El interés y la memoria
De: Harry Lorrayne
Le ruego haga el favor de leer con atención el párrafo siguiente:
Usted guía un autobús en el que viajan cincuenta personas. El autobús se detiene en una parada y bajan diez personas, al paso que otras tres suben. En la parada siguiente siete personas bajan del autobús y dos personas suben. Todavía para en otras dos paradas, en cada una de las cuales bajan cuatro personas, mientras que en una de las paradas suben tres, y en la otra ninguna. En este punto, el autobús tiene que parar por avería en el motor. Algunos viajeros llevan mucha prisa y deciden seguir andando. Por ello, ocho personas saltan del autobús. Reparada la avería, el autobús llega a la última parada, y el resto de los pasajeros desciende del vehículo.
Ahora, sin volver a releer el párrafo, vea si logra contestar acertadamente a dos preguntas relativas al mismo. Estoy perfectamente seguro de que si le preguntase cuántas personas quedaban en el autobús, es decir, cuántas bajaron en la última parada, usted me contestaría bien inmediatamente. Sin embargo, una de las preguntas que quería hacerle es la siguiente, ¿cuántas paradas hizo el autobús en total?
Quizá me equivoque, pero no creo que sean muchos los que sepan contestar esta pregunta. El motivo, por supuesto, está en que todos ustedes creían que después de haber leído el párrafo les preguntaría acerca del número de personas. En consecuencia, fijaron su atención en el número de personas que subían y bajaban del autobús. Ustedes se interesaron por el número de personas. En resumen, querían saber y recordar cuántos viajeros quedaban en el vehículo. Y como no creían que el número de paradas tuviera ninguna importancia, no prestaron mucha atención a las mismas. Y como no se interesaron por el número de paradas, éstas no quedaron registradas en sus mentes ni por azar, y ahora no las han recordado.
Sin embargo, si a alguno de ustedes se le ha ocurrido que el número de paradas pudiera tener importancia o si se ha hecho la idea de que le preguntarían sobre este punto particular, ha sabido la respuesta a mi primera pregunta, recordando el número de veces que paró el autobús. Y también ahora se ha debido a que ha puesto interés en enterarse de ésta información particular.
Si por azar se siente entusiasmado por haber acertado con la respuesta exacta a mi pregunta, cálmese un poco. Porque dudo que sea capaz de contestar la segunda. Un buen amigo mío, empleado en el “Grossingers”, un gran hotel para viajeros, en el cual actúa con mucha frecuencia, suele echar mano de la misma treta en las sesiones de preguntas que organiza por la tarde. Sé que son muy pocos los huéspedes que responden acertadamente, si es que responde alguno. Sin volver a mirar el párrafo en cuestión, “¿Cómo se llama el conductor del autobús?”
Ya lo dije, dudo que alguno sepa responder correctamente; acaso nadie sepa. En realidad, se trata más bien de una pregunta dirigida a comprobar el poder de observación que de una prueba de memoria. Y si la utilizo aquí es sólo para encarecer ante usted la importancia del interés en la memoria. Si antes de leer el cuentecito ese sobre el autobús le hubiese dicho que le preguntaría el nombre del conductor, usted hubiera procurado saberlo, habría fijado en ello su interés. Habría querido enterarse y recordarlo.
Pero aún así, tratándose como se trata de una pregunta astuta, quizá no hubiera sido usted lo bastante observador para responderla. Digamos de paso que se funda en un principio que muchos “magos” profesionales han utilizado desde hace muchos años. Se llama “desorientar”. Significa sencillamente, que en un relato se mantiene el punto verdaderamente importante, aquel que constituye en verdad el “modus operandi”, en un segundo término. O se cubre con otro punto que no tiene nada que ver con el primero, pero que se le induce a usted a creer que es el que verdaderamente importa. Este es el que usted sigue, observa y recuerda; el que sirve de fundamento a la treta pasa completamente desapercibido, y he aquí por qué uno queda completamente engañado. Muchas personas cuando describen las mañas de “mago” presentan el efecto tan imposible que si el mago en persona las estuviera escuchando no podría creerlo. Ello es debido a que en su narración se olvidan de mencionar el punto verdaderamente importante. Si dejamos aparte los juegos de “caja”, o sea los juegos, o tretas, que funcionan por sí mismos, de un modo mecánico, los magos las pasarían muy mal para engañar al público si no existiera el arte de “desorientar”.
