jueves, 28 de agosto de 2008

Lectura de Práctica Cronometrada # 026

En la lectura de práctica anterior, en la cual vimos un Resumen de la obra El Origen de las Especies de Charles Darwin, tomado del compendio de resúmenes Outline of Great Books, el Profesor John Erskine quien dá el prólogo introductorio al compendio editado por el  eminente académico Sir John H. Hammerton señala que: “Sin lugar a dudas usted descubrirá en estas condensaciones algunos autores famosos que sólo le eran conocidos por sus nombres, a los cuales querrá leer en todo detalle en su obra completa. Este resultado feliz ha ocurrido muchas veces del uso de estas páginas”. Posiblemente ahora que el lector ya sabe de qué se trata la obra cumbre de Darwin, esto es, los puntos principales de El Origen de las Especies, se le haya despertado un interés al lector por echarle un vistazo a la misma obra de Darwin, no sólo para comprobar por sí mismo qué tan bien capturó el Resumen la esencia fundamental de la obra, sino para ver la exposición del tema del mismo autor en sus propias palabras, o sea: ¿cómo manejaba Darwin el tema? ¿Era claro y lúcido en sus argumentos, o se trataba de un autor difícil de leer?

Pues bien, aquí tomaremos “el toro por los cuernos”, y le daremos una lectura completa a uno de los capítulos de la obra de Darwin. ¿Pero cuál capítulo será el que más nos pueda llamar la atención para su lectura completa, suponiendo de antemano que no tendremos tiempo suficiente para leer los quince capítulos del libro? La respuesta a esto nos la puede dar el sondeo que llevamos a cabo. Precisamente para eso sirve el sondeo, para preseleccionar y escoger, así como para fijarnos objetivos. Y uno de los capítulos que más prometedor parece es el capítulo IV, titulado Selección natural, o la supervivencia de los más aptos.

Dada la extensión de lo que vamos a leer, vamos a tomar a partir de esta lectura una costumbre que se deberá convertir en un hábito para el lector dinámico de aquí en adelante. Normalmente, para evitar la sequedad en los ojos, nuestros párpados ejecutan periódicamente de manera espontánea una acción repetida de abrir y cerrar de ojos, con la cual los ojos se mantienen lubricados mediante el lagrimeo que se estimula con ese parpadeo. Por lo general, cada parpadeo se lleva a cabo en intervalos de 2 a 10 segundos dependiendo de las condiciones ambientales; registrando el individuo promedio de alrededor de 10 parpadeos por minuto en pruebas de laboratorio. Pero resulta que, cuando se está practicando la lectura dinámica, y cuando el material de lectura resulta sumanente interesante y absorbente, la mente gira una orden a los párpados reduciendo la tasa de parpadeo a cerca de 3 a 4 veces por minuto. Este proceso es inconsciente y la gran mayoría de los lectores dinámicos no se dan cuenta de que esto está ocurriendo. Pero esto es tan solo el principio, ya que la acción de parálisis inconsciente de los párpados puede ser absoluta al ser girada la orden subconsciente de que los párpados se mantengan abiertos para evitar perder detalles. Sin embargo, el cuerpo eventualmente responderá enviando una sensación cada vez más desagradable de resequedad y ardor en los ojos.

A diferencia de lo que se estaba haciendo en las prácticas cronometradas previas en donde la tabla dando las velocidades de lectura para varios tiempos de lectura total era puesta al final, aquí la tabla será dada al principio. El capítulo IV del libro de Darwin consta de 20,465 palabras. Si consideramos la tabla de tiempos y velocidades para esta práctica, que es la siguiente:


podemos ver que, aún leyendo con una velocidad de lectura promediada en unas 400 palabras por minuto, leer todo el capítulo IV nos llevará casi una hora de tiempo. Y una velocidad de lectura promediada en unas 170 palabras por minuto hará que terminemos la lectura en unas dos horas. Esto implica que, queramos o no, tendremos que hacer varios altos en nuestra lectura para descansar nuestros ojos y humedecerlos con movimientos rápidos de los párpados “como el aleteo de una mariposa”, porque de lo contrario eventualmente empezaremos a sentir sequedad y ardor en los ojos. Cada alto obligado que tengamos que hacer en nuestra lectura para tomar un descanso necesariamente tendrá un impacto en nuestra velocidad efectiva de lectura, porque mientras nuestra vista descansa y humedecemos los ojos mediante el parpadeo el cronómetro seguirá corriendo. Pero esta es una “pérdida” necesaria de tiempo, ya que no podemos sostener indefinidamente ritmos tan acelerados de lectura y aprendizaje yendo en contra de nuestra propia fisiología. Es por esto que, en ciertos puntos del texto, irá apareciendo un anuncio que destacará de manera bastante obvia el siguiente mensaje que dice: ESTE ES UN PUNTO SELECCIONADO PARA QUE EL LECTOR DETENGA SU LECTURA CON LA FINALIDAD DE QUE LUBRIQUE SUS OJOS MEDIANTE TECNICAS DE PARPADEO Y CERRADO COMPLETO DE PARPADOS POR ESPACIO DE UNOS VEINTE O TREINTA SEGUNDOS. UNA VEZ QUE HAYAN TRANSCURRIDO POR LO MENOS UN MINUTO DE DESCANSO DE LA VISTA, SE PUEDE CONTINUAR CON LA LECTURA A PASO ACELERADO HASTA QUE LLEGUE EL MOMENTO DE TOMAR UN NUEVO DESCANSO. Desarrollar esta sana costumbre es precisamente el objetivo primario de esta Lectura de Práctica Cronometrada, porque hemos llegado a un punto en el cual estamos ubicados ya en lo que es realmente el aprendizaje dinámico, esto es, la capacidad para filtrar y absorber información a la par con lo que nuestra mente nos puede dar en forma acelerada.

Tómese en cuenta que no estaremos leyendo un resumen simplificado para el lego como lo hicimos con anterioridad, estaremos leyendo directamente al mismo Darwin en su extensión original y en su línea de pensamiento original. Esto significa que tarde o temprano empezaran a saltar ante nosotros varios términos técnicos y nombres de personajes que nos son desconocidos. No nos debemos dejar intimidar por esto. Si el lector realizó la Lectura de Práctica Cronometrada # 025, entonces ya tiene una idea general de las ideas fundamentales de la obra. Sin embargo, si el lector encuentra alguna palabra indefinida que empieza a repetirse en la lectura y cuya incomprensión parece impactar la continuidad de la lectura, se deberá tomar obligatoriamente un receso para aclarar plenamente el significado de dicha palabra antes de continuar con la lectura.

La traducción que aquí será reproducida está tomada directamente de un edición que la Universidad Nacional Autónoma de México puso en circulación en 1997.

En cierto punto de la lectura, aparecerá el siguiente diagrama al cual Darwin hace referencia en su libro (se recomienda ampliarlo a su tamaño original máximo para poder apreciarlo en mayor detalle):




En el texto de Darwin se hacen referencias frecuentes a este diagrama con el cual Darwin pretende ir mostrando la forma en la cual se van ramificando (de abajo hacia arriba) las especies en sus etapas evolutivas. Puesto que seguir en detalle la explicación del diagrama implica ir repetidamente del texto al diagrama y del diagrama al texto, esta parte del libro no puede ser considerada ya como material de una lectura moderada, sino que se trata más bien de una lectura de estudio que nos requiere interactuar con el material. Lo que haremos por lo pronto para nuestra lectura, que mantendremos como lectura moderada, será abstenernos de ir a fondo en las explicaciones relacionadas con el diagrama. Una vez terminada la lectura podemos, si así lo deseamos (dependiendo con los objetivos que se quiera fijar el lector), volver al diagrama y su parte explicativa, para seguir en mayor detalle los argumentos de Darwin en lo que vendría siendo ya una lectura de estudio.

Bien, es hora de empezar con la lectura del capítulo que ha sido seleccionado del libro de Darwin. Si el lector tiene un procesador de texto para lectura rápida (aunque se puede utilizar uno como Spreeder en el cual el texto cambiante va apareciendo siempre en el mismo lugar, es preferible usar otro en el cual el texto se vaya escribiendo en varios renglones de arriba hacia abajo), se recomienda tomar el texto completo (desde el principio hasta el final, excluyendo desde luego el diagrama) mediante copiado y empastado, recomendándose una velocidad de lectura promediada en unas 500 palabras por minuto (tomando tres palabras a la vez, en caso de que se use algo como Spreeder).


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El Origen de las Especies

Capítulo IV

Selección natural, o la supervivencia de los más aptos

Selección natural: su fuerza comparada con la selección del hombre; su poder sobre caracteres de escasa importancia; su poder en todas las edades y sobre los dos sexos.- Selección sexual.- Acerca de la generalidad de los cruzamientos entre individuos de la misma especie.- Circunstancias favorables o desfavorables para los resultados de la selección natural, a saber, cruzamiento, aislamiento, número de individuos.- Acción lenta.- Extinción producida por selección natural.-Divergencia de caracteres relacionada con la diversidad de los habitantes de toda estación pequeña y con la naturalización.- Acción de la selección natural, mediante divergencia de caracteres y extinción, sobre los descendientes de un antepasado común.- Explica las agrupaciones de todos los seres vivientes.- Progreso en la organización.- Conservación de las formas inferiores.- Convergencia de caracteres.- Multiplicación indefinida de las especies.- Resumen.


Selección natural: su fuerza comparada con la selección del
hombre; su poder sobre caracteres de escasa importancia;
su poder en todas las edades y sobre los dos sexos


La lucha por la existencia, brevemente discutida en el capítulo anterior, ¿cómo obrará en lo que se refiere a la variación? El principio de la selección, que hemos visto es tan potente en las manos del hombre, ¿puede tener aplicación en las condiciones naturales? Creo que hemos de ver que puede obrar muy eficazmente. Tengamos presente el sinnúmero de variaciones pequeñas y de diferencias individuales que aparecen en nuestras producciones domésticas, y en menor grado en las que están en condiciones naturales, así como también la fuerza de la tendencia hereditaria. Verdaderamente puede decirse que, en domesticidad, todo el organismo se hace plástico en alguna medida. Pero la variabilidad que encontramos casi universalmente en nuestras producciones domésticas no está producida directamente por el hombre, según han hecho observar muy bien Hooker y Asa Gray; el hombre no puede crear variedades ni impedir su aparición; puede únicamente conservar y acumular aquellas que aparezcan. Involuntariamente, el hombre somete a los seres vivientes a nuevas y cambiantes condiciones de vida, y sobreviene la variabilidad; pero cambios semejantes de condiciones pueden ocurrir, y ocurren, en la naturaleza. Tengamos también presente cuán infinitamente complejas y rigurosamente adaptadas son las relaciones de todos los seres orgánicos entre sí y con las condiciones físicas de vida, y, en consecuencia, qué infinitamente variadas diversidades de estructura serían útiles a cada ser en condiciones cambiantes de vida. Viendo que indudablemente se han presentado variaciones útiles al hombre, ¿puede, pues, parecer improbable el que, del mismo modo, para cada ser, en la grande y compleja batalla de la vida, tengan que presentarse otras variaciones útiles en el transcurso de muchas generaciones sucesivas? Si esto ocurre, ¿podemos dudar —recordando que nacen muchos más individuos de los que acaso pueden sobrevivir— que los individuos que tienen ventaja, por ligera que sea, sobre otros tendrían más probabilidades de sobrevivir y procrear su especie? Por el contrario, podemos estar seguros de que toda variación, en menor grado perjudicial, tiene que ser rigurosamente destruida. A esta conservación de las diferencias y variaciones individualmente favorables y la destrucción de las que son perjudiciales la he llamado yo selección natural o supervivencia de los más aptos. En las variaciones que no son útiles ni perjudiciales no influiría la selección natural, y quedarían abandonadas como un elemento fluctuante, como vemos quizá en ciertas especies poliformas, o llegarían finalmente a fijarse a causa de la naturaleza del organismo y de la naturaleza de las condiciones del medio ambiente.

Varios autores han entendido mal o puesto reparos al término selección natural. Algunos hasta han imaginado que la selección natural produce la variabilidad; por el contrario, implica solamente la conservación de las variedades que aparecen y son beneficiosas al ser en sus condiciones de vida. Nadie pone reparos a los agricultores que hablan de los poderosos efectos de la selección del hombre, y en este caso las diferencias individuales dadas por la naturaleza, que el hombre elige con algún objeto, tienen necesariamente que existir antes. Otros han opuesto que el término selección implica elección consciente en los animales que se modifican, y hasta ha sido argüido que, como las plantas no tienen voluntad, la selección natural no es aplicable a ellas. En el sentido literal de la palabra, indudablemente, selección natural es una expresión falsa; pero ¿quién pondrá nunca reparos a los químicos que hablan de las afinidades electivas de los diferentes elementos? Y, sin embargo, de un ácido no puede decirse rigurosamente que elige una base con la cual se combina de preferencia. Se ha dicho que yo hablo de la selección natural como de una potencia activa o divinidad; pero ¿quién hace cargos a un autor que habla de la atracción de la gravedad como si regulase los movimientos de los planetas? Todos sabemos lo que se entiende e implican tales expresiones metafóricas, que son casi necesarias para efectos de brevedad. Del mismo modo, además, es difícil evitar el personificar la palabra Naturaleza; pero por Naturaleza quiero decir sólo la acción y el resultado totales de muchas leyes naturales, y por leyes, la sucesión de hechos, en cuanto son conocidos con seguridad por nosotros. Familiarizándose un poco, estas objeciones tan superficiales quedarán olvidadas. Comprenderemos mejor la marcha probable de la selección natural tomando el caso de un país que experimente algún ligero cambio físico, por ejemplo, de clima. Los números proporcionales de sus habitantes experimentarán casi inmediatamente un cambio, y algunas especies llegarán probablemente a extinguirse. De lo que hemos visto acerca del modo íntimo y complejo como están unidos entre sí los habitantes de cada país, podemos sacar la conclusión de que cualquier cambio en las proporciones numéricas de algunas especies afectaría seriamente a los otros habitantes, independientemente del cambio del clima mismo. Si el país estaba abierto en sus límites, inmigrarían seguramente formas nuevas, y esto perturbaría también gravemente las relaciones de algunos de los habitantes anteriores. Recuérdese que se ha demostrado cuán poderosa es la influencia de un solo árbol o mamífero introducido. Pero en el caso de una isla o de un país parcialmente rodeado de barreras, al cual no puedan entrar libremente formas nuevas y mejor adaptadas, tendríamos entonces lugares en la economía de la naturaleza que estarían con seguridad mejor ocupados si algunos de los primitivos habitantes se modificasen en algún modo; pues si el territorio hubiera estado abierto a la inmigración, estos mismos puestos habrían sido tomados por los intrusos. En estos casos, modificaciones ligeras, que en modo alguno favorecen a los individuos de una especie, tenderían a conservarse, por adaptarlos mejor a las condiciones modificadas, y la selección natural tendría campo libre para la labor de perfeccionamiento.

Tenemos buen fundamento para creer, como se ha demostrado en el capítulo primero, que los cambios en las condiciones de vida producen una tendencia a aumentar la variabilidad, y en los casos precedentes las condiciones han cambiado, y esto sería evidentemente favorable a la selección natural, por aportar mayores probabilidades de que aparezcan variaciones útiles. Si no surgen éstas, la selección natural no puede hacer nada. No se debe olvidar nunca que en el término variaciones están incluidas simples diferencias individuales. Así como el hombre puede producir un resultado grande en las plantas y los animales domésticos sumando en una dirección dada diferencias individuales, también lo pudo hacer la selección natural, aunque con mucha más facilidad, por tener tiempo incomparablemente mayor para obrar.

