jueves, 28 de agosto de 2008

Lectura de Práctica Cronometrada # 006

Tenemos para esta práctica un texto cuyo título también nos sugiere de manera casi directa el objetivo que le podemos dar a la lectura. Puesto que el título del extracto es “Cómo saber si le mienten”, la pregunta lógica que nos queremos hacer es: “¿Cómo podemos saber cuando nos están mintiendo?”, puesto que es precisamente eso que el autor parece que nos quiere enseñar.

Cómo saber si le mienten
Por: Allan Pease

La comunicación por medio del lenguaje corporal se ha practicado desde hace milenios, pero sólo se ha estudiado científicamente en el curso de los últimos tres decenios. No obstante, la comunicación humana se realiza a través de ademanes, gestos, posturas, actitudes y distancias, en mayor medida de lo que nos damos cuenta, afirman los investigadores.

Un especialista en la materia, Albert Mehrabian, profesor de psicología en la Universidad de California en Los Angeles, sostiene que la conducta no verbal de la persona generalmente tiene más peso en la comunicación de sentimientos y actitudes que sus palabras. Ray Birdwhistell, profesor de ciencias de la comunicación en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia, estima que menos de un tercio de la comunicación humana se efectúa mediante el lenguaje oral. Y Sigmund Freud se interesó suficientemente en éste fenómeno para tomar nota del caso de una actriz que, al representar el papel de adúltera, se valió de una acción sintomática para comunicar el conflicto profundo de su personaje: mientras hablaba con su posible amante, se ponía y se quitaba alternativamente el anillo matrimonial.

Todo esto tiene aplicaciones prácticas para el lego en psicología. El lenguaje corporal puede darnos claves, por ejemplo, para detectar si alguien nos está mintiendo. ¿Recuerda el lector a los tres populares monitos que nos enseñan a no oír, hablar ni ver nada malo? Las acciones de estos monitos de llevarse la mano a la cara a menudo indican la insinceridad en el ser humano. Cuando la persona ve, dice u oye mentiras o insinceridades, probablemente haga el ademan de taparse la boca, los ojos o los oídos. Es frecuente que el niño, al contarnos una mentira, trate de cubrirse la boca con las manos, como si quisiera impedir que sus falsedades salieran de sus labios. Cuando no quiere oir la reprimenda del padre o de la madre, puede taparse los oídos con las manos. En forma semejante, si ve algo que no desea mirar, se tapa los ojos con manos o brazos. A medida que la persona madura, las diversas formas de llevarse las manos al rostro se van refinando, y resultan menos patentes, pero siguen ocurriendo.

A continuación presento cinco ademanes comunes que me ponen en guardia, aunque estos no deben ser considerados como pruebas infalibles de que nuestro interlocutor nos está mintiendo.

Frotamiento de párpados.- “No ver el mal”, aconseja el monito, y con este ademán se busca bloquear la insinceridad, la duda o la mentira que una persona ve, o se quiere evitar tener que mirar a la cara a quien se está tratando de engañar. De ordinario, los hombres se frotan los párpados vigorosamente; y si la mentira es mayúscula, a menudo vuelven la vista a otro lado, casi siempre hacia el suelo. Las mujeres acostumbran practicar un leve, delicado movimiento, frotándose ligeramente debajo del párpado inferior, probablemente para no embarrarse el maquillaje.

Cubrirse la boca.- Esta acción es uno de los pocos ademanes de los adultos que se conserva tan evidente como en el niño. La mano cubre la boca; el pulgar oprime la mejilla. Acaso el cerebro instruya subconscientemente a la mano para que reprima los embustes que se están pronunciando. A veces, el ademán consiste únicamente en llevarse dos o tres dedos a la boca, o en cubrírsela con el puño.

Si la persona se cubre la boca mientras habla con nosotros, ello puede significar que está mintiendo. En cambio, si se cubre la boca con la mano cuando nosotros le decimos algo, puede indicar que piensa que nosotros le mentimos.

Tocarse la nariz.- En esencia, tocarse la nariz con los dedos constituye una versión disfrazada y refinada del ademán de cubrirse la boca. Consiste en frotarse varias veces con uno o dos dedos debajo de la nariz, ligeramente, o tal vez un toque rápido, que resulta casi imperceptible.