Pues bien, yo le he “desorientado” a usted induciéndole a pensar que iba a preguntarle una cosa, y luego preguntándole otra en la cual usted no se había fijado. Creo, empero, que hace ya bastante rato que le tengo intrigado. Acaso sienta curiosidad por saber la respuesta acertada a mi segunda pregunta. Ea, la primera palabra del parrafito le dice quién era el conductor. La primera palabra del párrafo es “usted”. La respuesta que tenía que dar a la pregunta: “¿Cómo se llama el conductor del autobús?”, ¡consistía en decir su nombre de usted! Era usted quien guiaba el vehículo. Pruebe esta estratagema con algunos amigos y verá cuán pocos son los que contestan bien.
Como dije ya, esta era una prueba sobre finura de observación mejor que sobre fidelidad de la memoria. Pero el caso es que memoria y observación se dan la mano. Es imposible recordar nada que uno no haya observado; y es extremadamente difícil observar o recordar algo que uno no quiera recordar, o no esté interesado en retener en la memoria.
De ahí se deduce inmediatamente una norma indiscutible para mejorar la memoria. Si usted quiere que su memoria mejore inmediatamente exíjase la voluntad de querer recordar. Fuércese a sentir el interés necesario para observar detenidamente todo lo que quiera recordar y retener. Digo “exíjase” porque al principio quizá le sea preciso realizar un pequeño esfuerzo; no obstante, en un tiempo pasmosamente corto, verá usted que ya no tiene necesidad de realizar ningún esfuerzo para querer recordarlo todo. El hecho de que usted está leyendo esto representa el primer paso adelante que da. Si no quisiera recordar, si no sintiese el afán de mejorar su memoria, no lo leería. “Sin una motivación, difícilmente existirá recuerdo ninguno”.
Aparte de tener la intención de recordar, también la confianza en que uno recordará ayuda mucho. Si usted enfoca cualquier cuestión referente a la memoria diciéndose convencido: “Lo recordaré”, la mayor parte de las veces, efectivamente, lo recordará. Debe usted imaginarse su memoria como un tamiz. Cada vez que usted dice o piensa: “Tengo una memoria lamentable”, o “Esto no lo recordaré jamás”, practica otro agujero en el tamiz. En cambio, cada vez que usted dice: “Tengo una memoria maravillosa”, o “Esto lo recordaré fácilmente”, tapa usted uno de aquellos agujeros.
Muchos conocidos míos me han preguntado por qué no consiguen recordar una cosa, aún anotando todo lo que desean conservar en la memoria. Es lo mismo que preguntarme por qué no puede nadar bien uno que se ate un peso de diez kilos alrededor del cuello. Muy probablemente la causa misma de que olviden está en el hecho de haber anotado lo que decían querer recordar; o, por lo menos, de que no lo recuerden inmediatamente. Por lo que a mí se refiere, la frase “he olvidado”, debería borrarse del lenguaje. Habría que reemplazarla por: “No he recordado ahora, inmediatamente”.
Es imposible olvidar de veras nada que uno no haya recordado alguna vez. Si usted se anotara las cosas con la intención de ayudar a su memoria, o con el pensamiento consciente y concreto de asegurarse mejor la exactitud de aquellos datos, el procedimiento sería excelente. Sin embargo, el utilizar el lápiz y el papel como substitutos de la memoria (que es lo que hace la mayoría de las personas), no servirá, en verdad, para mejorar ésta. Acaso mejores su caligrafía o la rapidez en escribir, pero la memoria saldrá perjudicada por el desvío y la falta de ejercicio consiguiente. ¿Me comprende? Por lo común, usted toma nota de las cosas porque rechaza, aconsejado por la pereza, el pequeño esfuerzo de voluntad de querer recordar.