No es que yo crea que un gran cambio físico, de clima, por ejemplo, o algún grado extraordinario de aislamiento que impida la inmigración, sea necesario para que tengan que quedar nuevos puestos vacantes para que la selección natural los llene, perfeccionando a algunos de los habitantes que varían; pues como todos los habitantes de cada región están luchando entre sí con fuerzas delicadamente equilibradas, modificaciones ligerísimas en la conformación o en las costumbres de una especie le habrán de dar muchas veces ventaja sobre otras, e incluso nuevas modificaciones de la misma clase aumentarán con frecuencia todavía más la ventaja, mientras la especie continúe en las mismas condiciones de vida y saque provecho de medios parecidos de subsistencia y defensa. No puede citarse ningún país en el que todos los habitantes indígenas estén en la actualidad tan perfectamente adaptados entre sí y a las condiciones físicas en que viven que ninguno de ellos pueda estar todavía mejor adaptado o perfeccionado; pues en todos los países los habitantes indígenas han sido hasta tal punto conquistados por productos importados que han permitido a algunos extranjeros tomar posesión firme de la tierra. Y como los extranjeros han derrotado así en todos los países a algunos de los nativos, podemos seguramente sacar la conclusión de que los indígenas podían haber sido modificados más ventajosamente, de modo que hubiesen resistido mejor a los invasores.

Si el hombre puede lograr, y seguramente ha logrado, resultados grandes con sus modos metódicos o inconscientes de selección, ¿qué no podrá efectuar la selección natural? El hombre puede obrar sólo sobre caracteres externos y visibles. La Naturaleza —si se me permite personificar la conservación o supervivencia natural de los más adecuados— no atiende a nada por las apariencias, excepto en la medida en que son útiles a los seres. Puede obrar sobre todos los órganos internos, sobre todos los matices de diferencia de constitución, sobre el mecanismo entero de la vida. El hombre selecciona solamente para su propio bien; la Naturaleza lo hace sólo para el bien del ser que tiene a su cuidado. La Naturaleza hace funcionar plenamente todo carácter seleccionado, como lo implica el hecho de su selección. El hombre retiene en un mismo país a los seres naturales de varios climas; raras veces ejercita de modo peculiar y adecuado cada carácter elegido; alimenta con la misma comida a una paloma de pico largo y a una de pico corto; no ejercita de algún modo especial a un cuadrúpedo de lomo alargado o a uno de patas largas; somete al mismo clima a ovejas de lana corta y de lana larga; no permite a los machos más vigorosos luchar por las hembras; no destruye con rigidez a todos los individuos inferiores, sino que, en la medida en que puede, protege todos sus productos en cada cambio de estación; empieza con frecuencia su selección por alguna forma semimonstruosa o, por lo menos, por alguna modificación lo bastante destacada como para que atraiga la vista o para que le sea francamente útil. En la Naturaleza, las más ligeras diferencias de estructura o constitución pueden muy bien inclinar la balanza, tan delicadamente equilibrada, en la lucha por la existencia y ser así conservadas. ¡Qué fugaces son los deseos y esfuerzos del hombre! ¡Qué breve su tiempo!, y, por consiguiente, ¡qué pobres serán sus resultados, en comparación con los acumulados en la Naturaleza durante períodos geológicos enteros! ¿Podemos, pues, maravillarnos de que las producciones de la Naturaleza hayan de ser de condición mucho más real que las producciones del hombre; de que hayan de estar infinitamente mejor adaptadas a las más complejas condiciones de vida y de que hayan de llevar claramente el sello de una fabricación superior?

Metafóricamente puede decirse que la selección natural está buscando cada día y cada hora por todo el mundo las más ligeras variaciones; rechazando las que son malas; conservando y sumando todas las que son buenas; trabajando silenciosa e insensiblemente, cuando quiera y dondequiera que se ofrece la oportunidad, por el perfeccionamiento de cada ser orgánico en relación con sus condiciones orgánicas e inorgánicas de vida. Nada vemos de estos cambios lentos y progresivos hasta que la mano del tiempo ha marcado el transcurso de las edades; y entonces, tan imperfecta es nuestra visión de las remotas edades geológicas, que vemos sólo que las formas orgánicas son ahora diferentes de lo que fueron en otro tiempo.

Para que en una especie se efectúe alguna modificación grande, una variedad ya formada tuvo que variar de nuevo —quizá después de un gran intervalo de tiempo—, o tuvo que presentar diferencias individuales de igual naturaleza que antes, y éstas tuvieron que ser de nuevo conservadas, y así, progresivamente, paso a paso. Viendo que diferencias individuales de la misma clase vuelven a presentarse siempre de nuevo, difícilmente puede considerarse esto como una suposición injustificada. Pero el que sea cierta o no sólo podemos juzgarlo viendo hasta qué punto la hipótesis explica y concuerda con los fenómenos generales de la naturaleza. Por otra parte, la creencia ordinaria de que la suma de variación posible es una cantidad estrictamente limitada es, igualmente, una simple suposición. Aun cuando la selección natural puede obrar solamente por el bien y para el bien de cada ser, sin embargo, caracteres y estructuras que estamos inclinados a considerar como de importancia insignificante pueden verse influidos por ella. Cuando vemos de color verde los insectos que comen hojas, y moteados de gris los que se alimentan de cortezas, blanco en invierno al Lagopus mutus o perdiz alpina, y del color de los brezos al Lagopus scoticus o perdiz de Escocia, hemos de creer que estos colores son de utilidad a estos insectos y aves para librarse de los peligros. Los Lagopus, si no fuesen destruidos en algún periodo de su vida, aumentarían hasta ser innumerables; pero se sabe que sufren mucho por las aves de rapiña, y los halcones se dirigen a sus presas por el sentido de la vista, tanto, que en algunos sitios del continente se aconseja no conservar palomas blancas, por ser las más expuestas a la depredación.

Por consiguiente, la selección natural pudo ser eficaz para dar el color conveniente a cada especie de Lagopus y para conservar este color justo y constante una vez adquirido. No debemos creer que la destrucción accidental de un animal de un color particular haya de producir un efecto pequeño; hemos de recordar lo importante que es en un rebaño de ovejas blancas destruir todo cordero con la menor señal de negro. Hemos visto cómo el color de los cerdos que se alimentan de paint-root (Lachnanthes tinctoria) en Virginia determina el que hayan de morir o vivir. En las plantas, la vellosidad del fruto y el color de la carne son considerados por los botánicos como caracteres de poca importancia; sin embargo, sabemos por un excelente horticultor, Downing, que en los Estados Unidos las frutas de piel lisa son mucho más atacadas por un coleóptero, un Curculio, que las que tienen vello, y que las ciruelas moradas padecen mucho más cierta enfermedad que las ciruelas amarillas, mientras que otra enfermedad ataca a los melocotones de carne amarilla mucho más que a los que tienen la carne de otro color. Si con todos los auxilios del arte estas ligeras diferencias producen una gran diferencia al cultivar las distintas variedades, seguramente que, en estado natural, cuando los árboles tengan que luchar con otros árboles y con una legión de enemigos, estas diferencias decidirán realmente el triunfo de un fruto liso o pubescente, un fruto de carne amarilla o de carne morada.

Al considerar las muchas diferencias pequeñas que existen entre las especies —diferencias que, hasta donde nuestra ignorancia nos permite juzgar, parecen completamente insignificantes— no hemos de olvidar que el clima, el alimento, etcétera, han producido indudablemente algún efecto directo. También es necesario tener presente que, debido a la ley de correlación, cuando una parte varía y las variaciones se acumulan por selección natural, sobrevienen otras modificaciones, muchas veces de la naturaleza más inesperada.

Vemos que las variaciones surgidas en domesticidad en un periodo determinado de la vida tienden a reaparecer en la descendencia en el mismo período —por ejemplo: las variaciones en la forma, el tamaño y el sabor de las semillas de las numerosas variedades de nuestras plantas culinarias y agrícolas, en los estados de oruga y crisálida de las variedades del gusano de seda, en los huevos de las aves de corral y en el color de la pelusa de sus polluelos, en las astas de los carneros y el ganado vacuno cuando son casi adultos—. De igual modo, en la naturaleza, la selección natural podrá influir en los seres orgánicos y modificarlos en cualquier edad por la acumulación, en esta edad, de variaciones útiles, y por su herencia en la edad correspondiente. Si es útil a una planta el que sus semillas sean diseminadas por el viento a una distancia cada vez mayor, no puedo ver yo mayor dificultad en que esto se efectúe por selección natural que cuando el cultivador de algodón aumenta y mejora por selección los pelos lanosos en las cápsulas de sus algodoneros. La selección natural puede modificar y adaptar la larva de un insecto a una porción de circunstancias completamente diferentes de las que conciernen al insecto adulto, y estas modificaciones pueden influir, por correlación, en la estructura del adulto. También, inversamente, modificaciones en el adulto pueden influir en la estructura de la larva; pero en todos los casos la selección natural garantizará que no sean perjudiciales, pues si lo fuesen, la especie llegaría a extinguirse.

La selección natural modificará la estructura del hijo en relación con el padre, y viceversa. En los animales sociales adaptará la estructura de cada individuo para beneficio de toda la comunidad, si ésta saca provecho de la variación seleccionada. Lo que no puede hacer la selección natural es modificar la estructura de una especie sin darle alguna ventaja para el bien de otra; y, aunque pueden hallarse en los libros de Historia Natural manifestaciones en este sentido, yo no puedo hallar un solo caso que resista la comprobación. Una conformación utilizada sólo una vez en la vida de un animal, si es de suma importancia para él, pudo ser modificada hasta cualquier extremo por selección natural; por ejemplo: las grandes mandíbulas que poseen ciertos insectos y que utilizan exclusivamente para abrir el capullo, o la punta dura del pico de las aves antes de nacer, empleada para romper el huevo. Se ha afirmado que, de las mejores palomas tumbler o volteadoras de pico corto, un gran número perecen en el huevo porque son incapaces de salir de él; de manera que los avicultores ayudan en el acto de romper el cascarón. Ahora bien: si la Naturaleza hubiese de hacer cortísimo el pico del palomo adulto para ventaja de la misma ave, el proceso de modificación tendría que ser lentísimo, y habría simultáneamente, dentro del huevo, la selección más rigurosa de todos los polluelos que tuviesen el pico más potente y duro, pues todos los de pico blando perecerían inevitablemente, o bien podrían ser seleccionadas las cáscaras más delicadas y más fácilmente rompibles, pues es sabido que el grueso de la cáscara varía como cualquier otra estructura.

Será conveniente hacer observar aquí que en todos los seres ha de haber mucha destrucción fortuita, que poca o ninguna influencia puede tener en el curso de la selección natural; por ejemplo: un inmenso número de huevos y semillas son devorados anualmente, y éstos sólo podrían ser modificados por selección natural si variasen de algún modo que los protegiese de sus enemigos. Sin embargo, muchos de estos huevos o semillas, si no hubiesen sido destruidos, habrían producido quizá individuos mejor adaptados a sus condiciones de vida que ninguno de los que tuvieron la suerte de sobrevivir. Además, un número inmenso de animales y plantas adultos, sean o no los mejor adaptados a sus condiciones, tiene que ser destruido anualmente por causas accidentales que no serían mitigadas en lo más mínimo por ciertos cambios de estructura o constitución que serían, por otros conceptos, beneficiosos para la especie. Pero aunque la destrucción de los adultos sea tan considerable —siempre que el número de ellos que puede existir en un distrito no esté por completo limitado por esta causa—, o aunque la destrucción de huevos y semillas sea tan grande que sólo una centésima o una milésima parte se desarrolle, de los individuos que sobrevivan, los mejor adaptados —suponiendo que haya alguna variabilidad en sentido favorable— tenderán a propagar su clase en mayor número que los menos adaptados. Si el número está completamente limitado por las causas que se acaban de indicar, como ocurrirá muchas veces, la selección natural será impotente para determinadas direcciones beneficiosas; pero esto no es una objeción válida contra su eficacia en otros tiempos y de otros modos, pues estamos lejos de tener alguna razón para suponer que muchas especies experimenten continuamente modificaciones y perfeccionamiento al mismo tiempo y en la misma región.


Selección sexual


Puesto que en domesticidad aparecen con frecuencia particularidades en un sexo que quedan hereditariamente unidas a este sexo, igual sucederá, sin duda, en la naturaleza. De este modo se hace posible que los dos sexos se modifiquen, mediante selección natural, en relación con sus diferentes costumbres, como es muchas veces el caso, o que un sexo se modifique con relación al otro, como ocurre comúnmente. Esto me lleva a decir algunas palabras sobre lo que he llamado selección sexual. Esta forma de selección depende no de una lucha por la existencia en relación con otros seres orgánicos o con condiciones externas, sino de una lucha entre los individuos de un sexo —generalmente, los machos— por la posesión del otro sexo. El resultado no es la muerte del competidor desafortunado, sino el que deja poca o ninguna descendencia. La selección sexual es, por lo tanto, menos rigurosa que la selección natural. Generalmente, los machos más vigorosos, los que están mejor adecuados a su situación en la naturaleza, dejarán más descendencia; pero en muchos casos la victoria depende no tanto del vigor natural como de la posesión de armas especiales limitadas al sexo masculino. Un ciervo sin cuernos o un gallo sin espolones habrían de tener pocas probabilidades de dejar numerosa descendencia. La selección sexual, dejando siempre criar al vencedor, pudo, seguramente, dar valor indomable, longitud a los espolones, fuerza al ala para empujar la pata armada de espolón, casi del mismo modo que lo hace el brutal gallero mediante la cuidadosa selección de sus mejores gallos.

Ignoro hasta qué punto, en la escala de los seres naturales, llega esta ley del combate; se ha descrito que los cocodrilos riñen, rugen y giran alrededor —como los indios en una danza guerrera— por la posesión de las hembras. Se ha observado que los salmones machos pelean durante todo el día; los ciervos volantes machos, a veces llevan heridas de las enormes mandíbulas de los otros machos; el inimitable observador monsieur Fabre ha visto muchas veces a los machos de ciertos insectos himenópteros peleando por una hembra determinada que está posada al lado, espectador en apariencia indiferente de la lucha, la cual se retira después con el vencedor. La guerra es quizá más severa entre los machos de los animales polígamos, y parece que éstos cuentan muy frecuentemente con armas especiales. Los machos de los carnívoros están siempre bien armados, aun cuando a ellos y a otros pueden ser dados medios especiales de defensa mediante la selección natural, como la melena del león o la mandíbula ganchuda del salmón macho, pues tan importante puede ser para la victoria el escudo como la espada o la lanza.

Entre las aves, la contienda es muchas veces de carácter más pacífico. Todos los que se han ocupado de este asunto creen que entre los machos de muchas especies existe gran rivalidad por atraer cantando a las hembras. El tordo rupestre de Guayana, las aves del paraíso y algunas otras se reúnen, y los machos, sucesivamente, despliegan con el más minucioso cuidado y exhiben de la mejor manera su esplendoroso plumaje; además ejecutan extraños movimientos ante las hembras, que, asistiendo como espectadores, escogen al final al compañero más atractivo.

Los que han prestado mucha atención a las aves cautivas saben perfectamente que éstas, con frecuencia, tienen preferencias y aversiones individuales; así, sir R. Heron ha descrito cómo un pavo real manchado era sumamente atractivo para todas sus pavas. No puedo entrar aquí en los detalles necesarios; pero si el hombre puede en corto tiempo dar hermosura y porte elegante a sus gallinas bantam conforme a su standard o tipo de belleza, no se ve ninguna razón legítima para dudar de que las aves hembras, eligiendo durante miles de generaciones a los machos más hermosos y melodiosos según sus tipos de belleza, puedan producir un efecto señalado. Algunas leyes muy conocidas respecto al plumaje de las aves machos y hembras en comparación con el plumaje de los polluelos pueden explicarse, en parte, mediante la acción de la selección sexual sobre variaciones que se presentan en diferentes edades y se transmiten sólo a los machos, o a los dos sexos, en las edades correspondientes; pero no tengo aquí espacio para entrar en este asunto.

