despacio en torno al aparato y cruzaban frente a la ventana, deslizándose lenta, lentísimamente, y después se alejaban poco a poco, en dirección contraria a mi mirada. Vi estos objetos luminosos aproximadamente durante 4 minutos cada vez que salía el sol.

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La tabla que nos dá las velocidades de lectura para varios tiempos de lectura de la narración es la siguiente: