jueves, 28 de agosto de 2008

Sup 16: ¿En dónde lo dejé?

El texto que sigue trata sobre algo de lo más común en la vida cotidiana, la pérdida de cosas y objetos que estábamos absolutamente seguros de haber dejado en algún lugar y que no podemos encontrar por más que nos esforcemos en ello, siendo una de las causas más frecuentes para hacernos creer a nosotros mismos que tenemos una mala memoria. Sin embargo, no todo es atribuíble a una mala memoria o a un posible deterioro de nuestra memoria. Para la lectura del texto, se fijarán dos objetivos: (1) ¿Por qué razones en ocasiones parecemos haber perdido algo que no sean atribuíbles a una mala memoria?, (2) ¿Cómo podemos convencernos a nosotros mismos sobre los motivos que hay detrás de algo que hayamos perdido de modo tal que sacando provecho de la experiencia podamos tomar medidas precautorias para que ya no se nos pierdan las cosas con tanta facilidad como antes?

Al terminar la lectura, hágase un resumen breve en una hoja de papel en blanco (sin usar más de cuatro renglones de texto) resumiendo las respuestas a las dos preguntas que se están fijando arriba como objetivos para la lectura.

¿En dónde lo dejé?
Por: Armando Martínez

Una de las cosas que con mayor frecuencia hacen que muchas personas empiecen a desconfiar de su memoria es el no poder recordar el lugar exacto en donde dejaron algo que posiblemente tenían en sus manos no hace varios meses o hace varias semanas sino incluso hace apenas algunas horas o tal vez algunos minutos. Y después de una búsqueda muy laboriosa en la que se puede perder mucho tiempo tal vez con un poco de suerte encuentren aquello que se les había perdido, sacando de aquella mala experiencia la firme convicción de que les está empezando a fallar la memoria. Y si esto vuelve a ocurrir en otra ocasión, pues la convicción de que la memoria “está fallando” aumentará convirtiéndose paulatinamente en una certeza.

Antes de echarle toda la culpa a una mala memoria, es muy recomendable investigar y aclarar plenamente las causas por las cuales se nos perdió esto o aquello, llevando a cabo un autoanálisis que como medida terapéutica puede ser más efectiva que una visita a un médico o un psicólogo.

Hay, desde luego, razones fisiológicas corporales por las cuales ciertas personas manifiestan un deterioro progresivo o súbito en su capacidad para poder recordar las cosas y los eventos, siendo la más prominente el mal de Alzheimer, seguida de un accidente cerebrovascular como una tromboembolia en donde por la falta de irrigación sanguínea portadora de oxígeno vital al cerebro se puede terminar con la muerte física de una gran cantidad de neuronas que estaban activas en el cerebro. En lo que toca al mal de Alzheimer, esta es una enfermedad degenerativa progresiva que casi por lo general le ocurre a las personas de edad avanzada, esto es, personas de la tercera edad, para la cual ya hay una cantidad creciente de pruebas de diagnóstico. Y en lo que toca a los accidentes cardiovasculares, en una gran mayoría de los casos aunque la persona quede paralítica postrada en una silla de ruedas con más de la mitad del cerebro muerto, es muy común que estas personas sigan recordando quiénes son, cuáles son sus nombres, en dónde viven, quiénes son sus familiares, etc., lo cual prueba que aún bajo las condiciones más extenuante el cerebro humano tiene una capacidad de superviviencia mucho mayor de la que el común de la gente le atribuye. No son inusuales los casos de personas que habiendo estado en coma por meses o inclusive por años despiertan de repente y recuerdan una buena parte de los datos esenciales de sus vidas, como también hay personas que tras un accidente cardiovascular pueden lograr recuperar la movilidad de músculos motores (tales como músculos faciales) y que se restablecen a grado tal que varios meses o años después resulta difícil percibir a primera vista que hayan podido tener algo tan serio, lo cual es prueba palpable de que aún con millones de células en el cerebro muertas las que aún quedan vivas con capaces de efectuar una nueva cantidad de “reconexiones” para compensar la pérdida de las otras neuronas que quedaron inútiles. Tal es la capacidad del cerebro para poder regenerarse a sí mismo, y es un milagro de recuperación que los médicos ven día tras día en el ejercicio de sus prácticas profesionales.

