Por qué es bueno escuchar
Por: James Lynch
La conversación es algo de lo que no nos preocupamos. Aunque a veces sentimos que las manos se nos enfrían antes de pronunciar un discurso, a menudo hablamos sin reconocer los cambios que simultáneamente ocurren en nuestro cuerpo.
Pero, después de 20 años de investigaciones, mis colegas y yo hemos descubierto que toda comunicación interesa a nuestro cuerpo, a veces profundamente. Al tiempo que pronunciamos palabras, también hablamos con cada fibra de nuestro ser. Este "lenguaje del corazón" es integral a la salud y a la vida emocional de todos.
Descubrimos que hasta una charla cordial acerca del tiempo puede afectar el sistema cardiovascular, particularmente la presión sanguínea. El modo tradicional de tomar la presión sanguínea -con un estetoscopio- requiere que el paciente guarde silencio, y este silencio impedía a los médicos descubrir el vínculo entre la comunicación y la presión sanguínea.
El gran avance en nuestros estudios ocurrió en 1977, cuando conocimos a Ed, típico paciente hipertenso que llegó en busca de tratamiento al Centro de Psicofisiología de la Universidad de Maryland. Lo conectamos a una nueva computadora que podía vigilar continuamente la presión sanguínea. Observamos que la presión aumentaba inmediatamente cada vez que hablaba, aunque el tema fuera de lo más trivial. Lo más sorprendente era que nuestro paciente no se daba cuenta de aquellos cambios.
Este descubrimiento nos intrigó tanto que empezamos a hacer pruebas con otros individuos. Los resultados fueron iguales. La tensión arterial y la frecuencia cardiaca aumentaba rápidamente cada vez que las personas hablaban. Pedimos a unos estudiantes leer en voz alta un texto aburrido. La presión y la frecuencia cardiaca aumentaron rápidamente en cada ocasión. Hicimos pruebas con 38 voluntarios sordomudos. Cuando estas personas se comunicaban a señas, su presión sanguínea aumentaba. Esto confirmó nuestra sospecha de que era el acto de comunicarse, no sólo de hablar, el que producía los cambios.
Cuando daba yo una conferencia sobre nuestra investigación, pedía voluntarios que subieran a hablar de cualquier tema, mientras una computadora mostraba en una pantalla los cambios que se producían en la presión sanguínea.
Un joven médico anunció orgullosamente que él trotaba ocho kilómetros diarios y que seguramente podía vencer a la máquina; luego se volvió, incrédulo, al oír al público reír, y vió que su presión aumentaba cada vez que pronunciaba palabra.
Para las personas hipertensas como Ed, el aumento causado por hablar fué mucho mayor que en las personas saludables, y en ocasiones llegó a la zona de peligro. ¿Cómo manejan ésto los hipertensos? A final de cuentas, casi nadie se cae muerto en las reuniones sociales. Otros estudios demuestran que, subconscientemente, las personas hipertensas mantienen cierta distancia en sus relaciones y minimizan lo que para ellas podría ser un “diálogo letal”.
¿Qué hace al sistema vascular de los hipertensos tan vulnerable a la comunicación verbal? Aunque los hipertensos a los que estudiamos mostraban una apariencia tranquila, muchos tendían a hablar intensamente hasta perder el aliento, interrumpiendo a otros o hablando al mismo tiempo que ellos. Este modo de hablar es característico del comportamiento Tipo-A, un estilo de vida impulsivo, tenso, relacionado con un mayor riesgo de contraer una enfermedad cardiaca.
En su mayor parte, una conversación normal es como un sube y baja. El aumento de la presión sanguínea cuando hablamos es equilibrado por una rápida disminución cuando escuchamos. Pero el ritmo no está sincronizado en los hipertensos. Frecuentemente, no escuchan; están en guardia, a la defensiva. Por ello, su presión sigue alta.
Los beneficios de escuchar pueden verse en el “reflejo de orientación”, descubierto por Pavlov. Cuando un perro oye un sonido o ve un movimiento, suspende toda actividad y yergue la cabeza. Otro científico ruso, E. N. Sokolov, notó que la frecuencia cardiaca de los perros disminuye.