Así es que, a mi parecer, cuando los machos y las hembras tienen las mismas costumbres generales, pero difieren en conformación, color o adorno, estas diferencias han sido producidas principalmente por selección sexual, es decir: mediante individuos machos que han tenido en generaciones sucesivas alguna ligera ventaja sobre otros machos, en sus armas, medios de defensa o encantos, que han transmitido solamente a su descendencia masculina. Sin embargo, no quisiera atribuir todas las diferencias sexuales a esta acción, pues en los animales domésticos vemos surgir en el sexo masculino y quedar ligadas a él, particularidades que evidentemente no han sido acrecentadas mediante selección por el hombre. El mechón de filamentos en el pecho del pavo salvaje no puede tener ningún uso, y es dudoso que pueda ser ornamental a los ojos de la hembra; en realidad, si el mechón hubiese aparecido en estado doméstico se le habría calificado de monstruosidad.


Ejemplos de la acción de la selección natural
o de la supervivencia de los más aptos


Para que quede más claro cómo obra, en mi opinión, la selección natural, suplicaré que se me permita dar uno o dos ejemplos imaginarios. Tomemos el caso de un lobo que hace presa en diferentes animales, cogiendo a unos por astucia, a otros por fuerza y a otros por ligereza, y supongamos que la presa más ligera, un ciervo, por ejemplo, por algún cambio en el país, hubiese aumentado en número de individuos, o que otra presa hubiese disminuido durante la estación del año en que el lobo estuviese más duramente apurado por la comida. En estas circunstancias, los lobos más veloces y más ágiles tendrían las mayores probabilidades de sobrevivir y de ser así conservados o seleccionados, siempre que conservasen fuerza para dominar a sus presas en esta o en otra época del año, cuando se viesen obligados a apresar otros animales. No alcanzo a ver que haya más motivo para dudar de que éste sería el resultado, que para dudar de que el hombre sea capaz de perfeccionar la ligereza de sus galgos por selección cuidadosa y metódica, o por aquella clase de selección inconsciente que resulta de que todo hombre procura conservar los mejores perros, sin idea alguna de modificar la casta. Puedo añadir que, según míster Pierce, existen dos variedades del lobo en los montes Catskill, en los Estados Unidos: una, de forma ligera, como de galgo, que persigue al ciervo, y la otra, más gruesa, con patas más cortas, que ataca con más frecuencia a los rebaños de los pastores.

Habría que advertir que en el ejemplo anterior hablo de los individuos lobos más delgados, y no de que haya sido conservada una sola variación sumamente marcada. En ediciones anteriores de esta obra he hablado algunas veces como si esta última posibilidad hubiese ocurrido frecuentemente. Veía la gran importancia de las diferencias individuales, y esto me condujo a discutir ampliamente los resultados de la selección inconsciente del hombre, que estriba en la conservación de todos los individuos más o menos valiosos y en la destrucción de los peores. Veía también que la conservación en estado natural de una desviación accidental de estructura, tal como una monstruosidad, tenía que ser un acontecimiento raro, y que, si se conservaba al principio, se perdería generalmente por los cruzamientos ulteriores con individuos ordinarios. Sin embargo, hasta leer un estimable y autorizado artículo en la North British Review (1867) no aprecié lo raro que es el que se perpetúen las variaciones únicas, lo mismo si son poco marcadas que si lo son mucho. El autor toma el caso de una pareja de animales que produce durante el transcurso de su vida doscientos descendientes, de los cuales, por diferentes causas de destrucción, sólo dos, por término medio, sobreviven para reproducir su especie. Esto es un cálculo más bien exagerado para los animales superiores; pero no, en modo alguno, para muchos de los organismos inferiores. Demuestra entonces el autor que si naciese un solo individuo que variase en algún modo que le diese dobles probabilidades de vida que a los otros individuos, las probabilidades de que sobreviviera serían todavía sumamente escasas. Suponiendo que éste sobreviva y críe, y que la mitad de sus crías hereden la variación favorable, todavía, según sigue exponiendo el autor, las crías tendrían una probabilidad tan sólo ligeramente mayor de sobrevivir y criar, y esta probabilidad iría decreciendo en las generaciones sucesivas. Lo justo de estas observaciones no puede, creo yo, ser discutido. Por ejemplo: si un ave de alguna especie pudiese procurarse el alimento con mayor facilidad por tener el pico curvo, y si naciese un individuo con el pico sumamente curvo y que a consecuencia de ello prosperase, habría, sin embargo, poquísimas probabilidades de que este solo individuo perpetuase la variedad hasta la exclusión de la forma común; pero, juzgando por lo que vemos que ocurre en estado doméstico, apenas puede dudarse que se seguiría este resultado de la conservación, durante muchas generaciones, de un gran número de individuos de pico más o menos marcadamente curvo, y de la destrucción de un número todavía mayor de individuos de pico muy recto.

Sin embargo, no habría que dejar pasar inadvertido que ciertas variaciones bastante marcadas, que nadie clasificaría como simples diferencias individuales, se repiten con frecuencia debido a que organismos semejantes experimentan influencias semejantes, hecho del que podrían citarse numerosos ejemplos en nuestras producciones domésticas. En tales casos, si el individuo que varía no transmitió positivamente a sus descendientes el carácter recién adquirido, indudablemente les transmitiría —mientras las condiciones existentes permaneciesen iguales— una tendencia aún más enérgica a variar del mismo modo. Tampoco puede caber duda de que la tendencia a variar del mismo modo ha sido a veces tan enérgica que se han modificado de manera semejante, sin ayuda de ninguna forma de selección, todos los individuos de la misma especie, o puede haber sido modificada así sólo una tercera parte o una décima parte de los individuos; hecho del que podrían citarse diferentes ejemplos. Así, Graba calcula que una quinta parte aproximadamente de los aranes de las islas Feroé son de una variedad tan señalada, que antes era clasificada como una especie distinta, con el nombre de Uria lacrymans. En casos de esta clase, si la variación fuese de naturaleza ventajosa, la forma primitiva sería pronto suplantada por la forma modificada, a causa de la supervivencia de los más aptos.

He de insistir sobre los efectos del cruzamiento en la eliminación de variaciones de toda clase; pero puede hacerse observar aquí que la mayor parte de los animales y las plantas se mantienen en sus propios países y no van de uno a otro innecesariamente; vemos esto hasta en las aves migratorias, que casi siempre vuelven al mismo sitio. Por consiguiente, toda variedad recién formada tendría que ser generalmente local al principio, como parece ser la regla ordinaria en las variedades en estado natural; de manera que pronto existirían reunidos en un pequeño grupo individuos modificados de un modo semejante, y con frecuencia criarían juntos. Si la nueva variedad era afortunada en su lucha por la vida, lentamente se propagaría desde una región central, compitiendo con los individuos no modificados y venciéndolos en los bordes de un círculo siempre creciente.

Valdría la pena de dar otro ejemplo más complejo de la acción de la selección natural. Ciertas plantas segregan un jugo dulce, al parecer, con objeto de eliminar algo nocivo de su savia; esto se efectúa, por ejemplo, por glándulas de la base de las estípulas de algunas leguminosas y del envés de las hojas del laurel común. Este jugo, aunque en poca cantidad, es codiciosamente buscado por los insectos; pero sus visitas no benefician en modo alguno a la planta. Ahora bien: supongamos que el jugo o néctar fue secretado por el interior de las flores de un cierto número de plantas de una especie; los insectos, al buscar el néctar, quedarían empolvados de polen, y con frecuencia lo transportarían de una flor a otra; las flores de dos individuos distintos de la misma especie quedarían así cruzadas, y el hecho del cruzamiento, como puede probarse plenamente, origina plantas vigorosas, que, por consiguiente, tendrán las mayores probabilidades de florecer y sobrevivir. Las plantas que produjesen flores con las glándulas y los nectarios mayores y que segregasen más néctar serían las visitadas con mayor frecuencia por los insectos y las más frecuentemente cruzadas; de este modo, a la larga, adquirirían ventaja y formarían una variedad local. Del mismo modo, las flores que, en relación con el tamaño y las costumbres del insecto determinado que las visitase, tuviesen sus estambres y pistilos colocados de modo que facilitase en cierto grado el transporte del polen, serían también favorecidas. Pudimos haber tomado el caso de los insectos que visitan flores con el objeto de recoger polen, en vez de néctar; y como el polen se forma con el único fin de servir a la fecundación, su destrucción parece ser una simple pérdida para la planta; sin embargo, el que un poco de polen sea llevado de una flor a otra, primero accidentalmente y luego habitualmente, por los insectos que se alimentan de polen, efectuándose de este modo un cruzamiento, aun cuando nueve décimas partes del polen se destruyan, podría ser todavía un gran beneficio para la planta el que el polen fuese tomado de este modo, y los individuos que produjesen más y más polen y tuviesen mayores anteras serían seleccionados.

Cuando nuestra planta, mediante este proceso que se extiende por mucho tiempo, se vuelve —a pesar suyo— sumamente atractiva para los insectos, éstos llevan regularmente el polen de flor en flor. A través de muchos ejemplos sorprendentes puedo demostrar fácilmente que este hecho ocurre positivamente. Daré sólo uno que sirva además de ejemplo de un paso en la separación de los sexos de las plantas. Unos acebos sólo tienen flores masculinas con cuatro estambres, que producen una cantidad relativamente pequeña de polen, y un pistilo rudimentario; otros acebos sólo tienen flores femeninas con un pistilo completamente desarrollado y cuatro estambres con anteras arrugadas, en las cuales no se puede encontrar ni un grano de polen. Habiendo hallado un acebo hembra exactamente a 60 yardas de un acebo macho, puse al microscopio los estigmas de 20 flores, tomadas de diferentes ramas, y en todas, sin excepción, había unos cuantos granos de polen, y en algunas en abundancia. Como el viento había soplado durante varios días en dirección del acebo hembra al acebo macho, el polen no pudo ser llevado por este medio. El tiempo había estado frío y borrascoso y, por consiguiente, desfavorable a las abejas, y sin embargo todas las flores femeninas que examiné habían sido fecundadas positivamente por las abejas que habían volado de un acebo a otro en busca de néctar. Pero volviendo a nuestro caso imaginario, tan pronto como la planta se volvió tan atractiva para los insectos que el polen fue llevado regularmente de flor en flor, comenzó otro proceso. Ningún naturalista duda de lo que se ha llamado división fisiológica del trabajo; por consiguiente, podemos creer que para una planta resulta ventajoso producir sólo estambres en una flor o en toda una planta, y sólo pistilos en otra flor o en otra planta. En plantas cultivadas o colocadas bajo nuevas condiciones de vida, los órganos masculinos unas veces y los femeninos otras se vuelven más o menos importantes; ahora bien, si suponemos que esto ocurre en la naturaleza, así sea en un grado mínimo, entonces, como el polen ya es llevado regularmente de flor en flor y como una separación completa de los sexos de nuestra planta resulta ventajosa por el principio de la división del trabajo, los individuos que muestran esta tendencia, en un número cada vez mayor, son continuamente favorecidos o seleccionados, hasta que al fin se efectúa una separación completa de los sexos. Cubriría demasiado espacio mostrar los diversos grados —pasando por el dimorfismo y otros medios— por los que la separación de los sexos, en plantas de varias clases, se efectúa realmente en la actualidad. Pero puedo añadir que algunas de las especies de acebo de América del Norte están, según Asa Gray, en un estado exactamente intermedio o, para usar sus propios términos, son más o menos dioicamente polígamas.

Volvamos ahora a los insectos que se alimentan de néctar. Supongamos que la planta en la que hemos aumentado la producción de néctar por selección continuada sea una planta común, y que ciertos insectos dependen particularmente de su néctar para alimentarse. Podría citar muchos hechos que demuestran lo codiciosas que son las abejas por ahorrar tiempo; por ejemplo, su costumbre de hacer agujeros y chupar el néctar en la base de ciertas flores, a las cuales, con un poco más de molestia, pueden entrar por la garganta. Teniendo presentes estos hechos, estamos en posibilidades de creer que, bajo ciertas circunstancias, diferencias individuales en la curvatura o la longitud de la lengua, demasiado pequeñas para ser apreciadas a simple vista, podrían servir a una abeja o a otro insecto para obtener su alimento más rápidamente que otros; de esta manera, las comunidades a las que perteneciesen prosperarían y levantarían muchos enjambres que heredarían las mismas cualidades.

El tubo de la corola del trébol rojo común y el del trébol encarnado (Trifolium pratense y T. incarnatum) no parecen a primera vista diferir en longitud; sin embargo, la abeja común chupa fácilmente el néctar del trébol encarnado pero no el del trébol rojo, que es visitado sólo por los abejorros; de modo que campos enteros de trébol rojo ofrecen en vano una abundante provisión de precioso néctar a la abeja común. Que este néctar gusta mucho a la abeja común es indudable, pues repetidas veces —aunque sólo en otoño— he visto a muchas abejas comunes chupar el néctar de las flores a través de los agujeros hechos por los abejorros. La diferencia en la longitud de la corola en las dos especies de trébol, que determina las visitas da la abeja común, tiene que ser insignificante, pues se me asegura que cuando el trébol rojo es segado, las flores de la segunda cosecha son menores y muy visitadas por la abeja común. Yo no sé si este dato es exacto, ni si puede darse crédito a otro dato publicado, a saber: que la abeja de Liguria, generalmente considerada como una simple variedad de la abeja común ordinaria y que se cruza con ella de manera espontánea, es capaz de chupar el néctar del trébol rojo. De esta manera, en un país donde abunde esta clase de trébol puede ser una gran ventaja que la abeja común tenga la lengua un poco más larga o constituida de manera diferente. Por otra parte, como la fecundidad de este trébol depende totalmente de los himenópteros que visitan las flores, si los abejorros llegasen a ser raros en algún país, podría ser una gran ventaja para la planta el tener una corola más corta o más profundamente dividida, de suerte que la abeja común pueda chupar sus flores. Es así como puedo entender cómo una flor y una abeja pudieron modificarse lentamente —ya de una manera simultánea, ya una después de otra— y adaptarse entre sí del modo más perfecto posible mediante la conservación continuada de todos los individuos que presentaban ligeras variaciones de conformación mutuamente favorables.

Bien sé que esta doctrina de la selección natural, de la que son ejemplo los anteriores casos imaginarios, está expuesta a las mismas objeciones que se suscitaron al principio contra las elevadas teorías de sir Charles Lyell acerca de los cambios modernos de la tierra como explicaciones de la geología; pero ya hoy pocas veces oímos hablar de los agentes que siguen en actividad como de causas inútiles o insignificantes, cuando se acude a ellas para explicar la excavación de los valles más profundos o la formación de largas líneas de acantilados en el interior de un país. La selección natural obra solamente mediante la conservación y acumulación de pequeñas modificaciones heredadas, todas provechosas; y así como la geología moderna casi ha desterrado opiniones tales como la excavación de un gran valle por una sola honda diluvial, de igual modo la selección natural desterrará la creencia de la creación continua de nuevos seres orgánicos o de cualquier modificación grande y súbita en su estructura.

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Sobre el cruzamiento de los individuos


Intercalaré aquí una breve digresión. En el caso de animales y plantas con sexos separados es evidente, por supuesto, que para criar tienen siempre que unirse dos individuos, excepto en los casos curiosos y no bien conocidos de partenogénesis; pero en los hermafroditas esto dista mucho de ser evidente. Sin embargo, hay razones para creer que en todos los seres hermafroditas concurren, accidental o habitualmente, dos individuos para la reproducción de su especie. Esta idea fue hace mucho tiempo sugerida, con dudas, por Sprengel, Knight y Kölreuter. Ahora veremos su importancia; pero trataré aquí el asunto con suma brevedad, a pesar de tener preparados los materiales para una amplia discusión.