Si hacemos a un lado los casos en los que hay causas fisiológicas causantes de la pérdida de la memoria, lo que viene quedando son causas tan banales que éstas en sí no constituyen evidencia alguna de que esté empezando a fallar la memoria.

La primera causa no-fisiológica de no poder recordar en dónde dejamos las cosas es, desde luego, el no ponerle debida atención a lo que hacemos cuando estamos dejando algo “momentáneamente” en alguna parte al azar con la intención de volver por ello poco después para ponerlo en su lugar, algo tan simple como el cepillo de dientes que usualmente tiene asignado un lugar en el que siempre lo ponemos y que podemos “perder” dentro de nuestra misma casa sin que la memoria parezca querer ayudarnos a encontrarlo.

Pero hay otras causas por las cuales se nos pierden las cosas.

El lugar en donde dejamos algo puede hacer que tal cosa se confunda con su entorno. Tomemos el caso de un bolígrafo de color gris. Si lo dejamos sobre una mesa con un mantel blanco, indudablemente aunque hayamos perdido por completo la memoria encontraremos fácilmente ese bolígrafo porque su color gris lo hace destacar de inmediato sobre el fondo que ofrece el mantel blanco. Sin embargo, si el mantel también es gris, y para nuestra mala suerte es de un color gris muy parecido al color gris del bolígrafo, entonces aunque nuestra memoria esté funcionando a la perfección es muy posible que al ir a recoger el bolígrafo en donde estábamos seguros de haberlo dejado no lo encontraremos allí no porque el bolígrafo ya no esté allí sino porque el bolígrafo se está confundiendo dentro de su entorno (la Naturaleza usa esto ventajosamente en el caso de algunos animales que por la característica de su mimetismo pueden cambiar el color de su piel para confundirse con su entorno, de modo tal que sus depredadores naturales no podrán encontrarlos por más que los busquen). En pocas palabras, sabemos que está allí, es lo que nos dice nuestra memoria, y nuestra memoria no nos está fallando en lo absoluto, el problema es que no lo vemos. Este ya no es un problema de mala memoria, es un problema de dificultad para poder localizar algo que se está confundiendo con su entorno. Esto explica también el por qué a muchas personas se les “pierden” sus anteojos; aunado a la falta de atención al quitarse los anteojos dejándolos en algún lugar poco común en donde no suelen dejarlos, está el hecho de que muchos anteojos son hechos de plástico transparente, el medio perfecto para que los antejos se confundan con su entorno.

Otro factor que puede hacer que se nos “pierda” algo es el simple hecho de que otra persona, posiblemente algún familiar de nuestra propia casa, al estar acomodando las cosas o al estar buscando algo que se le haya perdido, reacomode todo en algún lugar a grado tal que ya casi nada está en el lugar en donde estaba. Esto implica que, aún cuando hayamos puesto toda la atención del mundo tomando nota del lugar en donde estábamos dejando cada cosa, y aún cuando hayamos tomado la precaución de haber dejado algo en algún lugar en donde no se pueda confuncir con su entorno (por ejemplo, un bolso negro sobre un pantalón de color crema), de todos modos no lo encontraremos, pero ello tampoco se debe a una mala memoria sino al simple hecho de que no está ya en el lugar en donde lo dejamos. Querer echarle la culpa a la memoria de algo que se nos haya perdido bajo estas circunstancias equivale a tratar de pedirle a la memoria que tenga las mismas dotes de un adivino.