Tenga presente, por favor, que a la memoria le gusta que le tengan confianza. Cuanto más confianza, más segura y útil se volverá. El anotarlo todo en un papel sin sin esforzarse por recordarlo va contra todas las reglas fundamentales para poseer una memoria mejor y más poderosa. Usted no confía en su memoria, no se fía de ella, no la ejercita y no se interesa bastante por lo que debería recordar, puesto que lo traslada al papel. Tenga presente que siempre está expuesto a perder el papel o el cuaderno de notas, pero no la cabeza. Si se me permite una ligera incursión al campo del humorismo, diré que si uno pierde la cabeza, no importa mucho que recuerde o no recuerde, ¿no es cierto?
En serio, si usted tiene interés en recordar y confianza en que recordará, no es preciso que lo anote todo por escrito. ¿Cuántos serán los padres que se quejan continuamente de la pésima memoria de sus hijos, los cuales no se acuerdan de sus deberes escolares y consiguen notas muy menguadas? Sin embargo, algunos de esos mismos hijos saben todo lo referente a los goles que ha marcado cada uno de los jugadores de Primera División en el Campeonato de la Liga. Conocen el reglamento del fútbol, y quién ha tenido años atrás una actuación destacada y en qué equipos. Pues, si son capaces de recordar tan bien tales hechos, números y personas, ¿por qué no recordarán las lecciones del colegio? Unicamente porque se interesan más por el deporte que por el álgebra, la historia, la geografía y otras asignaturas en sus estudios.
El problema no está en la memoria, sino en su falta de interés. Una prueba más en este sentido la tenemos en el hecho de que la mayoría de chiquillos sobresalen por lo menos en una asignatura determinada, aun cuando obtengan malas notas en todas las demás. Si un estudiante tiene buena memoria para una materia, es en aquella asignatura un buen estudiante. Si no recuerda, si sobre aquella materia tiene mala memoria, resultará un mal estudiante. Vean si es sencilla la cuestión. De todos modos, esto demuestra que el estudiante posee una buena memoria para las cosas que le gustan y en las que fija su interés.
Muchos de los que entre ustedes cursaron estudios superiores hubieron de estudiar una o dos lenguas extranjeras. ¿Las recuerdan todavía? Lo dudo. Si se han encontrado de viaje en aquellos países o en otros lugares donde se hablen las lenguas en cuestión, han deseado muchas veces haberles concedido más atención en el colegio. Por supuesto, si entonces hubieran sabido que tendrían que recorrer dichos países hubieran tenido más interés en aprender sus lenguas; su voluntad había tomado una resolución en este sentido. Y habrían quedado pasmados al ver de qué modo mejoraban sus notas. En mi caso, es esto muy cierto; me consta. Si entonces hubiese sabido que en tiempos venideros había de desear conocer aquellas lenguas, las habría aprendido y recordado con mayor facilidad. Desgraciadamente, entonces no poseía una memoria entrenada.
Muchas mujeres se quejan de tener una memoria atroz y de no ser capaces de recordar nada. Esas mismas mujeres le describirán al detalle el vestido que llevaba una amiga suya un día que se encontraron, hace ya varias semanas. Generalmente son capaces de fijarse en una señora sentada dentro de un coche que corre a más de sesenta kilómetros por hora, y le dirán lo que lleva; el color de las prendas, su estilo de peinado, si el cabello es natural o teñido, ¡y hasta su edad aproximada!
Quizá adivinarán cuánto dinero tiene. Esto, naturalmente, se sale ya de los dominios de la memoria e invade el campo de ciertas potencias psíquicas. Pero el detalle importante, lo que he querido encarecer a lo largo del presente capítulo, sigue siendo que el interés tiene una importancia primordial para la memoria. Si uno es capaz de recordar con tanta fidelidad las cosas que le interesan, ello demuestra que posee una memoria buena. Demuestra, además, que si se interesase en el mismo grado por otras cosas, las recordaría igualmente bien.
Lo que hay que hacer es tomar la decisión de interesarse por recordar nombres, caras, fechas, números, hechos... todo, en fin, y la de tener confianza en la propia capacidad para retenerlos. Esto solo, hasta sin los sistemas concretos y los métodos de asociación, mejoraría la memoria de usted en grado notable. Con los sistemas de asociación corriendo en ayuda de su memoria normal, o verdadera, usted está en camino de poseer una capacidad de recuerdo y retención pasmosa.
(Tomado del libro Como Adquirir una Supermemoria de Harry Lorayne.)
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