Todos los vertebrados, todos los insectos y algunos otros grandes grupos de animales se aparean cada vez que se reproducen. Las investigaciones modernas han arrojado una disminución significativa del número de hermafroditas, y un gran número de los hermafroditas verdaderos se aparean, esto es, dos de sus individuos se unen normalmente para la reproducción, que es lo que nos interesa. A pesar de esto, hay muchos animales hermafroditas que habitualmente no se aparean, y la gran mayoría de las plantas son hermafroditas. Podemos preguntarnos: ¿qué razón existe para suponer que en aquellos casos concurren siempre dos individuos para la reproducción? Como es imposible entrar aquí en detalles, me limitaré a algunas consideraciones generales.

En primer lugar, he reunido un cúmulo tan grande de casos y he hecho tantos experimentos que demuestran, de conformidad con la creencia casi universal de los criadores, que en los animales y las plantas el cruzamiento entre variedades distintas o entre individuos de la misma variedad pero de otra estirpe da vigor y fecundidad a la descendencia, y, por el contrario, que la cría entre parientes próximos disminuye el vigor y la fecundidad, que estos hechos, por sí solos, me inclinan a creer que es una ley general de la naturaleza el que ningún ser orgánico se fecunde a sí mismo durante un número infinito de generaciones, y que, de vez en cuando, quizá con largos intervalos, es indispensable que se cruce con otro individuo.

Admitiendo que esto es una ley de la naturaleza, podremos, creo yo, explicar varias clases de hechos muy numerosos, como los siguientes, que son inexplicables desde cualquier otro punto de vista. Todo horticultor que se ocupa de cruzamientos sabe lo desfavorable que es para la fecundación de una flor el hecho de que esté expuesta a mojarse, y, sin embargo, ¡qué multitud de flores tienen sus anteras y sus estigmas completamente expuestos a la intemperie! Pero si de vez en cuando es indispensable algún cruzamiento, no obstante el hecho de que las anteras y los pistilos de la propia planta estén tan próximos que casi aseguren la autofecundación o la fecundación por sí misma, la completa libertad para la entrada de polen de otros individuos explicará lo que se acaba de decir sobre la exposición de los órganos. Muchas flores, por el contrario, tienen sus órganos de fructificación completamente encerrados, como ocurre en la gran familia de las papilionáceas, o familia de los guisantes; pero estas flores presentan casi siempre bellas y curiosas adaptaciones a las visitas de los insectos. Tan necesarias son las visitas de los himenópteros para muchas flores papilionáceas, que su fecundidad disminuye mucho si dichas visitas se impiden. Ahora bien: apenas si es posible que los insectos que van de flor en flor dejen de llevar polen de una a otra, con gran beneficio para la planta. Los insectos obran como un pincel de acuarela, y para asegurar la fecundación basta con tocar con el mismo pincel primero las anteras de una flor y luego el estigma de otra; pero de ello no hay que suponer que los himenópteros producen de este modo una multitud de híbridos entre distintas especies, pues si se colocan en el mismo estigma el polen de una planta y el polen de otra especie, el primero es tan fuerte, que, invariablemente, destruye por completo la influencia del polen extraño, según demostró Gärtner.

Cuando los estambres de una flor se lanzan súbitamente hacia el pistilo o se mueven lentamente, uno tras otro, hacia él, el artificio parece adaptado exclusivamente para asegurar la autofecundación, y es indudablemente útil para este fin; pero muchas veces se requiere la acción de los insectos para hacer que los estambres se echen hacia delante, como Kölreuter ha demostrado que ocurre en el agracejo; y en este mismo género, que parece tener una disposición especial para la autofecundación, es bien sabido que si se plantan, unas cerca de otras, formas o variedades muy próximas, es casi imposible obtener semillas que den plantas puras: a tal grado se cruzan naturalmente.

En otros numerosos casos, lejos de verse favorecida la autofecundación, hay disposiciones especiales que impiden eficazmente que el estigma reciba polen de la misma flor, como podría demostrarse por las obras de Sprengel y otros autores, lo mismo que por mis propias observaciones. En Lobelia fulgens, por ejemplo, hay un mecanismo verdaderamente primoroso y acabado, mediante el cual los granos de polen, infinitamente numerosos, son barridos de las anteras reunidas de cada flor antes de que el estigma de ella esté dispuesto para recibirlos; y como esta flor nunca es visitada —por lo menos, en mi jardín— por los insectos, nunca produce semilla alguna, a pesar de que al colocar polen de una flor sobre el estigma de otra obtengo multitud de semillas. Otra especie de Lobelia, que es visitada por las abejas, produce semillas espontáneamente en mi jardín.

En muchísimos otros casos, aun cuando no existe ninguna disposición mecánica que impida que el estigma reciba polen de la misma flor, ocurre sin embargo, como lo han demostrado Sprengel y recientemente Hieldebrand y otros, y como yo mismo puedo confirmar, que o bien las anteras estallan antes de que el estigma esté dispuesto para la fecundación, o bien el estigma lo está antes de que lo esté el polen de la flor; de modo que estas plantas, llamadas dicógamas, tienen de hecho sexos separados y habitualmente necesitan cruzarse. Lo mismo ocurre con las plantas recíprocamente dimorfas y trimorfas a que anteriormente se ha hecho alusión. ¡Qué extraños son estos hechos! ¡Qué extraño que el polen y la superficie estigmática de una misma flor, a pesar de estar situados tan cerca, precisamente con el objeto de favorecer la autofecundación, hayan de resultar en tantos casos mutuamente inútiles! ¡Con qué sencillez se explican estos hechos en la hipótesis de que un cruzamiento accidental con un individuo distinto sea ventajoso o indispensable!

Si a diferentes variedades de col, rábano, cebolla y algunas otras plantas se les deja dar semillas unas junto a otras, la gran mayoría de las plantitas así obtenidas resultarán plantas mestizas, según he comprobado; por ejemplo: obtuve 233 plantitas de col de algunas plantas de diferentes variedades que habían crecido unas al lado de otras, y de ellas solamente 78 fueron de raza pura, e incluso algunas de ellas no lo fueron del todo. Sin embargo, el pistilo de cada flor de col estaba rodeado no sólo de sus seis estambres propios, sino también de los de otras muchas flores de la misma planta, y el polen de cada flor se deposita fácilmente sobre su propio estigma sin mediación alguna de los insectos, pues he comprobado que plantas cuidadosamente protegidas contra los insectos producen el número correspondiente de frutos. ¿Cómo es, pues, que un número tan grande de plantitas resultan mestizas? Este hecho tiene que provenir del polen de una variedad distinta que tiene un efecto predominante sobre el propio polen de la flor, y corresponde a una parte de la ley general del resultado ventajoso de cruzar distintos individuos de la misma especie. Cuando se cruzan especies distintas, el caso se invierte, pues el polen propio de una planta es casi siempre predominante sobre el polen extraño; pero acerca de este asunto insistiremos en otro capítulo.

En el caso de un árbol grande cubierto de innumerables flores, se puede objetar que el polen raras veces puede ser llevado de un árbol a otro, y generalmente sólo de una flor a otra del mismo árbol, y que las flores del mismo árbol sólo en un sentido limitado pueden considerarse como individuos distintos. Creo que esta objeción es válida, pero creo también que la naturaleza lo ha previsto ampliamente al dar a los árboles una marcada tendencia a contar con flores de sexos separados. Cuando los sexos están separados, aunque el mismo árbol pueda dar flores masculinas y flores femeninas, el polen tiene que ser llevado regularmente de una flor a otra, lo que aumenta las probabilidades de que el polen sea de vez en cuando llevado de un árbol a otro. Observo que en nuestro país los árboles que pertenecen a todos los órdenes tienen los sexos separados con más frecuencia que otras plantas. A petición mía, el doctor Hooker levantó una estadística de los árboles de Nueva Zelanda, y el doctor Asa Gray otra de los árboles de los Estados Unidos, y el resultado fue el que yo había previsto. Por el contrario, Hooker me informa que la regla no se confirma en Australia; pero si la mayor parte de los árboles australianos son dicógamos, tiene que producirse el mismo resultado que si tuviesen flores de sexos separados. He hecho estas cuantas observaciones sobre los árboles simplemente para llamar la atención hacia el asunto.

Volvamos por un momento a los animales: diferentes especies terrestres son hermafroditas, como los moluscos terrestres y las lombrices de tierra; pero todos ellos se aparean. Hasta ahora no he encontrado un solo animal terrestre que pueda fecundarse a sí mismo. Este hecho notable, que contrasta marcadamente con lo que sucede con las plantas terrestres, es inteligible en la hipótesis de que de vez en cuando es indispensable un cruzamiento, pues debido a la naturaleza del elemento fecundante, no hay en este caso medios análogos a la acción de los insectos y del viento en las plantas a través de los cuales pueda efectuarse en los animales terrestres un cruzamiento accidental sin el concurso de dos individuos. De los animales acuáticos hay muchos hermafroditas que se fecundan a sí mismos; pero aquí las corrientes de agua ofrecen un medio expreso para el cruzamiento accidental. Como en el caso de las flores, hasta ahora no he conseguido descubrir —después de consultar con una de las más altas autoridades, el profesor Huxley— un solo animal hermafrodita con los órganos de reproducción tan perfectamente encerrados que pueda demostrarse que es físicamente imposible el acceso desde fuera y la influencia accidental de un individuo distinto. Durante mucho tiempo me pareció que los cirrípedos constituían, desde este punto de vista, un caso dificilísimo; pero, por una feliz casualidad, me ha sido posible probar que algunas veces dos individuos —aun cuando sean hermafroditas capaces de fecundarse a sí mismos— se cruzan positivamente.

Tiene que haber llamado la atención de la mayor parte de los naturalistas, como una anomalía extraña, el hecho de que tanto en los animales como en las plantas unas especies de la misma familia, e incluso del mismo género, sean hermafroditas y otras unisexuales, a pesar de la gran semejanza que guardaban entre sí en toda su organización. Pero si de hecho todos los hermafroditas se cruzan de vez en cuando, la diferencia entre ellos y las especies unisexuales es pequeñísima por lo que se refiere a la función. De estas varias consideraciones y de muchos hechos especiales que he reunido, pero que no puedo explicar aquí, resulta que en los animales y en las plantas el cruzamiento accidental entre individuos distintos es una ley muy general —si no es que universal— de la naturaleza.


Circunstancias favorables o la producción
de nuevas formas por selección natural


Es éste un asunto sumamente complicado. Una gran variabilidad —y en esta denominación se incluyen desde luego las diferencias individuales— resulta evidentemente favorable. Un gran número de individuos, por aumentar las probabilidades de aparición de variedades ventajosas en un periodo dado, compensará una variabilidad menor en cada individuo, y constituye, a mi parecer, un elemento importantísimo de éxito. Aunque la naturaleza concede largos periodos de tiempo para la obra de la selección natural, no concede un periodo indefinido; pues como todos los seres orgánicos se esfuerzan por ocupar todos los puestos en la economía de la naturaleza, cualquier especie que no se modifique y perfeccione en el grado correspondiente en relación con sus competidores será exterminada. Si las variaciones favorables no son heredadas, por lo menos, por algunos de los descendientes, nada puede hacer la selección natural. La tendencia a la reversión puede muchas veces dificultar o impedir la labor; pero no habiendo esta tendencia impedido al hombre formar por selección numerosas razas domésticas, ¿por qué habrá de prevalecer contra la selección natural?

En la selección metódica, un criador selecciona con un objeto definido, y si deja que los individuos se crucen libremente, su obra fracasará por completo. Pero cuando muchos hombres, sin intentar modificar la raza, tienen un standard o tipo de perfección aproximadamente igual y todos tratan de procurarse los mejores animales y obtener crías de ellos, segura, aunque lentamente, resultará una mejora de este proceso inconsciente de selección, a pesar de que en este caso no hay separación de individuos elegidos. Así ocurre en la naturaleza, pues dentro de una región limitada, con algún lugar en la economía natural no bien ocupado, todos los individuos que varíen en la dirección debida, aunque en grados diferentes, tenderán a conservarse. Pero si la región es grande, sus diferentes distritos presentarán casi con seguridad condiciones diferentes de vida y entonces, si la misma especie sufre modificación en distintos distritos, las variedades recién formadas se cruzarán entre sí en los límites de aquellos. Pero en el capítulo VI veremos que las variedades intermedias, que habitan en distritos intermedios, serán, a la larga, generalmente suplantadas por alguna de las variedades que viven contiguas. El cruzamiento influirá principalmente en aquellos animales que se unen para cada cría, que se mueven mucho de un lugar a otro y que no crían de un modo muy rápido. De ahí que en animales de esta clase —por ejemplo, las aves— las variedades se encuentran generalmente confinadas en países separados, hecho que veo que así ocurre. En los organismos hermafroditas que se cruzan sólo de vez en cuando, así como en los animales que se unen para cada cría, pero que vagan poco y pueden aumentar de un modo rápido, una variedad nueva y mejorada puede formarse rápidamente en cualquier sitio y mantenerse formando un grupo, y extenderse después, de modo que los individuos de la nueva variedad tienen que cruzarse principalmente entre sí. Según este principio, los horticultores prefieren guardar semillas procedentes de una gran plantación, porque de este modo las probabilidades de cruzamiento disminuyen.

Incluso en los animales que se unen para cada cría y que no se propagan rápidamente, no es posible admitir que el cruzamiento libre elimine siempre los efectos de la selección natural, pues puedo presentar una serie considerable de hechos que demuestran que, en un mismo territorio, dos variedades del mismo animal pueden permanecer distintas mucho tiempo por no frecuentar los mismos sitios, por criar en épocas algo diferentes o porque los individuos de cada variedad prefieren unirse entre sí.

El cruzamiento desempeña en la naturaleza un papel importantísimo al conservar en los individuos de la misma especie o de la misma variedad el carácter puro y uniforme. Evidentemente, el cruzamiento obrará con mucha más eficacia en los animales que se unen para cada cría; pero, como ya se ha dicho, tenemos motivos para creer que en todos los animales y las plantas ocurren cruzamientos accidentales. Aun cuando éstos tengan lugar sólo luego de largos intervalos de tiempo, las crías aventajarán tanto en vigor como en fecundidad a los descendientes procedentes de la autofecundación continuada durante mucho tiempo, por lo que tendrán más probabilidades de sobrevivir y propagar su especie y su variedad. De esta manera, a la larga, la influencia de los cruzamientos, aun cuando éstos se den de tarde en tarde, será grande.

Respecto a los seres orgánicos muy inferiores en la escala, que no se propagan sexualmente ni se conjugan, y que no pueden cruzarse, si continúan en las mismas condiciones de vida pueden conservar la uniformidad de caracteres sólo por el principio de la herencia y por la selección natural, que destruirá a todo individuo que se aparte del tipo natural. Si las condiciones de vida cambian y la forma experimenta modificación, la descendencia modificada puede adquirir la uniformidad de caracteres si la selección natural conserva variaciones favorables análogas.