Una explicación del origen de este ademán es que, cuando se nos ocurre el pensamiento negativo, el subconsciente ordena a la mano que cubra la boca, pero, en el último instante, para disfrazar la intención, retiramos la mano para apenas tocarnos la nariz rápidamente.

Como el cubrimiento de la boca con la mano, el tocamiento de la nariz puede hacerlo tanto quien habla, a fin de disimular su propia insinceridad, como quien escucha, si duda de la honradez de su interlocutor.

El rasquido del cuello.- Con el dedo índice de la mano con que se escribe, se rasca debajo del lóbulo de la oreja. Mi observación de éste ademán me ha revelado una circunstancia interesante: el número de veces que se repite rara vez es mayor ni menor que cinco. Exterioriza, probablemente, duda o incertidumbre, y es característico de la persona que piensa: “No estoy seguro de convenir en ésto”. Este ademán se nota mucho cuando lo contradice el lenguaje verbal; por ejemplo, cuando la persona declara: “Entiendo cómo te sientes”.

Frotamiento de oreja.- El ademán de frotarse una oreja representa el propósito del oyente de “no oír nada malo”. Es la refinada versión del niño que se tapa los oídos con ambas manos. Otras variantes del movimiento incluyen restregarse la parte posterior de una oreja, tirarse de un lóbulo o doblarse la oreja por completo hacia adelante, con objeto de cubrirse el orificio. Esta última versión es clara señal de que el oyente ha oído más de lo que deseaba oir.

[Una prueba sencilla]. Adquirir la habilidad de interpretar correctamente los gestos o ademanes en determinadas circunstancias requiere de mucho tiempo y detenida observación. Cuando alguna persona hace alguno de los ademanes que acabamos de describir se debe a que un pensamiento negativo ha entrado en su mente. ¿Cuál será ese pensamiento negativo? El ademán quizá indique engaño, incertidumbre, exageración o aprensión. La respuesta a nuestra pregunta podrá encontrarse analizando bien el contexto en que se dá.

En cuanto comenzamos a mentir, nuestro cuerpo origina señales contradictorias. Haga usted esta sencilla prueba al presentarse la ocasión: cuente algún embuste a un conocido suyo (después le dará la explicación) y haga un esfuerzo consciente por reprimir todo ademán corporal mientras lo vea su interlocutor. Incluso cuando los principales gestos corporales del lector estén conscientemente reprimidos, estará transmitiendo gran número de pequeños reveladores. Por ejemplo, contracturas de músculos faciales, dilatación y oclusión de las pupilas, frente sudorosa, enrojecimiento de las mejillas, parpadeo más frecuente.

Por tanto, resulta obvio que, para mentir con éxito, el embustero deberá mantener oculto el cuerpo o fuera del campo visual de su oyente. A esto se debe que sea más fácil mentir por teléfono.

[Para decir la verdad]. A través de la historia, la palma abierta de la mano se ha relacionado con la verdad, la sinceridad, la lealtad y la sumisión.

Un medio valioso para cerciorarse de si un individuo está hablando franca y honradamente, o no, es observar las palmas de sus manos. Cuando un niño está mintiendo o trata de ocultar algo, es frecuente que mantenga las manos escondidas, a la espalda.

Tal vez me pregunte: “¿Quiere usted decir que si cuento mentiras manteniendo a la vista la palma de las manos, la gente me creerá?” A esto respondería yo: Sí... no. Si decimos una mentira flagrante manteniendo las palmas a la vista, podríamos, a pesar de ello, ser insinceros porque hay muchos otros ademanes y gestos que se contraponen a las palmas abiertas.

Es posible, sin embargo, que parezcamos más dignos de crédito practicando ademanes con las palmas de las manos, abiertas al comunicarnos; y al revés: cuando nos habituamos a hacer ademanes y gestos con las palmas abiertas, disminuye nuestra tendencia a contar mentiras. Mostrar las palmas abiertas sirven también para animar a otras personas a ser sinceras con nosotros.

¡De veras!

(Tomado de la revista Selecciones del Reader’s Digest de mayo de 1985)

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