Aún otro factor que puede hacer que se nos “pierda” algo es que ese algo se haya escapado de nuestras manos sin que nos diéramos cuenta de ello. Quizá un buen ejemplo sería el de las monedas pequeñas que se nos pierden. Empieza por tomar unas monedas pequeñas que echamos a un bolsillo del pantalón con la intención de usarlas para pagar el costo que cobra un estacionómetro por una media hora en el centro de la ciudad. Después de caminar un rato, subir al coche e ir al centro de la ciudad, encontramos que no están las monedas en donde creímos haberlas dejado, y le echamos la culpa a nuestra “mala memoria” por no acordarnos de no llevar unas monedas con nosotros antes de salir de la casa. Pero el caso es que sí llevábamos esas monedas con nosotros al salir de la casa, y sí las habíamos puesto en el bolsillo del pantalón, y nuestra memoria tomó diligente nota de todo ello. Pero la memoria no pudo haber previsto que, al salir a caminar antes de subir al carro, esas monedas se fueran saliendo una a una por un pequeño agujero en el bolsillo del pantalón del que no nos hemos dado cuenta. Y por su tamaño pequeño, y posiblemente por estar caminando sobre un césped o una superficie suave como un tapete en donde los objetos metálicos no hacen ruido alguno al caer, las monedas por su tamaño pequeño no fueron dando un aviso apropiado conforme se nos iban saliendo del bolsillo. La memoria nos dice y nos confirma repetidamente que sí echamos esas monedas al bolsillo del pantalón, y al no encontrarlas allí desconfiamos de nuestra memoria. Pero este no es un asunto de pérdida de la memoria. Es un asunto de un agujero en el bolsillo del pantalón, algo que no tiene nada que ver con una buena o mala memoria.

La mejor terapia de todas para recuperar la confianza en nuestra memoria es encontrar aquello que se nos había perdido (aunque nos lleve mucho tiempo esa búsqueda) y no conformarnos con haberlo encontrado, sino investigar y tratar de que nos quede perfectamente claro el por qué no podíamos encontrarlo. Y la mayoría de las veces el lector descubrirá sorprendido que se trata de factores como los mencionados arriba que no tienen nada que ver con una buena o mala memoria.

Repasaremos a continuación algunos casos clínicos sobre lo que se acaba de mencionar, los cuales nos confirman que antes de echarle toda la culpa a nuestra memoria por las cosas que se nos pierden, es importante tratar de encontrar primer a como dé lugar aquello que se nos perdió y repasar las condiciones por las cuales no lo podíamos encontrar. Las conclusiones que vayamos sacando serán una lección magnífica para ayudarnos a ser más precavidos y más observadores.

Caso # 1.- El sujeto X no encontró su peine en el mismo sitio en el que siempre acostumbraba dejarlo, en el bolsillo trasero de su pantalón, culpando por lo tanto a su “mala memoria” por no poder recordar la ubicación exacta en donde creía haber dejado el peine después de haberlo usado. Después de una búsqueda exhaustiva, encontró el peine en el asiento de su automóvil. Repasando las circunstancias, ya se había llegado a la conclusión de que X no encontró su peine en la parte trasera de su pantalón al haberlo buscado allí, el sitio en donde siempre lo ponía, y creía haberlo dejado allí, porque esa era su costumbre. Después de mucho buscar, al encontrarlo en el asiento de su automóvil, creyó que lo había usado dentro del automóvil y que su mala memoria no le permitió recordar que lo había dejado en el asiento del automóvil. Pero yendo más a fondo, se encontró que no había usado el peine dentro de su automóvil para nada el día en que se le perdió. El peine, simplemente, se le salió del bolsillo trasero de su pantalón al sentarse en el asiento. Y la memoria no toma nota de eventos o accidentes como estos. Y al repasar qué era lo que se podía hacer para que el peine no se le volviera a salir accidentalmente, se “descubrió” el botón disponible para cerrar el bolsillo trasero del pantalón, un botón que tras cerrar ese bolsillo del pantalón hace casi imposible que se pueda salir ese peine por más movimientos y malabarismos que se hagan con los pantalones puestos. Tras habituarse al uso del botón para impedir que el peine pudiera irse saliendo inadvertidamente, jamás se le volvió a perder ningún peine a X.