El aislamiento también es un elemento importante en la modificación de las especies por selección natural. En un territorio cerrado o aislado, si no es muy grande, las condiciones orgánicas e inorgánicas de vida serán generalmente casi uniformes, de modo que la selección natural tenderá a modificar de igual modo a todos los individuos de la misma especie que varíen. Además, en este caso se evitará el cruzamiento con los habitantes de los distritos vecinos. Recientemente, Moritz Wagner ha publicado un interesante ensayo sobre este asunto y ha demostrado que el servicio que presta el aislamiento al evitar cruzamientos entre variedades recién formadas es probablemente aún mayor de lo que yo supuse; pero, por razones ya expuestas, no puedo, en modo alguno, estar de acuerdo con este naturalista en su opinión de que la migración y el aislamiento son elementos necesarios para la formación de especies nuevas. La importancia del aislamiento es igualmente grande al impedir, después de algún cambio físico en las condiciones —un cambio de clima, la elevación del suelo, etc.—, la inmigración de organismos mejor adaptados; de este modo quedan vacantes nuevos puestos en la economía natural del distrito, puestos que son llenados mediante modificaciones de los antiguos habitantes. Finalmente, el aislamiento da tiempo para que se perfeccione lentamente una nueva variedad, y esto, a veces, puede ser de mucha importancia. Sin embargo, si un territorio aislado es muy pequeño, sea por estar rodeado de barreras, sea porque cuente con condiciones físicas muy peculiares, el número total de los habitantes será pequeño, lo que retardará la producción de nuevas especies mediante selección natural, pues las probabilidades de que aparezcan variaciones favorables disminuye.

El simple transcurso del tiempo, por sí mismo, no hace nada en favor ni en contra de la selección natural. Digo esto porque se ha afirmado erróneamente que he dado por sentado que el elemento tiempo representa un papel importantísimo en la modificación de las especies, como si todas las formas de vida necesariamente experimentacen cambios por alguna ley innata. El transcurso del tiempo sólo es importante —y su importancia en este concepto es grande— en la medida en que ofrece mayores probabilidades de que aparezcan variaciones ventajosas y de que sean seleccionadas, acumuladas y fijadas. El transcurso del tiempo contribuye también a aumentar la acción directa de las condiciones físicas de vida en relación con la constitución de cada organismo.

Si nos dirigimos a la naturaleza para comprobar la verdad de estas afirmaciones y consideramos algún pequeño territorio aislado, como una isla oceánica, aunque el número de especies que lo habitan sea muy pequeño, como veremos en nuestro capítulo sobre distribución geográfica, sin embargo, un tanto por ciento grandísimo de estas especies será peculiar, esto es, se habrá dado ahí y en ninguna otra parte del mundo. De ahí que las islas oceánicas, a primera vista, parecen haber sido sumamente favorables para la producción de especies nuevas; pero podemos engañarnos, pues para decidir si un pequeño territorio aislado o un gran territorio abierto, como un continente, ha sido más favorable para la producción de nuevas formas orgánicas, tenemos que hacer la comparación en igualdad de tiempo, y esto no es posible hacerlo.

Aunque el aislamiento es de gran importancia en la producción de especies nuevas, en general me inclino a creer que la extensión del territorio es todavía más importante, especialmente para la producción de especies que resulten capaces de subsistir durante un largo periodo y de extenderse a gran distancia. En un territorio grande y abierto no sólo habrá más probabilidades de que surjan variaciones favorables de entre el gran número de individuos de la misma especie que lo habitan, sino que además las condiciones de vida son mucho más complejas, a causa del gran número de especies ya existentes; y si alguna de estas muchas especies se modifica y perfecciona, otras tendrán que perfeccionarse en la medida correspondiente, o serán exterminadas. Cada forma nueva, además, tan pronto como se haya perfeccionado, será capaz de extenderse por el territorio abierto y continuo, y de este modo entrará en competencia con muchas otras formas. Además, grandes territorios hoy en día continuos, en muchos casos debido a oscilaciones anteriores de nivel, existieron antes en estado fraccionado; de modo que generalmente habrán concurrido, hasta cierto punto, los buenos efectos del aislamiento. Por último, llego a la conclusión de que, aun cuando los territorios pequeños aislados han sido en muchos conceptos sumamente favorables para la producción de nuevas especies, el curso de la modificación habrá sido generalmente más rápido en los grandes territorios, y, lo que es más importante, las nuevas especies producidas en territorios grandes, que ya han sido vencedoras de muchos competidores, serán las que se extenderán más lejos y darán origen a un mayor número de variedades y especies; de este modo representarán el papel más importante en la historia, tan variada, del mundo orgánico.

De conformidad con esta opinión, podemos quizá comprender algunos hechos, sobre los que insistiremos de nuevo en nuestro capítulo sobre distribución geográfica; por ejemplo: el hecho de que las producciones del pequeño continente australiano cedan ante las del gran territorio europeo asiático. El hecho de que las producciones continentales se han naturalizado en un gran número en las islas. En una isla pequeña, la lucha por la vida habrá sido menos severa, y habrá habido menos modificación y menos exterminio. Por esto podemos comprender cómo la flora de Madera, según Oswald Heer, se parece, hasta cierto punto, a la extinguida flora terciaria de Europa. Todas las masas de agua dulce, tomadas en conjunto, constituyen una extensión pequeña, comparada con la del mar o con la de la tierra. Por consiguiente, la competencia entre las producciones de agua dulce habrá sido menos dura que en cualquier otra parte; las nuevas formas se habrán producido, por consiguiente, con más lentitud, y las formas viejas habrán sido exterminadas más lentamente. Y es precisamente en las aguas dulces donde encontramos siete géneros de peces ganoideos, resto de un orden preponderante en otro tiempo, y en agua dulce encontramos algunas de las formas más anómalas conocidas hoy en el mundo, como Ornithorhynchus y Lepidosiren, que, como los fósiles, unen, hasta cierto punto, órdenes actualmente muy separados en la escala natural. Estas formas anómalas pueden ser llamadas fósiles vivientes: han resistido hasta hoy por haber vivido en regiones confinadas y por haber estado expuestos a una competencia menos variada y, por consiguiente, menos severa.

Resumiendo, hasta donde la extrema complicación del asunto lo permite, las circunstancias favorables y desfavorables para la producción de nuevas especies por selección natural, llego a la conclusión de que, para las producciones terrestres, un gran territorio continental que haya experimentado muchas oscilaciones de nivel habrá sido lo más favorable para la producción de nuevas formas de vida, capaces de durar mucho tiempo y de extenderse mucho. Mientras el territorio existió como continente, los habitantes habrán sido numerosos en individuos y especies, y habrán estado sometidos a una rigurosa competencia. Cuando por depresión se convirtió en grandes islas separadas, habrán subsistido muchos individuos de la misma especie en cada isla, imposibilitándose el cruzamiento fuera de los límites de la extensión ocupada por cada nueva especie; después de cambios físicos de cualquier clase, la inmigración habrá quedado excluida, de modo que los nuevos puestos en la economía de cada isla habrán tenido que ser ocupados por medio de la modificación de los antiguos habitantes, y con tiempo para que se modificasen y perfeccionasen las variedades de cada isla. Al convertirse de nuevo las islas, por nueva elevación, en un territorio continental, habrá habido de nuevo una rigurosísima competencia; las variedades más favorecidas o perfeccionadas habrán podido extenderse, se habrán extinguido muchas de las formas menos perfeccionadas, y las relaciones numéricas entre los diferentes habitantes del continente reconstituido habrán cambiado de nuevo, como de nuevo habrá habido un campo favorable para que la selección natural perfeccionara todavía más a los habitantes y produjera de este modo nuevas especies.

Admito por completo que la selección natural obra generalmente con extrema lentitud. Sólo puede obrar cuando en la economía natural de una región haya puestos que puedan estar mejor ocupados mediante la modificación de algunos de los habitantes que en ella viven. La existencia de tales puestos dependerá con frecuencia de los cambios físicos, que generalmente se verifican con gran lentitud, y de que se impida la inmigración de formas mejor adaptadas. Muchas veces, conforme algunos de los antiguos habitantes se modifican, las relaciones mutuas entre los otros se ven perturbadas, lo que crea nuevos puestos a punto para ser ocupados por formas mejor adaptadas; pero todo esto se efectua muy lentamente. Aunque todos los individuos de la misma especie difieren entre sí en algún pequeño grado, con frecuencia ha de pasar mucho tiempo antes de que se presenten, en las diversas partes de la organización, diferencias de naturaleza conveniente. A menudo, el cruzamiento libre retarda mucho el resultado. Alguien puede decir que estas diferentes causas son suficientes para neutralizar el poder de la selección natural. No lo creo así. Lo que creo es que la selección natural obrará, en general, con mucha lentitud, sólo en largos intervalos y sólo sobre algunos de los habitantes de la misma región. Creo además que estos lentos e intermitentes resultados concuerdan bien con lo que la Geología nos dice acerca de la velocidad y la manera como han cambiado los seres que habitan la tierra.

Por lento que pueda ser el proceso de selección, si el hombre, tan débil, es capaz de hacer mucho a través de la selección artificial, no puedo ver ningún límite para la cantidad de variación, para la belleza y para la complejidad de las adaptaciones de todos los seres entre sí, o a sus condiciones físicas de vida, que pueden haber sido realizadas, en el largo transcurso del tiempo, mediante el poder de la selección de la naturaleza; esto es, a través de la supervivencia de los más aptos.


Extinción producida por selección natural


Este asunto será discutido con mayor amplitud en el capítulo sobre Geología; pero hay que aludir a él aquí, por estar íntimamente relacionado con la selección natural. La selección natural obra sólo mediante la conservación de variaciones en algún modo ventajosas, y que, por consiguiente, persisten. Debido a la elevada progresión geométrica en el aumento de todos los seres vivientes, cada territorio está ya provisto por completo de habitantes; de esto se sigue que, del mismo modo como el número de individuos de las formas favorecidas aumenta, así también el de las menos favorecidas generalmente disminuye y llegan a ser raras. La Geología nos enseña que la escasez es precursora de la extinción. Podemos ver que toda forma que esté representada por pocos individuos corre un gran riesgo de extinción completa durante las grandes fluctuaciones en la naturaleza de las estaciones, o por un aumento temporal en el número de sus enemigos. Pero podemos ir más lejos todavía, pues en la medida en que se producen nuevas formas, muchas formas viejas tienen que extinguirse, a menos que admitamos que el número de formas específicas puede ir en aumento indefinidamente. Y que el número de formas específicas no ha aumentado indefinidamente nos lo enseña claramente la Geología. Intentaremos ahora demostrar cómo es que el número de especies en el mundo no ha llegado a ser inconmensurablemente grande.

Hemos visto que las especies más numerosas tienen mayores probabilidades de producir variaciones favorables en un espacio de tiempo dado. Tenemos pruebas de esto en los hechos analizados en el capítulo segundo, que demuestran que las especies comunes y difundidas, o predominantes, son precisamente las que ofrecen el mayor número de variedades registradas. De ahí que las especies raras se modifiquen y perfeccionen con menor rapidez en un tiempo dado y, por consiguiente, resultan derrotadas en la lucha por la vida por los descendientes modificados y perfeccionados de las especies más comunes.

De estas diferentes consideraciones creo que se deduce inevitablemente que, a medida que en el transcurso del tiempo se forman por selección natural especies nuevas, otras se irán haciendo más y más raras, y, por último, se extinguirán. Las formas que están en competencia más inmediata con las que experimentan modificación y perfeccionamiento sufrirán, naturalmente, más. Hemos visto en el capítulo sobre la lucha por la existencia que las formas más afines —variedades de la misma especie y especies del mismo género o de géneros próximos— son las que, por tener casi la misma estructura, constitución y costumbres, entran generalmente en la más rigurosa competencia. En consecuencia, cada nueva variedad o especie, durante su proceso de formación, luchará con la mayor dureza con sus parientes más próximos y tenderá a exterminarlos. Vemos este mismo proceso de exterminio en nuestras producciones domésticas a través de la selección de formas perfeccionadas hecha por el hombre. Podrían citarse muchos ejemplos curiosos que muestran la rapidez con que nuevas castas de ganado vacuno, ovejas y otros animales y nuevas variedades de flores reemplazan a las antiguas e inferiores. Se sabe históricamente que en Yorkshire el antiguo ganado vacuno negro fue desalojado por el long-horn, y éste fue “barrido por el short-horn” —cito las palabras textuales de un agrónomo— “como por una peste mortal”.


Divergencia de caracteres


El principio que he designado con estos términos es de suma importancia y explica, a mi parecer, diferentes hechos importantes. En primer lugar, las variedades, incluso las muy marcadas, aunque tengan algo de carácter de especies —como lo demuestran las continuas dudas, en muchos casos, para clasificarlas—, difieren, con toda seguridad, mucho menos entre sí que las especies verdaderas y distintas. Sin embargo, en mi opinión, las variedades son especies en vías de formación o, como las he llamado, especies incipientes. ¿De qué modo, pues, la pequeña diferencia que existe entre las variedades aumenta hasta convertirse en la diferencia mayor que hay entre las especies? Que esto ocurre habitualmente debemos inferirlo de que en toda la naturaleza la mayor parte de las innumerables especies presenta diferencias bien marcadas, mientras que las variedades —los supuestos prototipos y progenitores de futuras especies bien marcadas— presentan diferencias ligeras y mal definidas. Simplemente, la suerte, como podemos llamarla, pudo hacer que una variedad difiriese en algún carácter de sus progenitores y que la descendencia de esta variedad difiera de ésta precisamente en el mismo carácter, aunque en grado mayor; pero esto por sí solo no explicaría nunca una diferencia tan habitual y grande como la que existe entre las especies del mismo género.

Siguiendo mi costumbre, he buscado alguna luz sobre este particular en las producciones domésticas. Encontraremos en ellas algo análogo. Se admitirá que la producción de razas tan diferentes como el ganado vacuno short-horn y el de Hereford, los caballos de carrera y de tiro, las diferentes razas de palomas, etc., no pudo efectuarse en modo alguno por la simple acumulación casual de variaciones semejantes a lo largo de muchas generaciones sucesivas. En la práctica llama la atención de un cultivador una paloma con el pico ligeramente más corto; a otro criador le llama la atención una paloma con el pico un poco más largo, y —según el principio conocido de que “los criadores no admiran ni admirarán un tipo medio, sino que les gustan los extremos”— ambos continuarán, como positivamente ha ocurrido con las sub-razas de la paloma volteadora, escogiendo y sacando crías de los individuos con pico cada vez más largo y con pico cada vez más corto. Más aún: podemos suponer que, en un periodo remoto de la historia, los hombres de una nación o un país necesitaron caballos más veloces, mientras que los de otro necesitaron caballos más fuertes y corpulentos. Las primeras diferencias serían pequeñísimas; pero en el transcurso del tiempo, por la selección continuada de caballos más veloces en un caso, y más fuertes en otro, las diferencias se habrían hecho mayores y se distinguirían como diferencias constitutivas de dos subrazas. Por último, después de siglos, estas dos subrazas llegarían a convertirse en dos razas distintas y bien establecidas. Al crecer la diferencia, los individuos inferiores con caracteres intermedios, que no fuesen ni muy veloces ni muy corpulentos, no se utilizarían para la cría y, de este modo, habrían tendido a desaparecer. Vemos, pues, en las producciones del hombre la acción de lo que puede llamarse el principio de divergencia como un principio productor de diferencias, primero apenas apreciables, que aumentan continuamente; vemos también que las razas se separan, por sus caracteres, unas de otras y también del tronco común.

Pero podría preguntarse: ¿cómo puede aplicarse a la naturaleza un principio análogo? Creo que puede aplicarse, y se aplica muy eficazmente —aun cuando pasó mucho tiempo antes de que yo viese cómo—, por la simple circunstancia de que cuanto más se diferencian los descendientes de una especie cualquiera en estructura, constitución y costumbres, tanto más capaces serán de ocupar muchos y más diferentes puestos en la economía de la naturaleza, y así podrán aumentar en número.