Una reacción similar ocurre en las personas, y también baja la presión. En un experimento se hizo una gráfica de la presión durante tres actividades: leer en voz alta, contemplar una pared en blanco y ver los peces en un acuario. La presión arterial fue más alta cuando las personas hablaban, y más baja al contemplar los peces, no cuando se limitaban a permanecer sentadas y relajadas. Ya sea viendo peces o escuchando a otra persona, observar tranquilamente el mundo exterior ayuda a bajar la presión sanguínea. Cuando logré que los hipertensos escucharan sin ponerse a la defensiva, su presión bajo, en muchos casos en forma espectacular.
¿Por qué hablar resulta ser una actividad tan llena de tensiones para algunas personas, y escuchar tan difícil? Puse a prueba a varios recién nacidos saludables. Al llorar, muchas veces su presión se duplicaba. Empezamos a pensar en los aumentos súbitos de presión en los hipertensos como en algo similar a los cambios que ocurren cuando un bebé llora. Aunque aparentan tranquilidad mientras hablan, sus cuerpos se esfuerzan porque se les escuche. Para estas personas, la comunicación se convierte en una lucha desesperada, pero oculta. Dentro de sus cuerpos adultos hay un bebe que grita, aterrorizado, pero nadie puede oírlo.
La posición social puede agravar el problema de la comunicación. Muchos pacientes nos dijeron que su presión siempre era más baja cuando ellos mismos la tomaban en su hogar que cuando la tomaban sus médicos. ¿Podía ser un factor la alta posición social de un médico? Para comprobarlo, reclutamos a 40 estudiantes de medicina y les medimos la presión mientras estaban tranquilos, y luego, mientras hablaban. Para la mitad de los estudiantes, nuestro investigador se puso unos pantalones de mezclilla y dijo ser estudiante de posgrado. Para la otra mitad, se puso una bata de médico y afirmó que era un interno. Quienes hablaron al “doctor” mostraron una presión sanguínea más elevada.
Las implicaciones de esto pueden ser trascendentales. ¿Se debe, al menos en parte, el mayor riesgo de hipertensión entre las personas de bajos ingresos a su posición social? ¿Están frecuentemente “hablando hacia arriba”... y elevan así su presión sanguínea?
Durante nuestra vida pronunciamos miles de millones de palabras, y escuchamos otras tantas. Nuestras relaciones con los demás constituyen una especie de “membrana social” que nos rodea. Los hipertensos parecen demasiado sensibles a esto, demasiado susceptibles. Su alta tensión arterial refleja esta hipervigilancia crónica. En contraste, los pacientes que son esquizofrénicos se retraen. (De todos los grupos que sometimos a prueba, los esquizofrénicos tuvieron la más baja presión sanguínea y el menor cambio al hablar: su diálogo tenía las marcas de la pseudohabla, carente de comunicación auténtica).
Entonces, ¿cómo podemos disfrutar de una conversación y a la vez mantener baja nuestra presión? Escuchando más, respirando regularmente al hablar, alternando entre hablar y prestar atención a lo que los demás dicen. Pero, ¿qué pueden hacer los hipertensos? Unos tratamientos que los enseñen a concentrarse en sus relaciones y a comunicarse en forma relajada pueden ser un primer paso hacia la salud.
Podemos comprender la enfermedad y salir adelante de ella sólo cuando nos consideramos parte de un mundo complejo, más allá de los confines de nuestra piel. La reacción de nuestro corazón, vasos sanguíneos y músculos cuando nos comunicamos con nuestros cónyuges, hijos, amigos y colegas es tan importante para nuestra salud cardiovascular como el ejercicio y la dieta.
(Tomado de la revista Selecciones del Reader’s Digest de diciembre de 1986)
Total de palabras: 1,194 palabras
La tabla que nos dá las velocidades de lectura para varios tiempos de lectura del artículo es la siguiente:
Si el propósito de toda la lectura era saber por qué es bueno escuchar, pues una respuesta adecuada expresada en unas cuantas palabras sería: “Es bueno escuchar en vez de hablar porque el hablar eleva la presión sanguínea”. Esta frase sencilla ocupa 14 palabras. En comparación con el número de palabras utilizadas en el texto, 1,194 palabras, la idea central representa poco más del uno por ciento de todo el artículo, o sea la centésima parte del artículo. La lectura dinámica del artículo no implica en ningún momento que vamos a pasar palabras por alto o que vamos a escamotear la lectura de algunos párrafos. Lo que implica es que tendremos puesta la atención en la búsqueda de nuestro objetivo o de nuestros objetivos.