Caso # 2.- El ingeniero Z es una persona sumamente cuidadosa, que siempre se fija en el lugar en donde pone las cosas, razón por la cual nunca se le pierde nada. Excepto que tras un día de arduo trabajo, se le perdió un compás al no poder encontrarlo el día siguiente. Culpó de inmediato a lo que supuso una decreciente capacidad para poder recordar las cosas. Siguiendo la “receta” para poner a prueba esta sospecha, se dedicó a buscar exhaustivamente ese compás, hasta que lo encontró en su oficina, dentro de un bote metálico usado para guardar allí lápices y bolígrafos. Pero la “receta” exige no conformarse con ponerse contento con haber encontrado algo que se haya perdido, sino en insistir en encontrar la razón por la cual se pudo haber “perdido” aquello. Eventualmente se llegó a la conclusión de que el ingeniero, en el día en que “perdió” el compás, estaba tan cansado que no tuvo ánimo para volver a guardar el compás dentro del estuche de compases, dejándolo simplemente sobre escritorio con la intención de guardar ese compás al día siguiente en el estuche de compases. Pero una vez que se fue de la oficina, la trabajadora de limpieza encontró que había un compás muy cerca de la orilla del escritorio, en un lugar en donde se podía caer con facilidad con cualquier golpecito o movimiento. Entonces ella, actuando de buena fé y creyendo hacer un favor, recogió ese compás para ponerlo en el botecito en donde se ponen los lápices y los bolígrafos, suponiendo que allí estaría más seguro el compás. Como el ingeniero ya se había ido a su casa, no pudo decirle nada, y de cualquier modo ella creía que el ingeniero encontraría el compás en el botecito. Pero cuando regresó el ingeniero al día siguiente, no buscó el compás en el botecito porque simple y sencillamente no era ese el lugar en donde esperaba encontrarlo. La memoria le indicaba (correctamente) que tenía que buscar el compás en el escritorio, el lugar en donde lo había dejado. Pero el compás ya no estaba allí. Y al ingeniero no se le ocurrió empezar a buscar ese compás en el lugar “más obvio” en donde podría estar, el botecito para guardar lápices y bolígrafos, porque el nunca acostumbraba poner allí ningún compás. ¡Con razón se le había “perdido”!

Caso # 3.- A la señora M se le perdió una aguja de coser que acababa de usar y que estaba absolutamente segura que había puesto en algún lugar cercano a su mano, y tenía miedo de que alguien se pudiera picar con esa aguja en caso de no encontrarla. Tras realizar una búsqueda exhaustiva por todo el suelo de la casa y por varios rincones, encontró que la aguja estaba sobre la cobija de su cama. Siguiendo la “receta” de auto-análisis, no se conformó con ponerse muy contenta por haber encontrado esa aguja de coser. La volvió a poner exactamente en el mismo lugar en donde la había encontrado para tratar de responderse a sí misma el por qué no había podido encontrar esa aguja de coser en su primera búsqueda. Y la respuesta la sorprendió. Comprobó que la cobija tenía varios ornamentos, y entre los ornamentos de la cobija estaba lo que parecían ser muchas rayitas de color metálico. Considerando que una aguja de coser se puede confundir fácilmente con un fondo que tenga muchas rayitas de color metálico, es lógico que no pudiera encontrar esa aguja de coser sobre su cobija aunque la memoria le estuviera insistiendo todo el tiempo que ese era el lugar en donde debía buscar la aguja de coser, confundida como estaba dentro del entorno ornamental con muchas rayitas pequeñas de color metálico grabadas sobre la cobija. Tiempo después, la misma señora M perdió otra cosa, y cuando llevó a cabo el auto-análisis encontró que algo que se le había “perdido” estaba simplemente confundido entre decenas y decenas de otras cosas que dificultaban la localización inmediata. En un lugar en donde hay solo tres o cuatro cosas, es fácil encontrar una cosa entre las dos o tres que tiene a su lado. Pero en un lugar en donde hay cientos de cosas, puede ser una tarea extenuante encontrar una sola cosa que estemos buscando, y es posible que aunque esa cosa esté ante nuestros ojos, literalmente hablando, no la podamos ver al estar viendo tanta cosa frente a nosotro. Tras estas experiencias, la señora M no sólo pone atención en dónde deja cada cosa, sino que se cuida también de no dejar nada en un lugar en donde se pueda confundir con su entorno, y se cuida también de no dejar nada en lugares en donde haya muchas cosas que vuelvan difícil la ubicación inmediata de aquello que está guardando o haciendo a un lado. Y desde que hace esto, a la señora M no se le ha vuelto a perder una sola cosa.