Podemos ver esto claramente en el caso de animales de costumbres sencillas. Tomemos el caso de un cuadrúpedo carnívoro cuyo número de individuos haya llegado desde hace tiempo al promedio que puede mantenerse en un país cualquiera. Si se deja obrar a su facultad natural de aumento, este animal sólo puede conseguir aumentar —pues el país no experimenta cambio alguno en sus condiciones— porque sus descendientes que varían se apoderan de los puestos actualmente ocupados por otros animales: unos, por ejemplo, por poder alimentarse de nuevas clases de presas, muertas o vivas; otros, por habitar nuevos parajes, trepar a los árboles o frecuentar el agua, y otros, quizá por haberse hecho menos carnívoros. Cuanto más lleguen a diferenciarse en costumbres y conformación los descendientes de nuestros animales carnívoros, tantos más puestos serán capaces de ocupar.

Lo que se aplica a un animal se generaliza en todo tiempo a todos los animales, siempre que varíen, pues, en otro caso, la selección natural no puede hacer nada.

Lo mismo ocurrirá con las plantas. Se ha demostrado experimentalmente que si se siembra una parcela de terreno con una sola especie de gramínea, y otra parcela semejante con varios géneros distintos de gramíneas, se puede obtener en este último caso un peso mayor de hierba seca que en el primero. Se ha visto que este mismo resultado subsiste cuando se han sembrado en espacios iguales de tierra una variedad y varias variedades mezcladas de trigo. De ahí que si una especie cualquiera de gramínea fuese variando, y fuesen seleccionadas constantemente las variedades que difiriesen entre sí del mismo modo —aunque en grado ligerísimo— que difieren las distintas especies y géneros de gramíneas, un gran número de individuos de esta especie, incluyendo sus descendientes modificados, conseguiría vivir en la misma parcela de terreno. Y sabemos que cada especie y cada variedad de gramínea da anualmente casi innumerables simientes, y está de este modo, por decirlo así, esforzándose hasta lo sumo por aumentar su número de individuos. En consecuencia, en el transcurso de muchos miles de generaciones, las variedades más diferentes de una especie de gramínea tendrían las mayores probabilidades de triunfar y aumentar el número de sus individuos y de suplantar así a las variedades menos diferentes; y las variedades, cuando se han hecho muy diferentes entre sí, alcanzan la categoría de especies.

La verdad del principio de que la cantidad máxima de vida puede sostenerse mediante una gran diversidad de conformaciones se aprecia en muchas circunstancias naturales. En una región muy pequeña, en especial si está completamente abierta a la inmigración, donde la contienda entre individuo e individuo tiene que ser severísima, encontramos siempre una gran diversidad de habitantes. Por ejemplo: observé que un pedazo de césped, cuya superficie era de tres pies por cuatro, que había estado expuesto durante muchos años exactamente a las mismas condiciones, contenía 20 especies de plantas, y éstas pertenecían a 18 géneros y a ocho órdenes; lo que demuestra lo mucho que estas plantas diferían entre sí. Lo mismo ocurre con las plantas y los insectos en las islas pequeñas y uniformes, así como en las charcas de agua dulce. Los agricultores observan que pueden obtener más productos mediante una rotación de plantas pertenecientes a los más diferentes órdenes: la naturaleza sigue lo que podría llamarse una rotación simultánea. La mayor parte de los animales o las plantas que viven alrededor de un pequeño pedazo de terreno podrían vivir en él —suponiendo que su naturaleza no sea, de algún modo, extraordinaria—, y puede decirse que se esfuerzan, hasta lo sumo, para vivir allí; pero se ve que, cuando entran en competencia más viva, las ventajas de la diversidad de estructura, junto con las diferencias de costumbres y constitución que las acompañan, determinan que los habitantes que de este modo se estorbaron mutuamente, por regla general, sean los que llamamos géneros y órdenes diferentes.

El mismo principio se observa en la naturalización de plantas, mediante la acción del hombre, en países extranjeros. Podría esperarse que las plantas que consiguieran naturalizarse en un país cualquiera tendrían que haber sido, en general, muy afines a las indígenas, pues éstas, por lo común, son consideradas como especialmente creadas y adaptadas a su propio país. Quizá también podría esperarse que las plantas naturalizadas hubiesen pertenecido a un corto número de grupos más especialmente adaptados a ciertos parajes de sus nuevas localidades. Pero el caso es otro. Alphonse de Candolle ha observado acertadamente, en su gran y admirable obra, que, en proporción al número de géneros y especies indígenas, las floras aumentan, por naturalización, mucho más en términos de nuevos géneros que en términos de nuevas especies. Para dar un solo ejemplo: en la última edición del Manual of the Flora of the Northern United States, del doctor Asa Gray, se enumeran 260 plantas naturalizadas pertenecientes a 162 géneros. Vemos en este caso que estas plantas naturalizadas son de naturaleza sumamente diversa. Además, difieren mucho de las plantas indígenas, pues de los 162 géneros naturalizados, no menos de 100 no son nativas de allí. De este modo se ha añadido un número relativamente grande a los géneros que viven actualmente en los Estados Unidos.

Considerando la naturaleza de las plantas y los animales que en un país dado han luchado con buen éxito contra sus pares nativos y que han llegado a aclimatarse en él, podemos tener una basta idea del modo como algunos de los seres orgánicos indígenas tendrían que modificarse para obtener ventaja sobre sus compatriotas, o por lo menos, podemos inferir qué diversidad de conformación, hasta llegar a nuevas diferencias genéricas, les resultaría provechosa.

La ventaja de la diversidad de estructura en los habitantes de una misma región es, en el fondo, la misma que la de la división fisiológica del trabajo en los órganos de un mismo individuo, asunto tan bien dilucidado por Milne Edwards. Ningún fisiólogo duda que un estómago adaptado a digerir sólo materias vegetales, o únicamente carne, obtiene más alimento de estas substancias. De igual modo, en la economía general de un país, cuanto más extensa y perfectamente diversificados estén los animales y las plantas para asumir diferentes costumbres, tanto mayor será el número de los individuos que puedan mantenerse. Un conjunto de animales cuyos organismos sean poco diferentes apenas si podrá competir con otro de organismos más diversificados. Puede dudarse, por ejemplo, si los marsupiales australianos, que están divididos en grupos que difieren muy poco entre sí y que, como míster Waterhouse y otros autores han observado, representan débilmente a nuestros carnívoros, rumiantes y roedores, podrían competir con buen éxito con estos órdenes bien desarrollados. En los mamíferos australianos vemos el proceso de diversificación en un estado de desarrollo primitivo e incompleto.

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Efectos probables de la acción de la selección natural,
mediante divergencia de caracteres y extinción,
sobre los descendientes de un antepasado común


Después de la discusión precedente, que ha sido muy condensada, podemos admitir que los descendientes modificados de cualquier especie prosperarán tanto mejor cuanto más diferentes lleguen a ser en su conformación y sean, de este modo, capaces de usurpar los puestos ocupados por otros seres. Veamos ahora cómo tiende a obrar este principio de las ventajas derivadas de las diferencias de caracteres, combinado con los principios de la selección natural y de la extinción.

El cuadro adjunto:




nos ayudará a comprender este asunto, algo complicado. Supongamos que las letras que van de la A a L representan las especies de un género grande en su propio país; supongamos también que estas especies se asemejan entre sí en grados desiguales, como generalmente ocurre en la naturaleza y como está representado en el cuadro, por estar las letras a distancias desiguales. He dicho un género grande porque, como vimos en el capítulo segundo, en proporción, las especies de los géneros grandes varían más que las de los pequeños, y las especies pertenecientes a los géneros grandes que varían presentan un número mayor de variedades. Hemos visto también que las especies más comunes y difundidas varían más que las raras y limitadas. Sea A una especie común muy difundida y variable, perteneciente a un género grande en su propia región. Las líneas de puntos ramificados y divergentes de longitudes desiguales, procedentes de A, representan su variable descendencia. Se supone que las variaciones son ligerísimas, pero de la más diversa naturaleza; no se supone que todas aparecen simultáneamente, sino, con frecuencia, tras largos intervalos de tiempo; tampoco se supone que persisten a lo largo de periodos iguales. Sólo las variaciones que sean en algún modo ventajosas serán conservadas o naturalmente seleccionadas. En este caso aparece la importancia del principio de la ventaja derivada de la divergencia de caracteres, pues esto llevará, en general, a que se conserven y acumulen por selección natural las variaciones más diferentes o divergentes, representadas por las líneas de puntos más externas. Cuando una línea de puntos llega a una de las líneas horizontales —situación que aparece señalada con una letra minúscula con número—, es porque se ha acumulado una cantidad suficiente de variación como para constituir una variedad bien marcada; tanto, que se la juzgaría digna de ser registrada en una obra sistemática.

Los intervalos entre las líneas horizontales del cuadro pueden representar cada uno un millar de generaciones o más. Después de un millar de generaciones se supone que la especie A ha producido dos variedades perfectamente destacadas, que son a1 y m2  Estas dos variedades seguirán sometidas, por lo general, a las mismas condiciones que hicieron variar a sus antepasados, y la tendencia a la variabilidad es en sí misma hereditaria; por consiguiente, tenderán también a variar, y, por lo común, casi del mismo modo que lo hicieron sus padres. Es más: estas dos variedades, dado que sólo son formas ligeramente modificadas, tenderán a heredar las ventajas que hicieron a su tronco común A más numeroso que la mayor parte de los otros habitantes de la misma región; participarán también de aquellas ventajas más generales que hicieron del género a que perteneció la especie madre A un género grande en su propia región. Todas estas circunstancias son, finalmente, favorables a la producción de nuevas variedades.

Si estas dos variedades son, pues, variables, sus más divergentes variaciones se conservarán, por lo común, a lo largo de las mil generaciones siguientes. Y después de este intervalo se supone que la variedad a1 del cuadro ha producido la variedad a2  que, debido al principio de la divergencia, diferirá más de A de lo que difirió la variedad a1.

Se supone que la variedad m1 ha producido dos variedades, a saber: m2 y s2  que difieren entre sí y más aún de su antepasado común A. Podemos continuar el proceso, por grados semejantes, a lo largo de cualquier espacio de tiempo: algunas de las variedades que se presenten luego de cada millar de generaciones producirán sólo una variedad, pero de condición cada vez más modificada; otras producirán dos o tres variedades, y otras no conseguirán producir ninguna. De este modo, las variedades o los descendientes modificados del tronco común A continuarán, en general, aumentando en número y divergiendo en caracteres. En el cuadro, el proceso está representado hasta la diezmilésima generación, y en una forma condensada y simplificada, hasta la catorcemilésima generación.

Pero he de observar aquí que no supongo que el proceso continúe siempre de manera tan regular como está representado en el cuadro —aunque éste es ya algo irregular—, ni que se desarrolle sin interrupción; es mucho más probable que cada forma permanezca inalterable durante largos periodos y experimente después otra modificación. Tampoco supongo que las variedades más divergentes se conserven invariablemente; con frecuencia, una forma media puede durar mucho tiempo y puede o no producir más de una forma descendiente modificada, pues la selección natural obra según la naturaleza de los puestos que estén desocupados, u ocupados imperfectamente por otros seres, y esto dependerá de relaciones infinitamente complejas. Pero, por regla general, cuanto más diferente pueda hacerse la conformación de los descendientes de una especie, tantos más puestos podrán apropiarse y tanto más aumentará su descendencia modificada. En nuestro cuadro, la línea de sucesión está interrumpida a intervalos regulares por letras minúsculas con número, que señalan las formas sucesivas que han llegado a ser lo bastante distintas para ser registradas como variedades. Pero estas interrupciones son imaginarias y podrían haberse puesto en cualquier punto después de intervalos suficientemente largos para permitir la acumulación de una considerable variación divergente.

Como todos los descendientes modificados de una especie común y muy difundida perteneciente a un género grande tenderán a participar de las mismas ventajas que hicieron a sus padres triunfar en la vida, generalmente continuarán multiplicándose en número, así como divergiendo en caracteres: esto está representado en el cuadro por las varias ramas divergentes que parten de A. La descendencia modificada de las ramas más modernas y más perfeccionadas de las líneas de descendencia probablemente ocupará con frecuencia el lugar de las ramas más antiguas y menos perfeccionadas, destruyéndolas así, lo que en el cuadro está representado por alguna de las ramas inferiores que no alcanza a las líneas horizontales superiores. En algunos casos, indudablemente, el proceso de modificación estará limitado a una sola línea de descendencia, y el número de descendientes modificados no aumentará, aunque puede haber aumentado la divergencia de la modificación. Este caso estaría representado en el diagrama si todas las líneas que parten de A fuesen suprimidas, excepto la que va desde a1 hasta a10  De este modo, el caballo de carreras inglés y el pointer inglés han ido, evidentemente, divergiendo poco a poco en los caracteres de sus troncos primitivos, sin que hayan dado ninguna nueva rama o raza.

Se supone que, después de diez mil generaciones, la especie A ha producido tres formas —a10f10 y m10  que, por haber divergido en los caracteres durante las generaciones sucesivas, habrán llegado a diferir mucho, aunque quizá desigualmente, unas de otras y de su tronco común. Si suponemos que el cambio entre dos líneas horizontales de nuestro cuadro es pequeñísimo, estas tres formas podrían seguir siendo sólo variedades bien señaladas; pero no tenemos más que suponer que los pasos en el proceso de modificación son más numerosos o mayores para que estas tres formas se conviertan en especies dudosas o, por lo menos, en variedades bien definidas. De este modo, el cuadro muestra los grados por los que las diferencias pequeñas que distinguen a las variedades crecen hasta convertirse en las diferencias mayores que distinguen a las especies. Continuando el mismo proceso a lo largo de un gran número de generaciones —como muestra el cuadro de un modo condensado y simplificado—, obtenemos ocho especies, señaladas por las letras que van de la a14 a la m14, descendientes todas de A. De este modo, creo yo, se multiplican las especies y se forman los géneros.

En un género grande es probable que más de una especie tenga que variar. En el cuadro he supuesto que otra especie I ha producido por etapas análogas, después de diez mil generaciones, dos variedades bien caracterizadas —w10 y z10  o dos especies, según la intensidad del cambio que se suponga representado entre las líneas horizontales. Después de catorce mil generaciones, se supone que se han producido seis especies nuevas, señaladas por las letras que van de la n14 a la z14  En todo género, las especies que ya sean muy diferentes entre sí tenderán en general a producir el mayor número de descendientes modificados, pues son las que tendrán más probabilidad de ocupar puestos nuevos y muy diferentes en la economía de la naturaleza; por esto, en el cuadro he escogido la especie extrema A y la especie casi extrema I como las que han variado más y han dado origen a nuevas variedades y especies. Las otras nueve especies —señaladas por letras mayúsculas— de nuestro género primitivo pueden continuar dando durante periodos largos, aunque desiguales, descendientes no modificados, lo que en el cuadro se representa por las líneas de puntos que se prolongan desigualmente hacia arriba.

Pero durante el proceso de modificación representado en el cuadro, otro de nuestros principios, el de la extinción, habrá jugado un papel importante. Como en cada país completamente poblado la selección natural necesariamente obra porque la forma seleccionada tiene alguna ventaja en la lucha por la vida sobre otras formas, habrá una tendencia constante en los descendientes perfeccionados de una especie cualquiera a suplantar y exterminar en cada generación a sus precursores y a su tronco primitivo. Para esto hay que recordar que la lucha será, en general, más rigurosa entre las formas que estén más relacionadas entre sí en costumbres, constitución y estructura. De ahí que todas las formas intermedias entre el estado primitivo y los más recientes, esto es, entre los estados menos perfeccionados y los más perfeccionados de la misma especie, así como también la especie madre primitiva misma, tenderán, en general, a extinguirse. Así ocurrirá probablemente con muchas ramas colaterales, que serán vencidas por ramas más modernas mejoradas. Sin embargo, si los descendientes mejorados de una especie penetran en un país distinto o se adaptan rápidamente a una estación nueva por completo, en la cual la descendencia y el tipo primitivo no entren en competencia, ambos podrán seguir viviendo.

Si se admite, pues, que nuestro cuadro representa una cantidad considerable de modificación, la especie A y todas las variedades primitivas se habrán extinguido, siendo reemplazadas por ocho especies nuevas— a14  a m14— y la especie I será reemplazada por seis especies nuevas —n14 a z14—.

Pero podemos ir aún más lejos. Se suponía que las especies primitivas de nuestro género se asemejaban unas a otras en grados desiguales, como ocurre generalmente en la naturaleza, siendo la especie A más próxima a B, C y D que a las otras especies, y la especie I más próxima a G, H, K y L que a las otras. Se suponía también que las dos especies A e I eran especies comunísimas y muy difundidas, de modo que primitivamente debían haber tenido alguna ventaja sobre la mayor parte de las otras especies del género. Sus descendientes modificados, en número de 14, a la catorcemilésima generación habrán heredado probablemente algunas ventajas; se habrán además modificado y perfeccionado de un modo diverso en cada generación, de modo que habrán llegado a adaptarse a muchos puestos adecuados en la economía natural del país. Parece, por lo tanto, sumamente probable que habrán ocupado los puestos no sólo de sus antepasados A e I, sino también de muchas de las especies primitivas que eran más semejantes a sus padres, exterminándolas así. Por consiguiente, poquísimas de las especies primitivas habrán transmitido descendientes a la catorcemilésima generación. Podemos suponer que sólo una —F— de las dos especies —E y F— que eran las menos afines de las otras nueve especies primitivas ha dado descendientes hasta esta última generación.

Las nuevas especies de nuestro cuadro, que descienden de las 11 especies primitivas, serán ahora 15. Debido a la tendencia divergente de la selección natural, la divergencia máxima de caracteres entre las especies a14 y z14 será mucho mayor que entre las más diferentes de las 11 especies primitivas. Las nuevas especies, además, estarán relacionadas entre sí de modo muy diferente. De las ocho descendientes de A, las tres señaladas por a14q14 y p14 estarán muy relacionadas por haberse separado recientemente de a10b14 y f14  por haberse separado en un periodo anterior de a5, serán bastante distintas de las tres especies primero mencionadas, y, por último, o14e14 y m14 estarán muy relacionadas entre sí, pero por haberse separado desde el mismo principio del proceso de modificación serán muy diferentes de las otras cinco especies, y pueden constituir un subgénero o un género distinto.

Los seis descendientes de I formarán dos subgéneros o géneros; pero como la especie primitiva I difería mucho de A, por estar casi en el otro extremo del género, los seis descendientes de I, sólo por la herencia, diferirán ya considerablemente de los ocho descendientes de A; pero, además, se supone que los dos grupos continúan divergiendo en direcciones distintas. Las especies intermedias —y esto es una consideración importantísima— que unían a las especies primitivas A e I, exceptuando F, se han extinguido todas y no han dejado ningún descendiente. Por consiguiente, las seis especies nuevas descendientes de I y las ocho descendientes de A tendrán que ser clasificadas como géneros muy distintos e, incluso, como subfamilias distintas.

Así es, a mi parecer, como dos o más géneros se originan, por desgracia con modificación, de dos o más especies del mismo género. Y se supone que las dos o más especies madres han descendido de una especie de un género anterior. En nuestro cuadro se ha indicado esto a través de las líneas interrumpidas que se encuentran debajo de las letras mayúsculas, líneas que por abajo convergen en grupos hacia un punto común; este punto representa una especie: el progenitor supuesto de nuestros diferentes subgéneros y géneros nuevos.

Vale la pena reflexionar un momento sobre el carácter de la nueva especie f14, que se supone que no ha variado mucho y que ha conservado la forma de F sin alteración, o alterada sólo ligeramente. En este caso, sus afinidades con las otras 14 especies nuevas serán de naturaleza curiosa e indirecta. Por descender de una forma situada entre las especies madres A e I, que se suponen actualmente extinguidas y desconocidas, será, en cierto modo, intermedia entre los dos grupos descendientes de estas dos especies. Pero como estos dos grupos han continuado divergiendo en sus caracteres del tipo de sus progenitores, la nueva especie f14 no será directamente intermedia entre ellos, sino más bien entre tipos de los dos grupos, y cualquier naturalista podrá recordar casos semejantes.

Hasta ahora se ha supuesto que en el cuadro cada línea horizontal representa un millar de generaciones; pero cada una puede representar un millón de generaciones, o más, o puede también representar una sección de las capas sucesivas de la corteza terrestre, que contienen restos de seres extinguidos. Cuando lleguemos al capítulo sobre la Geología tendremos que insistir en este asunto, y creo que entonces veremos que el cuadro da luz sobre las afinidades de los seres extinguidos, que, aunque pertenezcan a los mismos órdenes, familias y géneros que los hoy vivientes, son con frecuencia, sin embargo, intermedios en cierto grado entre los grupos existentes. Podemos explicarnos este hecho porque las especies extinguidas vivieron en diferentes épocas remotas, cuando las ramificaciones de las líneas de descendencia se habían separado menos.

No veo razón alguna para limitar el proceso de ramificación, como queda explicado, sólo a la formación de géneros. Si en el cuadro suponemos que el cambio representado por cada grupo sucesivo de líneas divergentes de puntos es grande, las formas a14 a p14, las formas b14 y f14  y las formas o14 a m14 constituirán tres géneros muy distintos. Tendremos también dos géneros muy distintos descendientes de I, que diferirán mucho de los descendientes de A. Estos dos grupos de géneros formarán de este modo dos familias u órdenes distintos, según la cantidad de modificación divergente que se suponga representada en el cuadro. Y las dos nuevas familias u órdenes descienden de dos especies del género primitivo, y se supone que éstas descienden de una forma desconocida todavía más antigua.

Hemos visto que en cada país las especies que pertenecen a los géneros mayores son precisamente las que con más frecuencia presentan variedades o especies incipientes. Esto, realmente, era de esperarse, pues como la selección natural obra mediante formas que tienen alguna ventaja sobre otras en la lucha por la existencia, obrará principalmente sobre aquellas que tienen ya alguna ventaja, y la magnitud de un grupo cualquiera muestra que sus especies han heredado de un antepasado común alguna ventaja en común. Por consiguiente, la lucha por la producción de descendientes nuevos y modificados será principalmente entre los grupos mayores, que están todos esforzándose por aumentar en número. Un grupo grande vencerá lentamente a otro grupo grande, lo reducirá en número y hará disminuir así sus probabilidades de ulterior variación y perfeccionamiento. Dentro del mismo grupo grande, los subgrupos más recientes y más perfeccionados, por haberse separado y apoderado de muchos puestos nuevos en la economía de la naturaleza, tenderán constantemente a suplantar y destruir a los subgrupos más primitivos y menos perfeccionados. Los grupos y subgrupos pequeños y fragmentarios finalmente desaparecerán. Mirando al futuro podemos predecir que los grupos de seres orgánicos actualmente grandes y triunfantes y que están poco interrumpidos, o sea los que hasta ahora han sufrido menos extinciones, continuarán aumentando durante un largo periodo; pero nadie puede predecir qué grupos prevalecerán finalmente, pues sabemos que muchos grupos muy desarrollados en otros tiempos han acabado por extinguirse. Mirando aún más a lo lejos en el tiempo podemos predecir que, debido al crecimiento continuo y seguro de los grupos mayores, una multitud de grupos pequeños llegará a extinguirse por completo y no dejará descendiente alguno modificado, y que, por consiguiente, de las especies que viven en un periodo cualquiera, sólo unas cuantas transmitirán descendientes a un futuro remoto. Tendré que insistir sobre este asunto en el capítulo sobre la clasificación; pero puedo añadir que, según esta hipótesis, poquísimas de las especies más antiguas han dado descendientes hasta el día de hoy; y como todos los descendientes de una misma especie forman una clase, podemos comprender cómo es que existen tan pocas clases en cada una de las divisiones principales de los reinos animal y vegetal. Aunque pocas de las especies más antiguas hayan dejado descendientes modificados, sin embargo, en periodos geológicos remotos la tierra pudo haber estado casi tan bien poblada como en la actualidad de especies de muchos géneros, familias, órdenes y clases.

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Sobre el grado hacia el que tiende
a progresar la organización


La selección natural obra exclusivamente mediante la conservación y acumulación de variaciones que sean provechosas en las condiciones orgánicas e inorgánicas a que cada ser viviente está sometido en todos los periodos de su vida. El resultado final es que todo ser tiende a perfeccionarse más y más en relación con las condiciones. Este perfeccionamiento conduce inevitablemente al progreso gradual de la organización del mayor número de seres vivientes en todo el mundo. Pero aquí entramos en un asunto complicadísimo, pues los naturalistas no han definido, a satisfacción de todos, lo que se entiende por progreso en la organización.

Entre los vertebrados entran en juego, evidentemente, el grado de inteligencia y la aproximación a la conformación del hombre. Podría creerse que la intensidad del cambio que las diferentes partes y órganos experimentan en su desarrollo desde el embrión al estado adulto bastaría como tipo de comparación; pero hay casos, como el de ciertos crustáceos parásitos, en los que diferentes partes de la estructura se vuelven menos perfectas, de modo que no puede decirse que el animal adulto sea superior a su larva. El tipo de comparación de von Baer parece el mejor y el de mayor aplicación: consiste en el grado de diferenciación de las partes del mismo ser orgánico —en estado adulto, me inclinaría a añadir yo— y su especialización para funciones diferentes o, según lo expresaría Milne Edwards, en el perfeccionamiento en la división del trabajo fisiológico.

Pero veremos lo oscuro de este asunto si observamos, por ejemplo, a los peces, entre los cuales algunos naturalistas consideran como superiores a los que, como los escualos, se aproximan más a los anfibios, mientras que otros naturalistas consideran como superiores los peces óseos comunes, o peces teleósteos, por cuanto son éstos los más estrictamente pisciformes y difieren más de las otras clases de vertebrados. Notamos aún más la oscuridad de este asunto fijándonos en las plantas, en las cuales queda naturalmente excluido por completo el criterio de inteligencia; en este caso, algunos botánicos consideran como superiores a las plantas que cuyas flores tienen todos los órganos —sépalos, pétalos, estambres y pistilo— completamente desarrollados, mientras que otros botánicos, probablemente con mayor razón, consideran como superiores a las plantas que tienen sus diferentes órganos muy modificados y reducidos en número.

Si tomamos como tipo de organización superior la intensidad de la diferenciación y la especialización de los diferentes órganos en cada ser cuando es adulto —y esto comprenderá el progreso del cerebro para fines intelectuales—, la selección natural conduce evidentemente a este tipo, pues todos los fisiólogos admiten que la especialización de los órganos, en tanto que en este estado realizan mejor sus funciones, es una ventaja para todo ser, y, por consiguiente, la acumulación de variaciones que tiendan a la especialización está dentro del campo de acción de la selección natural. Por otra parte, podemos ver —teniendo presente que todos los seres orgánicos se esfuerzan por aumentar en una progresión elevada y por apoderarse de cualquier puesto desocupado, o menos bien ocupado, en la economía de la naturaleza— que es totalmente posible que la selección natural adapte a un ser a una situación en la que diferentes órganos resulten superfluos o inútiles; en estos casos habría retrocesos en la escala de la organización. En el capítulo sobre la sucesión geológica se discutirá más oportunamente si la organización en conjunto ha progresado realmente desde los periodos geológicos más remotos hasta hoy en día.

Pero si todos los seres orgánicos tienden a elevarse de este modo en la escala, puede objetarse el hecho de que por todo el mundo sigan existiendo multitud de formas inferiores, y que en todas las grandes clases haya formas muchísimo más desarrolladas que otras, así como el hecho de que las formas más perfeccionadas no hayan suplantado ni exterminado a las inferiores. Lamarck, que creía en una tendencia innata e inevitable hacia la perfección en todos los seres orgánicos, parece haber sentido tan vivamente esta dificultad, que fue llevado a suponer que de continuo se producen, por generación espontánea, formas nuevas y sencillas. Hasta ahora, la ciencia no ha probado la verdad de esta hipótesis, sea lo que fuere lo que el porvenir pueda revelarnos. Según nuestra teoría, la persistencia de organismos inferiores no ofrece dificultad alguna, pues la selección natural, o la supervivencia de los más aptos, no implica necesariamente desarrollo progresivo; saca sólo provecho de las variaciones a medida que surgen y son beneficiosas para cada ser en sus complejas relaciones de vida. Podemos preguntarnos qué ventaja habría —en lo que nosotros podamos comprender— para un animálculo infusorio, para un gusano intestinal o incluso para una lombriz de tierra en el hecho de tener una organización superior. Si no hubiese ventaja, la selección natural tendría que dejar estas formas sin perfeccionar, o las perfeccionaría muy poco, y podrían permanecer por tiempo indefinido en su condición inferior actual. Y la Geología nos dice que algunas de las formas inferiores, como los infusorios y los rizópodos, han permanecido durante un periodo enorme casi en su estado actual. Pero suponer que la mayor parte de las muchas formas inferiores que hoy existen no ha progresado en lo más mínimo desde la primera aparición de la vida sería sumamente temerario, pues todo naturalista que haya disecado algunos de las seres clasificados actualmente como muy inferiores en la escala tiene que haber quedado impresionado por su organización, realmente admirable y hermosa.

Casi las mismas observaciones son aplicables si consideramos los diferentes grados de organización dentro de uno de los grupos mayores; por ejemplo: la coexistencia de mamíferos y peces en los vertebrados; la coexistencia del hombre y el Ornithorhynchus en los mamíferos; la coexistencia, en los peces, del tiburón y el Amphioxus, pez este último que, por la extrema sencillez de su estructura, se aproxima a los invertebrados. Pero mamíferos y peces apenas entran en competencia mutua; el progreso de toda la clase de los mamíferos y de determinados miembros de esta clase hasta el grado más elevado no les llevaría a ocupar el lugar de los peces. Los fisiólogos creen que el cerebro necesita estar bañado por sangre caliente para estar en gran actividad, y esto requiere respiración aérea; de modo que los mamíferos, animales de sangre caliente, cuando viven en el agua se encuentran en situación desventajosa, por tener que subir continuamente a la superficie para respirar. Entre los peces, los individuos de la familia de los tiburones no han de tender a suplantar al Amphioxus, pues éste, según me manifiesta Fritz Müller, tiene por único compañero y competidor, en la pobre costa arenosa del Brasil meridional, un anélido anómalo. Los tres órdenes inferiores de mamíferos, esto es los marsupiales, los desdentados y los roedores, coexisten en la misma región de América del Sur con numerosos monos, y probablemente hay pocos conflictos entre ellos. Aun cuando la organización, vista en su conjunto, pueda haber avanzado y siga avanzando en todo el mundo, la escala presentará siempre muchos grados de perfección, pues el gran progreso de ciertas clases enteras, o de determinados miembros de cada clase, no conduce necesariamente en modo alguno a la extinción de los grupos con los cuales aquéllos no entran en competencia directa. En algunos casos, como después veremos, parece que formas de organización inferior se han conservado hasta hoy día por haber vivido en estaciones reducidas o peculiares, donde han estado sujetas a una competencia menos severa y donde su escaso número ha retardado la casualidad de que hayan surgido variaciones favorables.