Caso # 4.- El sujeto Q no encontró en su lugar de siempre su cepillo de dientes, habiendo estado seguro de haberlo utilizado el día anterior, y empieza a preocuparse de no poder recordar el lugar en donde lo pudo haber dejado, teniendo que ir a comprar un cepillo de dientes nuevo. Tiempo después, y casi por casualidad, se encuentra su cepillo de dientes en cerca del teléfono de la casa, dándole gusto encontrarlo pero quedándole la duda del por qué no pudo recordar haberlo dejado allí cerca del teléfono en lugar de dejarlo en la bañera dentro del vaso en el que siempre lo pone. Un auto-análisis le indica que si el cepillo de dientes no estaba en el lugar en el que siempre estaba seguramente era porque lo iba a utilizar. El hecho de que haya encontrado el cepillo de dientes cerca del teléfono casero confirma que estaba a punto de utilizarlo cuando por alguna razón ya no lo usó. En este punto, entra en acción la memoria asociativa, y por fin recuerda la razón del por qué se le perdió ese cepillo de dientes, llegando a la conclusión de que justo cuando iba a utilizarlo se recibió una llamada telefónica, con la cual se le notificó el deceso de un familiar cercano. Mientras pedía los pormenores de la mala noticia, dejó a un lado el cepillo de dientes cerca del teléfono sin fijarse en dónde lo ponía, teniendo toda su atención enfocada hacia la mala noticia. Ya después, al día siguiente, cuando buscó el cepillo de dientes en el lugar en donde siempre lo ponía, el sujeto Q no lo encontró, porque lógicamente no lo había dejado allí, y no lo buscó tampoco cerca del teléfono porque no puso ninguna atención al acto en el cual estaba dejando el cepillo de dientes cerca del teléfono. Si se hubiera dicho a sí mismo: “estoy dejando aquí mi cepillo de dientes en este preciso lugar, y aquí lo buscaré después”, poniendo atención al lugar en donde lo estaba dejando cerca del teléfono, al buscarlo al día siguiente lo habría buscado no en la bañera sino cerca del teléfono, y habría recibido una confirmación de que su memoria funciona perfectamente sin problema alguno.

¿Se le ha perdido algo? Pues antes de echarle la culpa a su “mala memoria”, acostúmbrese el lector a llevar a cabo la “receta” de auto-ayuda que se le ha dado arriba. No se conforme ya el lector con el gusto de encontrar algo que se le había perdido. Pregúntese a sí mismo como si fuese un detective de la policía el por qué no podía encontrar aquello que estaba buscando y no encontraba. Y se asombrará al descubrir que, en muchas ocasiones, no se trata de mala memoria, sino de cosas y situaciones que están fuera de nuestro control o que hemos permitido que hayan caído fuera de nuestro control. Y recuperará la confianza en su memoria.

Ahora haga el lector el resumen de lo que leyó, todo lo cual tiene como principal propósito y objetivo el que ya no se le vuelva a perder nada al lector en el futuro.