Finalmente, creo que, por diferentes causas, existen todavía en el mundo muchas formas de organización inferior. En algunos casos puede que nunca hayan aparecido variaciones o diferencias individuales de naturaleza favorable para que la selección natural actúe sobre ellas y las acumule. En ningún caso, probablemente, el tiempo ha sido suficiente para permitir todo el desarrollo posible. En algunos casos ha habido lo que podemos llamar retroceso de organización. Pero la causa principal estriba en el hecho de que, en condiciones sumamente sencillas de vida, una organización elevada no sería de utilidad alguna; quizá sería un perjuicio positivo, por ser de naturaleza más delicada y más susceptible de descomponerse y ser destruida. Considerando la primera aparición de la vida, cuando todos los seres orgánicos, según podemos creer, presentaban una estructura sencillísima, nos hemos preguntado cómo pudieron darse los primeros pasos en el progreso o la diferenciación de partes. Míster Herbert Spencer contestaría probablemente que tan pronto como un simple organismo unicelular llegó, por crecimiento o división, a estar compuesto de diferentes células, o llegó a estar adherido a cualquier superficie de sostén, entraría en acción su ley en el sentido de “que las unidades homólogas de cualquier orden se diferencian a medida que sus relaciones con las fuerzas incidentes se hacen diferentes”; pero como no tenemos hechos que nos guíen, la especulación sobre este asunto es casi inútil. Es un error, sin embargo, suponer que no habría lucha por la existencia, ni, por consiguiente, selección natural, hasta que se produjesen muchas formas: las variaciones de una sola especie que vive en una estación aislada pudieron ser beneficiosas, y de este modo todo el conjunto de individuos pudo modificarse, o pudieron originarse dos formas distintas. Pero como hice observar hacia el final de la introducción, nadie debe sorprenderse de lo mucho que todavía queda por explicar sobre el origen de las especies si asumimos el cargo debido de nuestra profunda ignorancia sobre las relaciones de los habitantes del mundo en los tiempos presentes y, todavía más, en las edades pasadas.


Convergencia de caracteres


Míster H. C. Watson piensa que he exagerado la importancia de la divergencia de caracteres —en la cual, sin embargo, parece creer— y que la convergencia, como puede llamarse, ha representado igualmente su papel. Si dos especies pertenecientes a dos géneros distintos, aunque próximos, hubiesen producido un gran número de formas nuevas y divergentes, se piensa que éstas pudieran asemejarse tanto mutuamente que tuviesen que ser clasificadas todas en el mismo género y, de este modo, los descendientes de dos géneros distintos convergirían en uno. Pero en la mayor parte de los casos sería sumamente temerario atribuir a la convergencia la semejanza íntima y general de estructura entre los descendientes modificados de formas muy diferentes. La forma de un cristal está determinada únicamente por las fuerzas moleculares, y no es sorprendente que substancias distintas hayan de tomar algunas veces la misma forma; pero en el caso de los seres orgánicos hemos de tener presente que la forma de cada uno de ellos depende de una infinidad de relaciones complejas, a saber: de las variaciones que han sufrido, debidas a causas demasiado intrincadas para ser indagadas; de la naturaleza de las variaciones que se han conservado o seleccionado —y esto depende de las condiciones físicas ambientes y, en un grado todavía mayor, de los organismos que rodean a cada ser y con los cuales entran en competencia— y, finalmente, de la herencia —que en sí misma es un elemento fluctuante— de innumerables progenitores, cada uno de los cuales ha tenido su forma, determinada por relaciones igualmente complejas. No es creíble que los descendientes de dos organismos que primitivamente habían diferido de un modo señalado convergiesen después a tal grado que llevasen a toda su organización a aproximarse tanto a la identidad. Si esto hubiese ocurrido, nos encontraríamos con la misma forma, que se repetiría, independientemente de conexiones genéticas, en formaciones geológicas muy separadas; y la comparación de las pruebas contradice semejante suposición.

Míster Watson ha hecho también la objeción de que la acción continua de la selección natural, junto con la divergencia de caracteres, tendería a producir un número indefinido de formas específicas. Por lo que se refiere a las condiciones puramente inorgánicas, parece probable que un número suficiente de especies se adaptaría pronto a todas las considerables diferencias de calor, humedad, etc.; pero admito sin reservas que son más importantes las relaciones mutuas de los seres orgánicos, y, como el número de especies en cualquier país va en aumento, las condiciones orgánicas de vida tienen que irse volviendo cada vez más complicadas. Por consiguiente, a primera vista parece que no hay límite para la diversificación ventajosa de estructura, ni, por tanto, para el número de especies que puedan producirse. No sabemos que esté completamente poblado de formas específicas ni siquiera el territorio más fecundo: en el Cabo de Buena Esperanza y en Australia donde vive un número de especies tan asombroso, se han aclimatado muchas plantas europeas, y la Geología nos muestra que el número de especies de conchas, desde un tiempo muy antiguo del periodo terciario, y el número de mamíferos, desde la mitad del mismo periodo, no ha aumentado gran cosa, si es que ha aumentado algo. ¿Qué es, pues, lo que impide un aumento indefinido en el número de especies? La cantidad de vida —no me refiero al número de formas específicas— mantenida por un territorio, dependiendo tanto como depende de las condiciones físicas, ha de tener un límite, y, por consiguiente, si un territorio está habitado por muchísimas especies, todas o casi todas estarán representadas por pocos individuos, y las mismas especies estarán expuestas a la destrucción por las fluctuaciones accidentales que ocurran en la naturaleza de las estaciones o en el número de sus enemigos. En estos casos el proceso de destrucción sería rápido, mientras que la producción de especies nuevas tiene que ser lenta. Imaginémonos el caso extremo de que en Inglaterra hubiese tantas especies como individuos, y que el primer invierno crudo o el primer verano seco exterminara a miles y miles de especies. Las especies raras —y toda especie llegará a ser rara si el número de especies de un país aumenta indefinidamente— presentarán, según el principio tantas veces explicado, dentro de un periodo dado, pocas variaciones favorables; en consecuencia, se retardaría de este modo el proceso de nacimiento de nuevas formas específicas.

Cuando una especie se vuelve rarísima, los cruzamientos consanguíneos ayudan a exterminarla. Algunos autores piensan que este hecho contribuye a explicar la decadencia de los bisontes en Lituania, del ciervo en Escocia y de los osos en Noruega. Por último —y me inclino a pensar que éste es el elemento más importante—, una especie dominante que ha vencido ya a muchos competidores en su propia patria tenderá a extenderse y a suplantar a muchas otras. Alphonse de Candolle ha demostrado que las especies que se desarrollan mucho tienden generalmente a extenderse muchísimo; por consiguiente, tenderán a suplantar y a exterminar a diferentes especies en diferentes territorios, y de este modo, contendrán el desordenado aumento de formas específicas en el mundo. El doctor Hooker ha demostrado recientemente que en el extremo sureste de Australia, donde evidentemente hay muchos invasores procedentes de diferentes partes del globo, el número de especies peculiares australianas se ha reducido significativamente. No pretendo decir qué importancia hay que atribuir a estas diferentes consideraciones, pero en conjunto tienen que limitar en cada país la tendencia a un aumento indefinido de formas específicas.


Resumen


Si en condiciones variables de vida los seres orgánicos presentan diferencias individuales en casi todas las partes de su estructura —y esto es indiscutible—; si, debido a su progresión geométrica, hay una rigurosa lucha por la vida en alguna edad, estación o año —y esto, ciertamente, es indiscutible—; considerando entonces la complejidad infinita de las relaciones de los seres orgánicos entre sí y con sus condiciones de vida, que hacen que para ellos sea ventajoso una infinita diversidad de estructura, constitución y costumbres, sería un hecho por demás extraordinario que no se hubiesen presentado nunca variaciones útiles a la prosperidad de cada ser, del mismo modo como se han presentado tantas variaciones útiles al hombre. Pero si las variaciones útiles a un ser orgánico se presentan alguna vez, los individuos caracterizados de este modo tendrán seguramente las mayores probabilidades de conservarse en la lucha por la vida, y, por el poderoso principio de la herencia, tenderán a producir descendientes con caracteres semejantes. A este principio de conservación o supervivencia de los más aptos lo he llamado selección natural. Conduce este principio al perfeccionamiento de cada ser en relación con sus condiciones de vida orgánica e inorgánica, y, por consiguiente, en la mayor parte de los casos, a lo que puede considerarse como un progreso en la organización. Sin embargo, las formas inferiores y sencillas persistirán mucho tiempo si están bien adecuadas a sus sencillas condiciones de vida.

La selección natural, por el principio de que las cualidades se heredan a las edades correspondientes, puede modificar al huevo, a la semilla o al individuo joven tan fácilmente como al adulto. En muchos animales, la selección sexual habrá prestado su ayuda a la selección ordinaria, asegurando a los machos más vigorosos y mejor adaptados el mayor número de descendientes. La selección sexual dará también caracteres útiles sólo a los machos en sus luchas o rivalidades con otros machos, y estos caracteres se transmitirán a un sexo, o a ambos, según la forma de herencia que predomine.

Si la selección natural ha obrado positivamente de este modo, adaptando las diferentes formas orgánicas a las diversas condiciones y estaciones, es cosa que tiene que juzgarse por el contenido general de los capítulos siguientes y por la comparación de las pruebas que en ellos se dan. Pero ya hemos visto que la selección natural provoca extinción, y la Geología manifiesta claramente el importante papel que la extinción ha desempeñado en la historia del mundo. La selección natural lleva también a la divergencia de caracteres, pues cuanto más difieren los seres orgánicos en estructura, costumbres y constitución, tanto mayor es el número de ellos que puede sustentar un territorio, una prueba de lo cual la vemos en los habitantes de cualquier región pequeña y en las producciones aclimatadas en países extraños. Por consiguiente, durante la modificación de los descendientes de una especie y durante la incesante lucha de todas las especies por aumentar su número de individuos, cuanto más diversos lleguen a ser los descendientes tanto más aumentarán sus probabilidades de triunfo en la lucha por la vida. De este modo, las pequeñas diferencias que distinguen a las variedades de una misma especie tienden constantemente a aumentar hasta que igualan a las diferencias mayores que existen entre las especies de un mismo género o incluso de géneros distintos.

Hemos visto que las especies comunes, muy difundidas, que ocupan grandes extensiones y que pertenecen a los géneros mayores dentro de cada clase, son precisamente las que más varían, y tienden a transmitir a su modificada descendencia aquella superioridad que las hace ahora predominantes en su propio país. La selección natural, como se acaba de ver, conduce a la divergencia de caracteres y a una marcada extinción de las formas orgánicas menos perfeccionadas y de las intermedias. Según estos principios, puede explicarse la naturaleza de las afinidades y de las diferencias, generalmente bien definidas, que existen entre los innumerables seres orgánicos de cada clase en todo el mundo. Es un hecho verdaderamente maravilloso —lo maravilloso que no advertimos por estar familiarizados con él— que todos los animales y todas las plantas, en todo tiempo y lugar, estén relacionados entre sí en grupos subordinados a otros grupos, de la forma como observamos en todas partes, esto es: las variedades de una misma especie, estrechamente relacionadas entre sí; las especies del mismo género, menos relacionadas y de modo desigual, formando secciones o subgéneros; las especies de géneros distintos, mucho menos relacionadas; y los géneros, relacionados en grados diferentes, formando subfamilias, familias, órdenes, subclases y clases. Los diferentes grupos subordinados no pueden ordenarse en una sola fila, sino que parecen agrupados alrededor de puntos, y éstos alrededor de otros puntos, y así sucesivamente en círculos casi infinitos. Si las especies hubiesen sido creadas independientemente, no habría explicación posible de este género de clasificación, que se explica mediante la herencia y la acción compleja de la selección natural, que producen la extinción y la divergencia de caracteres, como lo hemos visto gráficamente en el cuadro.

Las afinidades de todos los seres de la misma clase se han representado algunas veces por un gran árbol. Creo que este ejemplo expresa mucho la verdad: las ramitas verdes y que dan brotes pueden representar especies vivientes, y las producidas durante años anteriores pueden representar la larga sucesión de especies extinguidas. En cada periodo de crecimiento, todas las ramitas que crecen han procurado ramificarse por todos lados y sobrepujar y matar a los brotes y ramas de su alrededor, del mismo modo como las especies y los grupos de especies han dominado en todo tiempo a otras especies en la gran batalla por la vida. Las ramas mayores, que arrancan del tronco y se dividen en ramas grandes, que se subdividen en ramas cada vez menores, fueron en un tiempo, cuando el árbol era joven, ramitas que brotaban. Esta relación entre los brotes pasados y los presentes, mediante la ramificación, puede representar muy bien la clasificación de todas las especies vivientes y extinguidas en grupos subordinados unos a otros. De las muchas ramitas que florecieron cuando el árbol era un simple arbolillo, sólo dos o tres, convertidas ahora en ramas grandes, sobreviven todavía y llevan a las otras ramas; de igual modo, de las especies que vivieron durante periodos geológicos muy antiguos, poquísimas han dejado descendientes vivos modificados. Desde el primer crecimiento del árbol, muchas ramas de todos los tamaños se han secado y caído, y estas ramas caídas, de varios tamaños, pueden representar todos aquellos órdenes, familias y géneros enteros que actualmente carecen de representantes vivientes y que nos son conocidos tan sólo en estado fósil. Del mismo modo como , de vez en cuando, vemos una ramita perdida que sale de una ramificación baja de un árbol, y que por alguna circunstancia ha sido favorecida y mantiene viva su punta, también de vez en cuando encontramos un animal, como el Ornithorhynchus o el Lepidosiren, que, hasta cierto punto, enlaza, por sus afinidades, dos grandes ramas de la vida, y que, al parecer, se ha salvado de la competencia fatal por haber vivido en sitios protegidos. Así como los brotes, por crecimiento, dan origen a nuevos brotes, y éstos, si son vigorosos, se ramifican y sobrepujan por todos lados a muchas ramas más débiles, así también, a mi parecer, ha ocurrido, mediante generación, en el gran Árbol de la Vida, que con sus ramas muertas y rotas llena la corteza de la tierra, y cuya superficie cubre con sus hermosas ramificaciones, siempre en nueva división.



---------- FINAL ----------



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Varios estudios independientes indican que ni siquiera una décima del uno por ciento de la población mundial, esto es, ni siquiera el 0.1% de todos los lectores potenciales alrededor del mundo, ha leído jamás en su vida ni siquiera un sólo capítulo completo del libro escrito por Darwin, lo cual incluye a muchos que emiten todo tipo de opiniones supuestamente doctas e ilustradas acerca de lo que escribió Darwin. Con el solo hecho de haber leído lo anterior, el lector ha pasado a formar parte de la élite selecta y exclusiva que sí ha leído directamente en su totalidad por lo menos uno de los capítulos del libro de Darwin, estando por lo tanto en condiciones de poder formarse sus propias opiniones y emitir un veredicto propio sobre el libro, ya sea a favor o en contra, con pleno conocimiento de causa. ¿No es el privilegio de poder pertenecer a esta élite exclusiva de gente ilustrada y de seres pensantes con criterio propio algo por lo cual vale la pena desarrollar los hábitos del aprendizaje dinámico?

Ahora sí, estamos en condiciones de poder comparar el Resumen del libro completo de Darwin que leímos en la Lectura de Práctica Cronometrada anterior (tomado del libro Outline of Great Books) con lo que acabamos de leer aquí. ¿Cree el lector que el Resumen captó razonablemente bien la esencia central de los argumentos de Darwin, salvándonos de leer un alud de detalles como los que vimos arriba? Si el lector lo desea, podrá echar un vistazo por cuenta propia (usando Internet para ello) a los otros capítulos del libro escrito por Darwin. Sin embargo, antes de emprender una tarea de esa naturaleza, se recomienda, como siempre, efectuar primero un buen sondeo de lo que se va a leer. Y fijarse objetivos, desde luego. De todo esto es de lo que trata precisamente el aprendizaje dinámico.